Antonio Vélez

Homo sapiens


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selectiva de aprender, guiados por instrucciones programadas en el genoma. El aprendizaje preparado del comportamiento, como todas las otras clases de epigénesis, suele ser adaptativo, esto es, confiere a los portadores una mayor eficacia reproductiva. Gracias a este tipo de aprendizaje, por ejemplo, un animal puede aprender con rapidez y facilidad a temerle a las serpientes, aunque resulta harto difícil enseñarle el temor a las flores. Algunos experimentos con ratas han demostrado que para estos ubicuos animales es muy fácil asociar sabores con náusea inducida por rayos X, y luces y sonido con descargas eléctricas, pero no son capaces de asociar sabores con descargas eléctricas, ni luces y sonido con náusea, porque en el mundo animal el aprendizaje está dirigido a ciertas metas muy bien definidas, y sin ellas este no se da.

      Algunos monos criados en laboratorio no desarrollan temor a las serpientes, pero sí les ocurre en la vida salvaje. Y no debe darse por medio de un condicionamiento pavloviano, pues el encuentro con una serpiente venenosa casi siempre es letal y no da la oportunidad de aprender a temerla por condicionamiento repetido. En la vida salvaje, una serpiente cascabel nunca nos da una segunda oportunidad. Los hombres de la ciudad desarrollamos con facilidad la fobia a los ofidios, aunque tal temor solo muestra su utilidad para la vida en el campo y en regiones infestadas por serpientes venenosas. Esta debe ser una forma de aprendizaje preparado, pues no desarrollamos fobias a las motocicletas, a pesar de lo peligrosas que son.

      La locomoción bípeda, que se va activando y revelando con la maduración somática, y que el ejercicio acaba de perfeccionar, corresponde a un aprendizaje dirigido por estructuras innatas y alimentado por una apetencia especial, también innata, que hace que el niño, con enorme satisfacción, realice el ejercicio indispensable hasta lograr el perfeccionamiento exigido por los trotes de la vida. El bipedismo es el resultado de dos factores: los genes y el ambiente en que se expresan, indisolublemente unidos, sin ningún efecto cuando se los considera por separado.

      Muchas otras formas de comportamiento son también aprendidas, pero igual a lo que ocurre con el lenguaje, presentan un componente genético que se manifiesta como refuerzo, unas veces facilitando el aprendizaje, otras modulándolo, otras aportando algunos conocimientos rudimentarios e innatos o haciendo muy apetecible el aprendizaje mismo. Así, es una falacia imperdonable afirmar que un rasgo cualquiera de comportamiento le debe el ciento por ciento al ambiente, simplemente por el hecho de haber sido aprendido por el sujeto. Se olvida que los genes intervienen casi siempre de forma velada y subterránea, haciendo que el aprendizaje se realice milagrosamente fácil, o que se sienta un gran atractivo por determinadas prácticas que desembocan, finalmente, en aprendizajes específicos, o en la fijación de ciertas conductas. Utilizando la falacia anterior, podríamos afirmar que los zurdos manejan con más soltura su mano izquierda, solo por haberla ejercitado con mayor frecuencia. Se pasaría ingenuamente por alto que este mayor ejercitarse ha sido propiciado por una facilidad natural, de tal intensidad, que en muchísimas ocasiones ha terminado por derrotar los esfuerzos equivocados de educadores “diestros”, para quienes es incorrecto manejar el lápiz o los cubiertos con la mano izquierda.

      La sicóloga Sandra Scarr ha acuñado el término “nicho escogido” para referirse a la tendencia que tenemos a escoger la crianza que mejor se ajuste a nuestra naturaleza; a preferir aquellas actividades que mejor se ajusten a nuestros gustos, propensiones y talentos, a emparejar vocación con talento, y a aprender selectivamente. Scarr propone que, si bien el desarrollo es el resultado de naturaleza y ambiente combinados, los genes dirigen la experiencia, esto es, eligen el nicho: “Los genes son componentes de un sistema que organiza el organismo para experimentar el mundo”. Al llegar a cierta edad, el ambiente mismo se ha convertido en una especie de reflexión de la disposición genética. El ambiente es amplio y cada uno toma para sí una fracción, según sus genes y personalidad, escoge sus amistades, rechaza o no a la gente. En otras palabras, crea su propio nicho de acuerdo con sus genes.

      La posesión de ciertos genes predispone a una persona a ocupar ciertos ambientes. Si usted tiene genes “atléticos”, por ejemplo, buscará las actividades deportivas, pero si los tiene “intelectuales” perseguirá con afán el medio que satisfaga sus deseos, que será el intelectual, y abandonará los medios que no (la falta de talento se traduce en desaliento). Al descubrir que uno es “mejor” que los compañeros para cierta actividad, el apetito para practicarla se incrementa, sin que seamos conscientes de las razones de ello. Y como la práctica hace al maestro, muy pronto uno habrá tallado su nicho y se habrá convertido en un especialista. Cultura refuerza natura. En suma, la individualidad es el producto de la aptitud multiplicada por el apetito.

      Figura 6.0 Las aves son bípedas, pero horizontales; el chimpancé es “bípedo” oblicuo; el hombre es bípedo vertical, el único

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      Manos, inteligencia y vida social

      La inteligencia, en el fondo, no es más que un gestor de instintos

      Jorge Wagensberg

      El mayor invento del hombre es la canasta

      Glynn Isaac

      El amor, la compasión y la empatía son fibras invisibles que conectan los genes en diferentes cuerpos. Ellos son lo más cercano a sentir el dolor de muelas ajeno

      Steven Pinker

      A las especies animales se les abrieron durante el proceso evolutivo dos alternativas contrapuestas, dos vías para aumentar la eficacia reproductiva: la especialización y la generalización. Algunas formas exitosas de vida, tal vez demasiado exitosas, como los insectos, eligieron la primera; el hombre, otro triunfador, se decidió por la segunda. Muchas otras especies, también de gran éxito biológico, eligieron formas mixtas, ocupando todo el espectro delimitado por los dos extremos. Para especies con individuos de tamaño reducido, y por ende de corta vida, el conjunto completo de conductas vitales tiene que ser en su mayor parte innato, dado que disponen de poco tiempo para “perder” en las tareas del aprendizaje. En estas especies tampoco los padres cuidan a sus hijos, razón de más para adherirse a la línea evolutiva de alta especialización, corto periodo de aprendizaje y formas de comportamiento mecánico y poco versátil.

      Las especies de larga vida, por el contrario, pueden cargar con los costos biológicos representados por la infancia, periodo no productivo, y aprovechar la gran plasticidad otorgada por la inmadurez de las estructuras neuronales, a fin de lograr un apropiado ajuste a las condiciones particulares del nicho que les corresponda. La evolución, a lo largo de esta segunda línea, converge necesariamente en la inteligencia. Se sacrifica la perfección de lo instintivo en la ejecución de las tareas vitales, pero se enriquece el abanico de posibilidades conductuales. La potencia se sustituye por potencial; la adaptación por adaptabilidad.

      Prolongar la niñez es una magnífica estrategia evolutiva para lograr el máximo aprovechamiento de las experiencias de los mayores. Quizá por esto la “neotenia” o largo periodo de inmadurez se fortaleció como rasgo típico de la especie humana y, en consecuencia, el hombre es el único animal que no puede valerse por sus propios medios a la edad de 5 años. Tan larga inmadurez permite, por un lado, que el individuo adapte con rapidez su conducta y su físico a nichos cambiantes e imprevistos, ya que las estructuras inmaduras son especialmente maleables; por el otro, una infancia prolongada proporciona un periodo largo de aprendizaje y juego. Como el cerebro humano nace a medio configurar, las experiencias tempranas son fundamentales en la elaboración fina de los circuitos neuronales. En la lentitud de la maduración puede residir la ventaja mental que le llevamos al simio. En el hombre hay mayor cantidad de neuronas y una larga experiencia que las conectan con singular complejidad; en el simio, el cerebro es más pequeño y está casi listo al nacer.

      Desde el punto de vista evolutivo, la neotenia se obtiene por medio de ligeras variaciones en las tasas de crecimiento y desarrollo de ciertas estructuras anatómicas, haciéndolas más lentas. Recordemos que los primeros dientes del chimpancé salen a los tres meses; en el hombre a los seis. El gorila

      es sexualmente maduro a los siete años; el hombre a los quince. En particular, la neotenia permite que el cerebro pueda crecer y madurar por un periodo más largo. La neotenia implica paciencia: el hombre