Gabriela Benza

La ¿nueva? estructura social de América Latina


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similar: en promedio, no hay cambios sustantivos, aunque se observa cierto retraso en los grupos de mayor nivel socioeconómico.

      El tamaño y la composición de los hogares muestran ciertas transformaciones. Los hogares latinoamericanos son hoy más pequeños que en el pasado, como resultado de la caída en la fecundidad y de cambios en la composición de los hogares. Si en 1990 el tamaño promedio de los hogares de la región era de 4,2 personas, para 2010 ese número se había reducido a 3,5. Además, se ha acentuado la diversidad de tipos de hogar. Es cierto que los hogares tradicionales, formados por una pareja conyugal con hijos, son todavía los más habituales (40,3% en 2010), y que las familias extensas, en las que conviven otros familiares, siguen teniendo una presencia considerable (19%), en muchos casos debido a la falta de vivienda y la adversidad económica. Sin embargo, otros tipos de hogar se han vuelto más frecuentes en casi todos los países: en primer lugar, los unipersonales, que aumentaron del 7,0% al 11,4% entre 1990 y 2010; en segundo lugar, los monoparentales, constituidos por una madre o padre y sus hijos, que pasaron del 9,1% al 12,4% durante el mismo período (Ullman, Maldonado Valera y Rico, 2014). En ambos casos, la presencia femenina es muy importante. Los hogares unipersonales están constituidos en general por mujeres de edad avanzada, debido a su mayor esperanza de vida y viudez (aunque también por varones que viven solos luego de una separación o divorcio, y por jóvenes, sobre todo de clases medias y altas). Por su parte, los monoparentales están integrados sobre todo por mujeres que tras una separación o divorcio residen con sus hijos. Este último grupo ha sido objeto de especial atención, debido a una muy alta incidencia de la pobreza.

      Dentro de los países, las transformaciones en el tamaño y la composición de los hogares no han tenido igual intensidad en los distintos sectores sociales, y persisten diferencias importantes en este sentido. Los hogares de menores ingresos ubicados en el primer quintil continúan siendo mucho más numerosos que los de mayores ingresos, en el último quintil (4,5 personas versus 2,7, en promedio). Los hogares biparentales con hijos y los extensos eran y son mucho más frecuentes entre los sectores más pobres de la población. Y mientras el aumento de los hogares monoparentales femeninos ha sido más acentuado entre los hogares de menores ingresos, el de los unipersonales lo ha sido entre los más aventajados (Ullman, Maldonado Valera y Rico, 2014; Rico y Maldonado Valera, 2011). También persiste una sustantiva heterogeneidad entre los países, de acuerdo con la etapa de la transición demográfica en que se encuentran y su nivel de desarrollo socioeconómico, como muestran Ariza y de Oliveira (2008).

      Pero los cambios en los modos de vivir en familia no se restringen a los reseñados. Hay indicios de un mayor peso de otras formas familiares que, hasta el momento, no son visibles mediante los sistemas estadísticos de la región (Cienfuegos, 2014). En primer lugar, de familias multilocales o transnacionales producto de la migración: unidades familiares separadas por la distancia territorial, pero muy vinculadas a través de intercambios materiales y simbólicos que garantizan su reproducción cotidiana. En segundo lugar, familias ensambladas, producto de nuevas uniones luego de separaciones y divorcios, que en las estadísticas tienden a ser englobadas junto con los hogares biparentales nucleares tradicionales. En tercer lugar, familias homoparentales, cuyos datos son difusos debido a que no todos los censos de población reconocen su existencia. Es posible que estas familias se hayan expandido tras el cambio de siglo producto de un contexto social y legal menos hostil.

      En relación con esto último, una de las tendencias que ha caracterizado la región durante el nuevo milenio ha sido el avance logrado en materia de reconocimiento de derechos de la diversidad sexual. Como parte de este proceso, varios países introdujeron cambios legislativos que habilitan el matrimonio entre personas del mismo sexo. El primero de la región en reconocer este derecho fue la Argentina, en 2010, y luego se sumaron Colombia, Brasil, Uruguay y algunos estados de México. Además, otros países, como Chile y Ecuador, legalizaron las uniones civiles entre personas del mismo sexo. Estos cambios normativos tuvieron lugar junto con otros que también actuaron en reconocimiento de los derechos de la diversidad sexual, como la implementación de leyes que prohíben la discriminación por la orientación sexual y la identidad de género (incluidos los casos de Ecuador y Bolivia, en que estas prohibiciones alcanzaron rango constitucional), y el reconocimiento legal de la identidad de género afirmada, que permite el cambio de nombre y sexo en los documentos de identidad oficiales.

      En la esfera de la dinámica familiar, y en particular en la de la división del trabajo por género entre sus miembros, hay tendencias novedosas pero también importantes continuidades. Las mujeres de América Latina han incrementado su participación en el mercado laboral desde la década de 1960, si bien las brechas con los varones son todavía importantes. Gasparini y Marchionni (2015) muestran que la tasa de participación laboral de los varones latinoamericanos de 25 a 54 años prácticamente se mantuvo sin cambios entre 1992 y 2012, en alrededor del 95%, mientras la tasa correspondiente a las mujeres se incrementó del 53% al 65%. La participación laboral femenina creció a un ritmo muy acelerado durante los noventa (0,9 puntos por año entre 1992 y 2002), y si bien tras el cambio de siglo continuó creciendo, lo hizo de manera menos acentuada (0,3 puntos por año entre 2002 y 2012). Para Gasparini y Marchionni esta desaceleración puede estar asociada, al menos en parte, a la mejora en el contexto económico: sin la presión de tener que conseguir un empleo como en los años noventa, dados los mayores ingresos de otros miembros del hogar y los beneficios de los nuevos programas sociales, algunas mujeres pueden haber retardado la decisión de ingresar al mundo laboral.

      Más allá de las fluctuaciones en intensidad, desde una perspectiva de largo plazo el aumento en la tasa de actividad femenina ha traído cambios importantes en la organización familiar. En las últimas décadas se incrementaron los hogares biparentales de dos proveedores económicos, en los que ambos cónyuges trabajan fuera del hogar, mientras se redujeron los que siguen la pauta tradicional de división del trabajo por género, con un varón único proveedor económico y una mujer ama de casa. Sin embargo, este cambio no ha sido acompañado por uno equivalente en materia de equidad en el reparto del trabajo dentro del hogar. El mayor número de mujeres que trabajan fuera del hogar no se ha traducido en un aumento similar en el número de varones que trabajan dentro del hogar. Así lo muestran los estudios basados en las encuestas sobre uso del tiempo, que comenzaron a aplicarse en numerosos países de la región desde principios de este siglo, en muchos casos por primera vez. El alcance que han llegado a tener estas encuestas en la región (en la actualidad relevadas por los sistemas estadísticos de once países) es otra expresión de la creciente visibilidad pública adquirida por la problemática del cuidado durante el período (Aguirre y Ferrari, 2014). Los resultados de estas encuestas son coincidentes: en todos los países las mujeres dedican más tiempo que sus cónyuges a las tareas domésticas y al cuidado, y esto aun en los casos en que ambos participan del mercado laboral. En promedio, las mujeres latinoamericanas destinan tres veces más tiempo al trabajo dentro del hogar que los varones (37,9 versus 12,7 horas por semana, respectivamente). Y mientras entre las mujeres la cuota de trabajo impago varía de forma significativa según su edad, ubicación geográfica y situación económica y familiar, entre los varones las variaciones son mucho menores: su participación siempre es limitada. Esta persistencia de relaciones de género tradicionales dentro del hogar ocurre a la par de grandes vacíos de cobertura y falencias en la calidad de los servicios para el cuidado, lo que redunda en una mayor sobrecarga de trabajo para las mujeres y en mayores dificultades para su incorporación al mercado laboral. En este sentido, las políticas de redistribución del cuidado, entre varones y mujeres pero también entre los hogares y la sociedad, han sido muy escasas, aunque hay algunas excepciones destacables, como el Sistema Nacional de Cuidados de Uruguay, que implementa y coordina políticas de cuidado de niños y niñas y de personas dependientes, y la Red Nacional de Cuidado y Desarrollo Infantil de Costa Rica. En ambos casos, las políticas de cuidados se enmarcan en una perspectiva de derechos, que incluye también a las cuidadoras y los cuidadores como población objetivo (Esquivel, 2016).

      La población de América Latina no solo está distribuida en forma desigual entre los distintos países, sino también dentro de ellos. De hecho, los países de la región se caracterizan por el alto grado de concentración espacial de su población: en áreas urbanas, y dentro de ellas, en grandes ciudades.