José Carlos Mariátegui

Antología


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del pueblo. A la presidencia de la Tercera Internacional lo han llevado su historia y su calidad revolucionarias y su condición de discípulo y colaborador de Lenin.

      Zinóviev es un polemista orgánico. Su pensamiento y su estilo son esencialmente polémicos. Su testa dantoniana y tribunicia tiene una perenne actitud beligerante. Su dialéctica es ágil, agresiva, cálida, nerviosa. Tiene matices de ironía y de humour. Trata despiadada y acérrimamente al adversario, al contradictor.

      Pero es Zinóviev, sobre todo, un depositario de la doctrina de Lenin, un continuador de su obra. Su teoría y su práctica son, invariablemente, la teoría y la práctica de Lenin. Posee una historia absolutamente bolchevique. Pertenece a la vieja guardia del comunismo ruso. Trabajó con Lenin, en el extranjero, antes de la revolución. Fue uno de los maestros de la escuela marxista rusa dirigida por Lenin en París.

      Estuvo siempre al lado de Lenin. En el comienzo de la revolución hubo, sin embargo, un instante en que su opinión discrepó de la de su maestro. Cuando Lenin decidió el asalto del poder, Zinóviev juzgó prematura su resolución. La historia dio la razón a Lenin. Los bolcheviques conquistaron y conservaron el poder. Zinóviev recibió el encargo de organizar la Tercera Internacional.

      Exploremos rápidamente la historia de esta Tercera Internacional desde sus orígenes.

      La Primera Internacional fundada por Marx y Engels en Londres no fue sino un bosquejo, un germen, un programa. La realidad internacional no estaba aún definida. El socialismo era una fuerza en formación. Marx acababa de darle concreción histórica. Cumplida su función de trazar las orientaciones de una acción internacional de los trabajadores, la Primera Internacional se sumergió en la confusa nebulosa de la cual había emergido. Pero la voluntad de articular internacionalmente el movimiento socialista quedó formulada. Algunos años después, la Internacional reapareció vigorosamente. El crecimiento de los partidos y sindicatos socialistas requería una coordinación y una articulación internacionales. La función de la Segunda Internacional fue casi únicamente una función organizadora. Los partidos socialistas de esa época efectuaban una labor de reclutamiento. Sentían que la fecha de la revolución social se hallaba lejana. Se propusieron, por consiguiente, la conquista de algunas reformas interinas. El movimiento obrero adquirió así un ánima y una mentalidad reformistas. El pensamiento de la socialdemocracia lassalliana dirigió a la Segunda Internacional. A consecuencia de esta orientación, el socialismo resultó insertado en la democracia. Y la Segunda Internacional, por esto, no pudo nada contra la guerra. Sus líderes y secciones se habían habituado a una actitud reformista y democrática. Y la resistencia a la guerra reclamaba una actitud revolucionaria. El pacifismo de la Segunda Internacional era un pacifismo extático, platónico, abstracto. La Segunda Internacional no se encontraba espiritual ni materialmente preparada para una acción revolucionaria. Las minorías socialistas y sindicalistas trabajaron en vano por empujarla en esa dirección. La guerra fracturó y disolvió la Segunda Internacional. Únicamente algunas minorías continuaron representando su tradición y su ideario. Estas minorías se reunieron en los congresos de Kiental y Zimmerwald, donde se bosquejaron las bases de una nueva organización internacional. La Revolución Rusa impulsó este movimiento. En marzo de 1919 quedó fundada la Tercera Internacional. Bajo sus banderas se han agrupado los elementos revolucionarios del socialismo y del sindicalismo.

      La Segunda Internacional ha reaparecido con la misma mentalidad, los mismos hombres y el mismo pacifismo platónico de los tiempos prebélicos. En su estado mayor se concentran los líderes clásicos del socialismo: Vandervelde, Kautsky, Bernstein, Turati, etc. Malgrado la guerra, estos hombres no han perdido su antigua fe en el método reformista. Nacidos de la democracia, no pueden renegarla. No perciben los efectos históricos de la guerra. Obran como si la guerra no hubiese roto nada, no hubiese fracturado nada, no hubiese interrumpido nada. No admiten ni comprenden la existencia de una realidad nueva. Los adherentes a la Segunda Internacional son, en su mayoría, viejos socialistas. La Tercera Internacional, en cambio, recluta el grueso de sus adeptos entre la juventud. Este dato indica, mejor que ningún otro, la diferencia histórica de ambas agrupaciones.

      Este conflicto entre dos mentalidades, entre dos épocas y entre dos métodos del socialismo tiene en Zinóviev una de sus dramatis personae. Más que con la burguesía, Zinóviev polemiza con los socialistas reformistas. Es el crítico más acre y más tundente de la Segunda Internacional. Su crítica define nítidamente la diferencia histórica de las dos internacionales. La guerra, según Zinóviev, ha anticipado, ha precipitado mejor dicho, la era socialista. Existen las premisas económicas de la revolución proletaria. Pero falta la orientación espiritual de la clase trabajadora. Esa orientación no puede darla la Segunda Internacional, cuyos líderes continúan creyendo, como hace veinte años, en la posibilidad de una dulce transición del capitalismo al socialismo. Por eso, se ha formado la Tercera Internacional. Zinóviev remarca cómo la Tercera Internacional no actúa solo sobre los pueblos de Occidente. La revolución –dice– no debe ser europea, sino mundial. “La Segunda Internacional estaba limitada a los hombres de color blanco; la Tercera no subdivide a los hombres según su raza”. Le interesa el despertar de las masas oprimidas del Asia. “No es todavía” –observa– “una insurrección de masas proletarias; pero debe serlo. La corriente que nosotros dirigimos libertará todo el mundo”.

      Zinóviev polemiza también con los comunistas que disienten eventualmente de la teoría y la práctica leninistas. Su diálogo con Trotski, en el Partido Comunista ruso, ha tenido, no hace mucho, una resonancia mundial. Trotski y Preobrazhenski, etc., atacaban a la vieja guardia del partido y soliviantaban contra ella a los estudiantes de Moscú. Zinóviev acusó a Trotski y a Preobrazhenski de usar procedimientos demagógicos, a falta de argumentos serios. Y trató con un poco de ironía a aquellos estudiantes impacientes que “a pesar de estudiar El capital de Marx desde hacía seis meses, no gobernaban todavía el país”. El debate entre Zinóviev y Trotski se resolvió favorablemente para la tesis de Zinóviev. Sostenido por la vieja y la nueva guardia leninista, Zinóviev ganó este duelo. Ahora dialoga con sus adversarios de los otros campos. Toda la vida de este gran agitador es una vida polémica.

      [15] En este ensayo, Mariátegui sigue de cerca el libro de Trotski Literatura y revolución, de 1924. [N. de E.]

      [16] El empleo del italianismo tramonto y de sus derivados es una constante en los textos de Mariátegui, que así alude a la declinación o “crepúsculo” (otra palabra que utiliza) de un diverso conjunto de fenómenos en la época de crisis a la que asiste. [N. de E.]

      [17] Véase nota sobre Romain Rolland en “El hombre y el mito”. [N. de E.]

      [18] Édouard Herriot, La Russie Nouvelle, París, J. Ferenczi et Fils, 1922. [N. de E.]

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