de miedo y de dolor—. Si no lo haces por ti, hazlo por tu hijo. —Yaiza cesó de llorar casi de inmediato y la miró sorprendida, atónita. La enfermera asintió con la cabeza—. Estás embarazada.
La enfermera sonrió, ayudándola a levantarse.
Para Yaiza, esa sonrisa fue la luz de un ángel.
—Ayúdame —le pidió abrazando a esa desconocida que, por alguna razón, se había convertido en su Mesías.
La enfermera, Judith, puso en marcha todo el protocolo preparado para afrontar una situación de maltrato y de emergencia, pues algo le decía en el corazón, que esa chica corría un grave peligro.
Mientras esperaban a la policía, ella estaba a salvo en compañía de ese ángel de la guarda vestido de blanco.
Albert, mientras tanto, exigió ver a su mujer, y cómo nadie se lo facilitó, entró a la fuerza para llevársela.
El personal de seguridad ayudó a que no la encontrara, hasta que llegó la policía y lo detuvo.
Al informarle de los hechos que justificaban su detención, gritó lleno de furia que mataría a su mujer.
El juicio fue duro, pero lo sentenciaron a ocho años de prisión.
Yaiza sonrió pensando en cómo la prisión de una persona podría convertirse en su libertad.
Ocho años. Quizá no eran demasiados, sin embargo, podría rehacer su vida, cambiar de nombre y de domicilio. Trabajaría de lo que estudió: magisterio, profesora de historia, como había soñado. Empezaría una nueva vida lejos de todo lo que le atara a su antiguo carcelero.
Sonrió al recordar la sonrisa de la enfermera que le salvó la vida.
Sonrió al tocarse el vientre, abultado levemente por una nueva vida que sería el motor de la suya.
Respiró hondo, llenando sus pulmones con un aire renovado, limpio y puro.
Estaba segura de que sería una niña.
Sin querer, ya había pensado que la bautizaría bajo el nombre de Liberi.
Respiró con una sonrisa volviendo a la realidad.
Una realidad en la que era dueña de sus acciones, de su cuerpo, de su vida.
Una realidad nueva.
Una realidad donde era libre.
Mi libertad es tenerte
Dani Padilla
«La misma mirada. La misma manera de hacerse comprender».
Él supo de inmediato que ya la conocía cuando sus miradas se cruzaron. Sin embargo, era la primera vez que estaban frente a frente.
—¿Estás nervioso? —le preguntó ella.
—Lo suficiente como para saber que nada de esto es real.
Ella miró a la nada y asintió. Ambos se encontraban a varios metros de distancia, uno frente al otro en un espacio diáfano, solo separados por una verja que se tornaba infinita a la mirada, aunque al amparo de una claridad embaucadora.
—¿Estoy soñando? —Pasó con inocencia las palmas de las manos por sus mejillas.
—No exactamente. Pero cuando algo se desea con mucha intensidad, de alguna manera acaba por cumplirse.
—No eres real —zanjó mientras fruncía el ceño, pero sin apartar la mirada del bello rostro de la chica. Era joven y desprendía vitalidad por cada uno de los poros de su delicada piel.
—Puede que a vista de un extraño no lo sea. Pero para ti sí. Hemos compartido tanto juntos… —rememoró mientras volvía a perder la mirada a través del espacio que abarcaban—. Me has visto crecer y convertirme en lo que soy. Aunque quizá estés confundiéndome con alguna otra persona. ¿Me imaginabas así, tal como soy?
—Nunca te imaginé —contestó a la defensiva y con un tono hosco que le hizo sentir culpable. Ella dibujó una mueca triste en su rostro.
—Solo vamos a poder compartir unos pocos minutos más. Déjame decirte todo lo que siento. De lo contrario me arrepentiré durante el resto de mi vida.
Él asintió impasible, pero cautivado en su interior por aquella vitalidad invisible que lo rodeaba. Había algo en aquella adolescente… Algo que le atraía.
—La primera vez que te vi… —Hizo un gesto abarcando un gran espacio entre sus manos—. No supe cómo reaccionar. Entiendo que mi inocencia me jugó una mala pasada y te pido disculpas. Siempre me he avergonzado y es lo primero que necesitaba decirte.
Él no pudo más que rebobinar sin éxito hasta un punto que desconocía. No alcanzaba a recordar mientras ella tejía halagos en cada una de sus palabras.
—Supe que contigo sería mejor. Que sería capaz de mostrarme a mí misma. Aunque mis lagunas fueran tan visibles como la inmensidad del mar. —Torció el gesto—. Pero te necesitaba. Y te necesito.
El hombre se removió incómodo en su asiento de madera mientras buscaba conexión entre aquella mirada y alguna que ya conociera. Su tono de voz, sus movimientos, todo lo llevaba a través del mismo camino. Pero no podía ser. Ella suspiró.
—No me reconoces, ¿verdad?
Por primera vez en el transcurso de su corta conversación, la contempló intentando desnudar sus sentimientos, aunque negó con la cabeza.
—Cada palabra tuya significa un mundo entero para mí. Conjunciones de planetas, galaxias infinitas que se pierden en el horizonte… Perdona que me ponga filosófica, pero me abrumas. Eres tal y como te recuerdo. Déjame decirte que te noto algo tenso y asustado. Créeme que soy buena al notar ese tipo de sensaciones. No suelo equivocarme.
—¿Qué quieres de mí?
—Lo mismo que hasta ahora. Crees ser culpable de haberme privado de mi libertad, Quim, por eso me personificas tras esta reja que nos separa. Pero, todo lo contrario, querido mío. Me has dado la vida. Y yo daría mi vida por ti.
Ya visiblemente ruborizado, Quim se puso en pie y se acercó a la alambrada que los dividía.
—No eres real, y esto es un sueño.
—Incluso tus menosprecios me son productivos. Me alimentas con tu odio para comprenderte y, de esa manera, poder agradecerte todo lo que haces por mí.
—¿Y qué demonios hago yo por ti? Ni siquiera te conozco.
—Sabes que estás mintiendo. Puedes ser capaz de engañarte a ti mismo. Puedes intentar herir mis sentimientos, sin embargo, nunca me harás ver lo que no existe. No puedes mentirme. Te conozco demasiado bien.
—O crees hacerlo. —La joven también se levantó de su asiento de madera y lo miró directamente a los ojos, con el corazón en un puño.
—No hay nada que me reconforte más que verte regresar a casa. Tus caricias, tus miradas… Puedo llegar a comprenderte solo con tus gestos, con tu olor, con tu manera de moverte. Cuando te emocionas, yo lo hago por partida doble. Y cuando sufres, tu pena sucumbe conmigo.
—Basta, por favor—expresó él visiblemente hastiado. Abrió sus brazos y abarcó el inmenso espacio que tenía a su alrededor—. Mira, no sé dónde estamos, ni siquiera quién eres. Pero si esto es un sueño, por favor, haz que termine ya.
—Querrás repetir este momento. —Una lágrima resbaló por la mejilla de la joven—. Querrás rememorar cada uno de los segundos que estamos pasando juntos. Pero te advierto que será imposible. Antes de desvanecernos, permíteme decirte algo que para ti puede que no sea importante, pero significa todo un mundo para mí.
Fue en aquel momento cuando Quim