tristeza en su interior mientras ella continuaba expresando sus sentimientos más verdaderos:
—Te ruego que recuerdes todos y cada uno de los momentos que hemos vivido juntos. Solo de esa manera podremos volver a encontrarnos algún día. Ese es el secreto para que ambos seamos libres toda la eternidad.
Y, en ese preciso instante, bajo el influjo de aquella claridad abrumadora, el espacio infinito se desvaneció frente a él.
«La misma mirada, la misma manera de hacerse comprender».
Tuvo una pesadilla que lo hizo sobresaltarse. Aturdido, intentó recomponer sus pensamientos. Eran las tres de la madrugada y había vuelto a quedarse dormido en el sofá del salón, viendo algo sin importancia que emitían en la televisión. La luz desprendía un reflejo tenue y desalentador. Su mujer y los niños dormían en el piso de arriba, impasibles a todo.
«Maldito confinamiento. Acabará por volvernos locos».
Entonces, como tantas otras veces, como en tantas otras ocasiones, percibió que alguien lo miraba desde cierta distancia. Había notado su repentino despertar y se había sobresaltado como él. Quim se reincorporó del sofá y le devolvió la mirada.
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