del mundo’”, ese en el que todos actuamos, representamos un papel, con la diferencia de que algunos, como Fernando, no solo lo saben, sino que lo sienten y lo sufren cada día hasta el punto de perder el sueño. Y recordé también lo que nos dijo una vez un amigo común: que en esta vida de profesores universitarios todos somos unos impostores, pero que hay que tratar de ser lo que somos, unos farsantes, siéndolo “de verdad”.
Luiz leyó el fragmento de Nietzsche en voz alta, lentamente y con cierta solemnidad, y enseguida me recordó una de mis frases en Pedagogía profana, en esa sección que se titula “Cómo se llega a ser lo que se es”: “No seas nunca de tal forma que no puedas ser de otra manera” (19). Se me ocurrió, para responderle, que la escuela es una invención griega que nace con ese presupuesto que Nietzsche considera como típicamente ateniense, ese postulado que dice que no hay nada dado en la naturaleza humana, ni como origen ni como destino; que nada está predestinado y que todo está abierto, es decir, que cualquiera puede aprenderlo todo, que cualquiera puede ser cualquier cosa. La escuela, precisamente, como ese extraño invento que suspende cualquier predestinación, cualquier vocación que pueda vivirse como dada o asignada. La escuela, en definitiva, como ese extraño lugar en el que se aprende que no hay vocación, que no hay destino, y que lo que uno llega a ser es el resultado de una construcción siempre contingente y arbitraria. Y por ahí seguimos, en animada conversación, dándole vueltas a eso de la vocación y a que tal vez lo que nos hace ser lo que somos no sea algo que se descubre sino algo que se inventa y que, desde luego, también hay que aprender. De hecho, como decía el poeta Manoel de Barros, “todo lo que no invento es falso” y, como decía Antonio Machado, otro poeta: “también la verdad se inventa”. El asunto, naturalmente, es pensar la relación entre “verdad” e “invención” y poder darle un sentido interesante a eso de que lo que hay que hacer es inventar, o inventarse, “de verdad”.
1- Zambrano, M. (2002). La vocación del maestro. En L’art de les mediacions. Textos pedagògics. (Selecció, introducció i notes de Jorge Larrosa y Sebastián Fenoy). Barcelona: Publicaciones de la Universitat de Barcelona, pp. 90-103.
2- Flusser, V. (2002). La no-cosa II. En Filosofía del diseño. La forma de las cosas. Madrid: Síntesis, p. 111.
3- Sennett, R. (2000). La corrosión del carácter. Las condiciones personales del trabajo en el nuevo capitalismo. Barcelona: Anagrama, p. 68. Las demás citas en las páginas 70-71 y 77.
4- Pardo, J. L. (2010). Ensayo sobre la falta de vivienda. En Nunca fue tan hermosa la basura. Madrid: Galaxia Gutenberg, pp. 159-160.
5- Pardo, J. L. (2010). El conocimiento líquido. En Nunca fue tan hermosa la basura. Madrid: Galaxia Gutenberg, pp. 256.
6- Pardo, J. L. (2004). La regla de juego. Madrid: Galaxia Gutenberg, pp. 416-417.
7- Pardo, J. L. (2010). El conocimiento líquido. En Nunca fue tan hermosa la basura. Madrid: Galaxia Gutenberg, pp. 269.
8- Simons, M. y Masschelein, J. (2014). Defensa de la escuela. Una cuestión pública. Buenos Aires: Miño y Dávila. Todas las citas entre las págs. 120 y 138.
9- La letanía, junto con los demás ejercicios realizados, puede encontrarse en el DVD incluido en Larrosa, J. (ed.). (2018). Elogio de la escuela. Buenos Aires: Miño y Dávila.
10- Benjamin, W. (1971). Tesis de filosofía de la historia. En Angelus Novus. Barcelona: Edhasa, pp. 79-80.
11- Esas cuatro citas son el resultado de descomponer un solo párrafo que puede encontrarse en Sennett, R. (2009). El artesano. Barcelona: Anagrama, pp. 20-21. La siguiente cita es de la página 23.
12- Sennett, R. (2000). La corrosión del carácter. Las condiciones personales del trabajo en el nuevo capitalismo. Barcelona: Anagrama, p. 10.
13- Canetti, E. (1980). La lengua absuelta. Barcelona: Muchnik, todas las citas entre las páginas 187 y 191.
14- Canetti, E. (1977). Cincuenta caracteres. El testigo oidor. Barcelona: Labor.
15- Canetti, E. (2013). Conversación con Hans Heinz Holz. En E. Canetti, Arrebatos verbales. Obra completa 9. Barcelona: Debolsillo, p. 760.
16- Deleuze, G. (1970). Proust y los signos. Barcelona: Anagrama, p. 12-13. El resto de las citas de esta sección se halla en las páginas 15, 20, 24-25, 32-33.
17- Nabokov, V. (1986). Habla memoria. Barcelona: Anagrama, p. 95.
18- Nietzsche, F. (1979). La gaya ciencia. Barcelona: Olañeta, pp. 208-209.
19- Larrosa, J. (2017). Pedagogía profana (edición conmemorativa y ampliada). Buenos Aires : Miño y Dávila, p. 52.
03
CAPÍTULO
De las manos y las maneras
“Yo trabajo” significa: no me contento con asegurar mi subsistencia.
“Lo que hago ahí es trabajo” significa: eso puedo repetirlo.
Peter Handke
Dar rodeos y buscar setas
(Con José Ortega y Gasset, Anna Tsing y Peter Handke)
Algunos de los estudiantes me dijeron que había habido conversaciones interesantes, sí, pero que tenían la sensación de que estábamos aún en los alrededores del tema y empezaban a desconfiar de que en algún momento entrásemos directamente en una cierta caracterización del oficio de profesor. De ahí que me sintiera obligado a hacer alguna consideración sobre qué estábamos haciendo y cómo lo estábamos haciendo. Más aún cuando esta segunda parte del curso que estaba a punto de comenzar iba a consistir también en una serie de rodeos por las manos y las maneras artesanas, en los que quería que los estudiantes me acompañaran.
Hablé primero de mi inclinación a lo que dicen que Ortega llamaba “el método Jericó”, ese que se reflejaba en el modo como los israelitas, guiados por Josué, hicieron que las murallas de la ciudad cisjordana se derrumbaran solas después de dar varias vueltas a su alrededor haciendo sonar los cuernos. Como se sabe, el método consiste en investigar un asunto sin atacarlo directamente, manteniéndose en los márgenes, en una cierta periferia, aproximándose de un modo oblicuo e indirecto, rodeándolo, trazando en torno a él, pacientemente, una serie de círculos que permitan mirarlo desde diversas perspectivas, a distintas distancias, dándole vueltas y más vueltas, intentando que mientras tanto la conversación sea lo más interesante posible y con la esperanza, sin ninguna garantía, de que durante los rodeos se produzca alguna brecha que permita iluminar y mostrar (revelar) algo del asunto en cuestión. Así que invité a los estudiantes a dar rodeos y les propuse que, en lugar de tocar los cuernos, nos dedicáramos a buscar setas, eso sí, con muchísima atención.