Louis se había dejado tanto, cuando en casa siempre habían tenido que seguir a rajatabla unas pautas con respecto a las zonas comunes, pero estaba claro que todo era por la influencia de Robert, aquel chico que vivía con él y que era bastante más mayor.
—¿Cuántos años tiene Robert? —se aventuró a preguntar.
—¿Qué importa?
—Tengo curiosidad.
Zane empezó a desabrigarse y a dejar sus cosas sobre la mesa de la estancia.
—Entonces la próxima vez que lo veas tendrás que preguntárselo.
—¿No sabes cuántos años tiene tu compañero de piso?
—¿Qué importa?
Puso los ojos en blanco.
Louis era totalmente despreocupado, hasta límites insospechados. Ella era la única que sabía algo del estilo de vida que llevaba, porque desde luego Emily y Derek no iban nunca hasta allí. Simplemente, lo recibían cuando a él le apetecía presentarse algún domingo para comer en familia. No le gustaba que fuese tan adán, pero tampoco podía hacer nada por evitarlo. Pronto cumpliría veintiún años. Era libre de hacer y deshacer cuanto quisiera, sobre todo tras haberse independizado.
De pronto, la puerta de su habitación se abrió, y entonces apareció Samantha.
—Hola, Zane —le dijo. Ella le correspondió con una sonrisa—. No sabía que vendrías.
Samantha le caía bien. Era una de las compañeras de trabajo de su hermano y sabía que pasaba muchas noches allí.
—Es miércoles —replicó, remarcándoles a ambos el día en el que estaban.
Normalmente, Samantha no estaba por allí los miércoles, al menos no desde tan temprano. Se golpeó la cabeza como recordándose a sí misma el día que era, y luego se dirigió a la zona de la cocina y empezó a fregar los platos. Louis se alejó en cuanto vio que Samantha iba a terminar de recoger y de limpiar.
Zane se molestó.
—Sammy, no deberías ser tú la que fregase los platos —dijo, consciente de que solía ser ella la que acarreaba con esa tarea, y de que, si pasaba varios días sin aparecer por allí, la montaña crecía y crecía.
Ella hizo un gesto como restándole importancia y Zane no insistió más. Seguía molesta, pero al menos habría platos limpios para más tarde. Y en vista de que Robert se había marchado, tal vez ni siquiera tuviese que soportarlo durante la cena. Eso era un gran alivio.
Cogió su carpeta de apuntes y se dispuso a sentarse en uno de los andrajosos sofás que había en la estancia. Louis ya se había repantigado en el más grande de los tres, que era de dos plazas y de mimbre, así que Zane optó por el granate, no sin antes apartar las migajas esparcidas sobre él. Cuando estaba allí, simplemente intentaba no pensar en la suciedad.
Una vez acomodada, acercó la mesa de la sala hasta ella para poder colocar la carpeta y los folios.
—¿Qué tal todo? —le preguntó a su hermano.
Louis se estiró todo lo que pudo y alargó el brazo para coger un paquete de patatas que había sobre el televisor. Un televisor que, por cierto, no funcionaba. Lo abrió y empezó a comer.
Le contestó con la boca llena:
—Bien, como siempre.
—¿Vendrás este domingo?
—Puede.
Zane arrugó el entrecejo y luego echó un vistazo a Samantha, que continuaba con los platos y de espaldas a ella. Luego volvió a mirar a su hermano y le hizo un gesto interrogante con la cara, dando a entender que le preguntaba si algún día la llevaría a casa de Derek.
—No es mi novia —respondió Louis con indiferencia.
Zane no pudo más que aceptar el comentario con perplejidad y continuar con lo que estaba haciendo. Él pareció darse cuenta de su expresión, así que volvió a hablar:
—¡Sammy! —exclamó para llamar su atención—. Mi hermana quiere saber si eres mi novia.
Lo miró con reproche por haberle lanzado ese comentario a la chica. Sin embargo, ella se giró con una sonrisa radiante y, casi riendo, dijo:
—Qué más quisieras tú.
Y entonces Louis se rio en voz alta.
—¿Lo ves?
Zane decidió no añadir nada más. Estuvieron un rato más allí sentados hablando de cosas irrelevantes. Por suerte, Louis le preguntó por los niños, ya que rara vez era él quien sacaba el tema de conversación. Ellos siempre se alegraban mucho de verlo cuando aparecía, porque era como el tío que vivía lejos. Algo bueno del trabajo de Louis, y que hacían para mantener a la familia unida, era ir a comer o a cenar a su restaurante en fechas señaladas. Todos estaban de acuerdo con ello, a pesar de las ausencias del pequeño de los Becker.
—¿Te vas a quedar a cenar? —le preguntó Louis.
—Esa era la idea, sí. Pitt me dijo que me recogería sobre las diez. ¿Tienes algo en la nevera?
—Probablemente, no. ¿Pizza?
Eso significaba que Louis tenía intenciones de pedir comida para que se la trajeran a casa. La verdad era que pocas veces tenía algo para preparar, pues lo habitual en él era que comiera o cenara en el trabajo, de lo contrario compraba comida rápida. Zane siempre se preguntaba cómo era posible que estuviese tan flaco con toda la porquería que comía, y más teniendo en cuenta que cuando no estaba en el trabajo lo único que hacía era comer patatas tirado en el sofá. Asintió a la opción de las pizzas y acto seguido su hermano se levantó para llamar.
Cuarenta minutos después estaban los tres sentados en la mesa grande. Zane había colocado el mantel y Samantha, los vasos y cuchillos. Un poco más tarde sonó el timbre y Louis se acercó a la puerta para pagar y recibir el pedido. Nunca le había preguntado a su hermano cuál era su salario, pero al parecer le daba para llevar una vida tranquila y sin apuros, pues —que ella supiera— nunca le había pedido nada a Derek desde que decidió marcharse. Lo único que sabía a ciencia cierta era que trabajaba muchísimo.
Poco después de que se repartieran los pedazos de pizza, Robert apareció de imprevisto. Entró, olfateó la cena y, sin más, cogió una silla y se sentó al lado de Zane.
—¿Puedo? —preguntó señalando un par de trozos que quedaban en una de las cajas.
Nadie hizo ninguna objeción, así que los cogió y empezó a devorarlos. Como no habían preparado vaso para él, cogió la botella de refresco y bebió directamente de ella. Zane no podía creer que a los otros dos comensales les diese igual todo lo que Robert hacía. Louis nunca le reprochaba nada, al menos nunca cuando ella iba de visita. Él y Samantha se pusieron a comentar algo que les había pasado en el restaurante, así que ella volvió a evadirse.
Muy pronto empezarían las vacaciones de Navidad. Tenía que pensar en pedirle algo de dinero a Derek para poder salir a comprar regalos. Nunca le pedía nada, porque ya se hacía cargo de la universidad, pero siempre recurría a él para los regalos de cumpleaños o de Navidad. Lo que le sobraba siempre se lo devolvía. Era la única de la familia que, por el momento, todavía no había trabajado en nada, lo sabía perfectamente, pero esperaba acabar sus estudios y convertirse en maestra. Pitt iba a graduarse ese curso y también deseaba que encontrase un buen trabajo pronto para que dejase los bares de una vez por todas. Llevaba compaginando el estudiar y trabajar desde los quince años. Se lo merecía.
—¿Alguna noticia de Jake? —mencionó Louis, de pronto.
Zane se sorprendió. Hacía tiempo que no le preguntaba por él. Su hermano siempre pensaba que, de saber algo, ella sería la primera en enterarse, ya no porque él se comunicase directamente con Zane, sino por Arabia. Pero no, lo cierto era que Jake no había dado señales de vida desde hacía ya más de