Zane se dio cuenta de que Samantha también la miraba, a la espera de una respuesta, expectante.
—No, nada —respondió, cabizbaja—. Si supiera algo no esperaría para contártelo, ya lo sabes.
Louis se encogió de hombros. Había adoptado ese movimiento pasota tan característico de Jake siempre que no sabía qué decir. Aunque era el más distinto de los hermanos varones, a veces a Zane le recordaba en algunos aspectos a él, sobre todo en el pelo alborotado y las expresiones de dejadez.
—A saber qué es lo que está haciendo, y dónde.
Ese comentario se le escapó casi a modo de pensamiento, pero ni siquiera pareció darse cuenta. Terminó el último bocado y se levantó para coger un poco de agua del grifo. Robert ya había acabado con lo que quedaba de refresco, y poco después se despidió y volvió a marcharse.
—No lo soporto —comentó Zane.
—Se te nota —respondió Samantha.
Las dos se miraron.
—¿En serio?
—Sí, bastante —añadió mientras terminaba el último borde de pizza que le quedaba de la porción.
Zane se giró hacia su hermano, que había decidido no volver a la mesa y sentarse en el sofá de mimbre de nuevo.
—¿Se me nota, Louis?
Él se acomodó, cogió su paquete de tabaco y sacó un cigarrillo. Solo después de encendérselo le respondió:
—Actúas como si tuviese la peste cuando está cerca de ti.
Ella abrió la boca, perpleja. ¿Tanto se le notaba?
Zane y Samantha fueron las encargadas de recoger las cosas de la cena mientras el ambiente empezaba a cargarse de humo por el cigarrillo de Louis. Ella odiaba que fumase, pero sabía que si quería seguir manteniendo contacto con él tenía que soportarlo, porque desde luego a Louis le daba lo mismo que ella estuviese o no para ponerse a fumar, aunque supiese lo mucho que le molestaba. Cuando terminaron y prepararon la basura para que Zane se la llevara al marcharse, ya eran las diez menos veinte. Pitt la recogería pronto.
Samantha se dirigió con parsimonia hacia donde estaba Louis y compartió el sofá con él. Le quitó el cigarrillo de la boca y le dio unas cuantas caladas. Después se besaron, o, mejor dicho, Louis le giró la cara y se apoderó de sus labios. Zane los miraba, embobada, observando cómo poco a poco se iban apretujando el uno contra el otro con total naturalidad, como si ella no estuviese allí. Llegó un punto en el que tuvo que apartar la mirada, avergonzada, cuando Samantha se colocó justo encima de Louis para seguir con los besos. Carraspeó para recordarles que seguía allí, y solo entonces ella se echó a un lado y continuaron fumando. Ni siquiera se disculparon. Como si nada.
El sonido de un claxon la salvó de aquella incómoda situación. Recogió sus cosas, le dio un beso a cada uno para despedirse y luego salió del apartamento con la bolsa de basura. Se sentía azorada. Ella y Pitt no intimaban tanto, ¡y mucho menos en presencia de otras personas! Le resultaba increíble la naturalirdad con la que su hermano y aquella chica se toqueteaban. ¿Debería subirse así sobre Pitt? Tal vez eso les incitase a dar el siguiente paso.
Sin embargo, cuando subió al coche, se limitó a darle a Pitt un sencillo beso en los labios.
Sábado
16 DE NOVIEMBRE 1991
E
ra sábado por la mañana. Era día de colada.
Arabia acababa de pasar por todas las habitaciones para recoger la ropa sucia y llevársela al lavadero. Aquella casa era tan grande que hasta le molestaba. Solo para limpiar el suelo ya perdía un montón de tiempo, pero claro, acostumbrada a su pequeño apartamento, aquella casa en pleno centro de Los Ángeles no tenía nada que ver.
Jazzlyn estaba jugando en el salón, en el parque que tenía para ella. Su pequeña ya tenía un año y ocho meses. La observó mientras caminaba hacia el lavadero y ella ni siquiera se inmutó. Estaba concentrada en las facciones de una de sus muñecas, así que aprovechó ese momento de entretenimiento y continuó con las tareas. El hecho de tener un cuarto especial para la colada era algo increíble. Había lavadora, secadora y plancha, y ahora que era toda una ama de casa, había aprendido a manejarse con todo, en especial con la plancha para los trajes y camisas de Kevin.
Justo estaba terminando de separar la ropa blanca y la de color cuando el teléfono sonó. Estaba en la cocina, así que salió del cuarto y se dirigió hacia allí. Descolgó mientras sacudía una camiseta blanca para inspeccionar su estado. Tenía una mancha de chocolate justo a la altura del pecho.
—¿Diga? —dijo a la vez que pensaba en dónde había dejado el quitamanchas.
—¡Buenos díiiiiaaaas!
La voz cantarina de su mejor amiga al otro lado la sorprendió.
—¡Zane! —exclamó, feliz—. ¡Qué alegría escucharte!
Se acercó a uno de los armarios superiores de la cocina en busca del quitamanchas. Lo cogió y comenzó a esparcirlo por la zona afectada, con el cable del teléfono estirado al máximo.
—¿Qué tal estáis?
—¡Genial! ¿Y vosotros?
—Muy bien. En un par de semanas termino las clases.
—¿Qué tal te ha ido este semestre?
—Increíble, Ari.
—No sabes cómo me alegro.
Era cierto que se alegraba por ella. Estaba claro que Educación Infantil le hacía mucha más justicia que Enfermería.
Un canturreo le hizo levantar la cabeza hacia donde estaba su hija. La encontró tumbada sobre la moqueta con algo en la mano.
—Perdona un momento, Zane. Jazzy, ¿qué estás haciendo?
La niña no se inmutó.
Arabia caminó hacia delante todo lo que el cable le permitió para descubrir que, de alguna forma, había conseguido hacerse con un rotulador en su zona de juegos y estaba rayando la moqueta.
—¡No! ¡Jazzy! —Dejó caer el teléfono al suelo y corrió hasta ella. La levantó y le quitó el rotulador. Después miró la moqueta, que era de color beis. El rotulador había dejado unas cuantas rayas grisáceas en ella, y en su cara—. Ay, Dios. ¿Qué has hecho?
Aquella era la casa de Kevin. Más tarde tendría que ver cómo conseguir que el suelo volviera a la normalidad. Con la niña en brazos, volvió corriendo a la zona de la cocina a por el auricular.
—Lo siento, Zane. Ya está.
—¿Qué ha pasado?
—Nada, que a tu querida sobrina le gusta experimentar con la moqueta. Espera, que te la paso.
Arabia le colocó el teléfono en su diminuta oreja y observó, expectante, cómo reaccionaba a la voz de Zane.
—¡Hola, preciosa! —decía Zane—. ¿Qué estás haciendo por ahí?
—Hola —respondió Jazzlyn sonriendo.
Le hacía mucha gracia hablar por teléfono.
—Es la tía Zane —le aclaró, aunque era demasiado pequeña como para comprenderlo realmente. Zane le estuvo haciendo algún que otro comentario más mientras ella reía. Después, Arabia volvió a ponerse al auricular—. Deberías ver cómo se ríe cuando te escucha —le dijo a su amiga.
—Tengo ganas de verla... ¿Vais a venir en Navidad?
Arabia estuvo a punto de gritar un «¡sí!», pero entonces recordó el plan que se traía entre manos con Derek, que era nada más y nada menos que aparecer el Día de Acción de Gracias y quedarse a pasar todo el mes de diciembre