Erin Watt

Cuando es real


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Big D y Tyrese, se quedan fuera, pero nos ven a la perfección porque su oficina es un gran cubo de cristal. No sé cómo puede trabajar con toda la planta viéndolo en todo momento.

      Toda mi vida es un gran cubo de cristal. Ni siquiera soy capaz de recordar algún momento en el que haya tenido privacidad.

      —No la ahuyentes. —Es lo primero que Jim me espeta.

      —¿A quién?

      —A Vaughn Bennett. Es la candidata perfecta para hacer de tu novia falsa. La necesitamos.

      —Sí, igual que yo a un enema. ¿Has visto qué boca tiene esa chica?

      —Oakley, te lo advierto.

      —¿Qué? —Pongo los ojos en blanco y me dejo caer en la gran silla de piel que hay tras su majestuoso escritorio.

      No comenta nada respecto a que me haya sentado en su silla. No puede, porque soy el puto Oakley Ford.

      —Uno —empieza Jim—. No tontees con ella…

      —¿No tenemos que hacer precisamente eso? Se supone que vamos a salir juntos.

      —El objetivo es rehabilitar tu imagen. Vaughn jugará un papel crucial en ello, lo que me lleva al punto número dos: nada de antagonismo.

      Estoy a punto de decir «ha empezado ella», pero con ello sonaría como un niño de cinco años. Aunque es cierto. Vaughn Bennett ha sido la que se ha comportado de forma borde y contestona. Yo solo he comentado que su novio parece un idiota pretencioso. No es culpa mía que la gente no soporte las verdades.

      —¿No podías haber contratado a alguien menos… quejica? —gruño.

      —¿Te refieres a una chica más devota? —responde Jim, y su sonrisa cómplice me saca de quicio.

      Vale, puede que me enfade la completa falta de… ¿respeto, supongo? No espero que todas las chicas que conozca se postren a mis pies y me declaren su amor incondicional, pero venga, al menos debería haber dicho que le gustaba mi música o algo. O felicitarme por mi último Grammy.

      ¿Qué se cree esta chica, comportándose como si me hiciera un favor por sentarse en la misma sala de reuniones que yo? Soy Oakley Ford.

      —¿Entonces has cambiado de opinión sobre lo de trabajar con King? —inquiere Jim.

      Le fulmino con la mirada.

      —Tiene que haber otra forma. Volvamos a llamarle.

      —Claro. —Jim saca su móvil y lo desliza hasta el centro del escritorio entre nosotros—. Llámalo. Es el décimo de mis números favoritos.

      Parece un desafio. Cojo el teléfono y empiezo a marcar, pero me doy cuenta de que estoy en el registro de llamadas de Jim. Un quinto de las llamadas son a King. Alzo la mirada para encontrar la de Jim y lo que veo no me da buena espina. Es una mezcla de culpa y resignación.

      Él agacha la cabeza.

      —He intentado llamarlo. No coge mis llamadas para hablar de ti. No le interesa, no hasta que le demuestres que no eres un pequeño capullo consentido que prefiere estar de fiesta en discotecas antes que hacer buena música. Así que si tienes una idea mejor, soy todo oídos, pero como no lo secuestres, lo lleves a una cabina y te montes un «Misery», no creo que vaya a trabajar contigo.

      No puedo seguir manteniendo el contacto visual porque no tengo ninguna otra idea. Me froto la garganta y me pregunto cómo he podido perder la chispa.

      Si fingir que salgo con una chica que no conozco, a la que no le caigo bien, le trae de vuelta, entonces seré el mejor novio que haya tenido esta chica.

      Lo cual no puede ser muy difícil si consideramos que el actual se llama W.

      ***

      Llego a casa una hora después y veo a una pareja medio desnuda liándose en mi cama.

      Permanezco en el umbral durante un segundo, intentando descubrir lo que sucede, pero la rubia delgada tumbada sobre mi colchón extra grande me ve y suelta un chillido ensordecedor.

      —¡Oh! ¡Dios! ¡Mío! ¡Eres Oakley Ford!

      A continuación, vestida con tan solo una minifalda y un sujetador provocativo, salta de la cama y se me lanza encima.

      Tyrese aparece de la nada y le corta el paso.

      La ira y la molestia se remueven en mi interior cuando miro al tío que está en la cama. Apenas lo reconozco, creo que es uno de los amigos de Luke. Pero, ¿por qué está en mi habitación?

      Se pone los pantalones y sale de la cama. Está drogado, o borracho, o ambos cuando murmura:

      —Oak, hermano. Has vuelto pronto. Luke dijo que no regresarías hasta dentro de un par de horas.

      Como si eso le diese derecho a hacer todo tipo de cosas en mi cama.

      Me siento tan asqueado que no puedo ni contestar. Simplemente muevo la cabeza hacia Tyrese, el cual agarra con una mano el brazo de la chica y con la otra el hombro del tipo.

      —Hora de irse —anuncia mi guardaespaldas con su voz de barítono.

      —¡No, espera! —gimotea la rubia—. ¡Quiero una foto con Oakley! ¡Oakley, soy tu mayor fan! ¡Te quiero! ¿Puedo…?

      Sus ruegos se desvanecen al tiempo que Tyrese arrastra a la pareja escaleras abajo.

      Escucho el sonido de una puerta y me giro para ver a una empleada del servicio salir de una de las habitaciones de invitados.

      —¿Todo bien, señor Ford? —pregunta de forma tímida.

      —Todo correcto —señalo mi habitación con el pulgar—. Quema esas sábanas —ordeno bruscamente y después paso por su lado hacia el ala este, donde Luke ha estado quedándose estos últimos días.

      Abro su puerta sin llamar.

      —Fuera —espeto.

      Luke se hallaba despatarrado en la cama viendo la televisión, pero se pone de pie y su mirada nerviosa se fija en mí.

      —Oak —dice con voz débil—. Has vuelto pronto.

      —Sí —contesto—. Y ya es hora de que te vayas.

      —Pero… —Traga saliva—. Venga, tío, ya te lo he dicho, no tengo otro sitio en el que quedarme mientras fumigan mi casa.

      —Ya no es problema mío.

      —Oak…

      —¿Por qué cojones hay desconocidos en mi habitación, Luke? Teníamos un acuerdo. Yo te dejaba quedarte y tú no invitabas a la gente sin consultarme primero.

      —Lo sé, lo siento. Ha sido una idiotez, hermano. Pero la chica de Charlie está obsesionada contigo y es su cumpleaños, y Charlie quería enseñarle tu habitación. Ya sabes —continúa con tono débil—, como regalo de cumpleaños.

      Lo miro con la boca abierta. ¿Espera que me lo crea?

      —¿Cuánto y cuántas veces? —inquiero en tono monótono.

      Luke vuelve a tragar saliva.

      —¿Q-qué?

      —¿Cuánto les cobras por la experiencia de tener sexo en la habitación de Oakley Ford, y cuántas veces lo has hecho?

      Cuando las puntas de sus orejas enrojecen, sé que tengo razón. Y ahora todo el asco que siento está dirigido a mí mismo. Debería haber sabido que Luke me la jugaría antes o después. Siempre lo hacen.

      Lo conocí hace un par de años en el estudio. Yo estaba ensayando con la banda de allí, él tocaba el bajo y nos caímos bien instantáneamente. Nos gustaba la misma música, los mismos videojuegos, todo. Durante un tiempo nos desatamos en las discotecas de Los Ángeles. Le invité a unirse a mi tour. Pero estos últimos meses, Luke se ha convertido en una sanguijuela. Pidiéndome dinero prestado, haciendo que firme cosas para venderlas