Erin Watt

Cuando es real


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de vomitar.

      Capítulo 4

      Ella

      Tengo hambre y mi estómago lleva anunciándolo desde hace media hora. Aun así, nadie sugiere que nos tomemos un descanso para ir a comer, aunque ya casi sea mediodía y Oakley Ford no haya aparecido todavía. Han pasado dos horas. Jim y los abogados han abandonado la estancia, pero todos los demás siguen pegados a sus sillas.

      —Toma una barrita de cereales y una Coca-Cola. —Paisley coloca los aperitivos en la mesa, frente a mí.

      —No me extraña que te guste trabajar aquí —bromeo—. La comida del almuerzo es de lo más sofisticada.

      Pero como tengo muchísima hambre, me meto media barrita en la boca… justo en el mismo momento que Oakley Ford abre la puerta.

      Dos hombres corpulentos con brazos como troncos de un árbol le siguen al interior de la sala. Uno se planta junto a la entrada, mientras que el otro continúa tras del cantante. Apenas me fijo en que Jim y los abogados entran y cierran la puerta, porque estoy demasiado ocupada mirando a Oakley.

      Es más alto de lo que pensaba que sería. Todos en Hollywood son bajitos. Zac Efron es un poco más alto que yo, que mido un metro sesenta y siete. Lo mismo pasa con Daniel Radcliffe. Ansel Elgort es un verdadero gigante, y solo mide uno noventa. Oakley parece ser de la talla de Elgort, pero con muchos más músculos.

      Y está incluso más bueno en persona. No es su pelo rubio, de punta por delante pero corto por detrás. Ni sus ojos verde musgo. Ni su mentón esculpido. Es su aura. Se oyen un montón de cosas como esa, pero hasta que no lo vives en primera persona, no crees que realmente exista.

      Pero él la tiene.

      Todos en la sala se ven afectados. La gente se sienta con la espalda recta y se alisa la ropa. Apenas me doy cuenta de que Paisley se está peinando con los dedos.

      Y yo soy incapaz de apartar la mirada.

      Oakley lleva los vaqueros tan bajos que la marca de sus calzoncillos se ve, mientras alarga el brazo hacia el aparador para coger un botellín de agua. Los músculos de sus brazos están lo bastante definidos como para que se le noten, y yo observo con fascinación cómo flexiona el bíceps derecho cuando le quita el tapón a la botella. Esos músculos me recuerdan al reportaje de fotos que hizo para Vogue sin camiseta hace un par de meses. Las fotos rondaron por Internet, porque la revista sacó una en donde salía solo en calzoncillos, y el tamaño de su entrepierna hizo que todos especularan sobre si se había metido calcetines bajo los bóxer o no.

      Me olvido de que estoy comiéndome una barrita de cereales. Me olvido de que estoy sentada en la mesa con un montón de abogados. Me olvido de mi propio nombre.

      —Lo siento. Había tráfico —dice antes de acomodarse en la silla al final del todo de la mesa. Su guardaespaldas se queda justo detrás.

      Me hallo asintiendo, porque el tráfico de Los Ángeles es horrible. Por supuesto que este guapísimo dios no nos haría esperar a nosotros, unos meros mortales, porque estaba haciendo otra cosa. Espera… ¿tiene el pelo mojado? ¿Se acababa de duchar? ¿Estaba subiendo la temperatura en la sala?

      Este es Oakley Ford y sí que escuché su disco una y otra vez cuando tenía quince años. Y vale, puede que estuviese un poco encaprichada de él, que fue exactamente la razón por la que me enfadé tanto cuando engañó a su novia. Su novia de mentira.

      Que es lo mismo que yo voy a ser.

      De mentira.

      No me gusta mentir, pero se me da bien. Bueno, fingir cosas.

      Paisley me da un pequeño empujón con el hombro.

      —¿Qué? —Luego me percato de que todavía tengo la mitad de la barrita de cereales colgando de la boca.

      Echo un rápido vistazo a la sala y veo que todos se han fijado en ese detalle. Claudia me mira con preocupación. Jim se resigna. No quiero mirar a Oakley, pero lo hago igualmente. Su expresión es una mezcla de horror y fascinación. La mirada que le lanza a su representante dice claramente «espero que estés de broma».

      Lo único que hago es actuar como si no me importara. Muerdo la barrita y empiezo a masticar. La barrita energética, que no era muy atrayente en un principio, sabe a cartón. Todos me observan, y yo mastico incluso más despacio. Luego le doy un gran sorbo a mi Coca-Cola antes de limpiarme la boca con la servilleta que Paisley hace aparecer de forma milagrosa. Estoy segura de que estoy más roja que los labios de la recepcionista, pero hago como que no es para tanto. ¿Ves lo buena que soy haciendo como que todo va perfectamente?

      —Así que, ¿esta es ella? —Oakley hace un gesto con la mano en mi dirección. Ya le he oído hablar antes en entrevistas, pero su voz suena incluso mejor en persona. Profunda, ronca e hipnotizadora.

      Jim vacila y luego baja la mirada a su teléfono. Sea lo que sea que ve en la pantalla, reafirma su determinación. Baja el teléfono.

      —Oakley Ford, esta es Vaughn Bennett. Vaughn, Oakley.

      Empiezo a ponerme de pie y extiendo una mano, pero me detengo a medio camino al ver a Oakley echarse hacia atrás y llevarse las manos a la nuca.

      Pues vale.

      De pronto, todos mis nervios y la vergüenza desaparecen. El alivio los reemplaza. Le doy otro sorbo a mi Coca-Cola. Sorpresa, sorpresa… el señor Famoso es un completo idiota.

      Por un momento, sentí como si estuviese en peligro de caer presa por su magnetismo. Me olvidaría de W, del dinero, de April Showers, de las supermodelos brasileñas y quedaría atrapada en su campo de fuerza. ¿Pero un tío que se burla de mí porque he tenido el coraje de comerme una barrita de cereales mientras todos esperábamos a que el señorito tardón llegara? ¿Que no tiene la cortesía ni de estrecharme la mano?

      Ni de coña me enamoraría de un tío así.

      Miro de soslayo a Paisley, que está sonriendo ligeramente. Debe de haber tenido la misma preocupación.

      —Bueno, ¿vamos a hablar de los términos? Como, ¿cuál es mi horario de trabajo? —pregunto con frialdad, acunando la lata de refresco entre mis manos.

      —¿Horario de trabajo? —repite Claudia, con el ceño fruncido.

      —Sí, porque es mi trabajo.

      Se ríe con nerviosismo.

      —No es un trabajo, sino más bien un…

      —¿Papel? —ofrece una de sus asistentes.

      —Sí. Un papel en una película larga y romántica. Y vosotros dos sois los protagonistas.

      Siento la bilis subir por mi garganta.

      Oakley gruñe de impaciencia.

      —Empecemos.

      Sin preámbulos, Claudia explica nuestro primer contacto con el dibujo y todo lo demás de Twitter. Cuando termina, Oakley bosteza.

      —Vale. Me da igual. ¿Vas a hacerlo tú, no?

      —Bueno, yo no, sino Amy. —Claudia ladea la cabeza hacia la mujer morena a su derecha.

      Amy levanta el teléfono a modo de saludo.

      —Genial. —Golpea las dos manos sobre la mesa—. ¿Entonces ya hemos acabado?

      ¿En serio? ¿He esperado más de dos horas, y solo me he podido comer una barrita de cereales y una ración extra de humillación, por estos cinco minutos en los que Oakley Ford ha demostrado que no va a participar en esta farsa? Sino que voy a flirtear de mentira con una asistente de su equipo de publicidad.

      Me giro hacia Paisley, que se encoge levemente de hombros con arrepentimiento.

      —No. No hemos acabado —ladra Jim desde el otro lado de la mesa. Los dos intercambian una mirada envenenada, pero sea cual sea el poder que tenga Jim sobre Oakley, es suficiente