Erin Watt

Cuando es real


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pasa una mano por su pelo negro, cortado a la altura de los hombros, y me doy cuenta por primera vez de tiene el pelo de punta a los lados. Normalmente, Paisley tiene un aspecto impecable, desde su brillante coronilla hasta la punta de las bailarinas a las que saca brillo todas las noches.

      —El señor Tolson cree que eres perfecta para el trabajo —me dice—. Comentó que eras guapa pero no de forma exagerada. Más como una chica natural y del montón. Te describí como una chica con los pies en la tierra, y él cree que eso complementará a Oakley, porque puede ser muy intenso a veces…

      —Vale, rebobina —la interrumpo—. ¿Hablas de Oakley Ford, la estrella del pop? ¿Oakley Ford, el tipo con tantos nombres de mujeres tatuados en su cuerpo que parece una guía de las antiguas modelos de Victoria’s Secret? ¿Oakley Ford, el que trató de quitarle los pantalones a un monje de Angkor Wat y casi provoca un incidente internacional? ¿Ese Oakley Ford?

      —Sí, ese. —Arruga la nariz—. Y solo tiene un nombre de mujer tatuado, el de su madre.

      Alzo una ceja.

      —¿Te lo ha dicho él o le has hecho una inspección personal?

      Oakley tiene diecinueve años y Paisley, veintitrés, así que supongo que podría pasar, pero es un poco asqueroso. No porque él sea más joven, sino porque Paisley es demasiado guay como para ser una más en la lista de un celebridiota.

      —Puaj, Vaughn.

      —Mira, si lo dices en serio, la respuesta sigue siendo no. De hecho, hay tantas razones por las que negarme que no sé si tendré tiempo de enumerarlas todas. Pero te diré una: ni siquiera me gusta Oakley Ford.

      —Pusiste su disco una y otra vez durante tres meses.

      —¡Cuándo tenía quince años! Oakley Ford fue una fase. Como los colgantes de mejores amigas y Hannah Montana. Además, sus payasadas dejaron de resultarme atractivas. Después de la décima foto liándose con una tía cualquiera en una discoteca, empecé a verlo como un baboso.

      Paisley se vuelve a pasar la mano por el pelo.

      —Sé que es tu año sabático. Y quiero que lo tengas, te lo juro. Pero esto no te llevará mucho tiempo. Quizá una o dos horas cada dos días. Un par de noches. Un par de fines de semana. Es igual que tu trabajo de camarera en Sharkey’s.

      —Esto… ¿no te olvidas de algo?

      Paisley parpadea.

      —¿Qué?

      —¡Tengo novio!

      —¿W?

      —Sí, W.

      Por alguna razón, Paisley lo odia. Dice que su nombre es estúpido y que él es estúpido, pero yo lo quiero de todas formas. William Wilkerson no es el mejor nombre que le puede tocar a alguien, pero eso no es culpa suya. Por ello lo llamamos W.

      —Debe de haber docenas de chicas que quieran fingir salir con Oakley Ford. ¿Y por qué necesita una novia falsa? Podría caminar por el Four Seasons de Wiltshire, señalar a la primera chica que conduzca por su lado y tenerla en una habitación de hotel en cinco segundos.

      —Ese es el problema. —Alza los brazos—. Ya han intentado antes lo de la novia de mentira, pero ella se enamoró de él y él le rompió el corazón. Creo que la mitad de la publicidad negativa que tiene es por ella.

      —¿Te refieres a April Showers? —Doy un grito ahogado—. ¿Eso fue de mentira? Vaya, yo creía en ShOak. Mis sueños de niña a la basura —digo, medio en broma. Los quince fueron complicados para mí, y no solo porque fue cuando mis padres fallecieron.

      Paisley me pega en el hombro.

      —Acabas de decir que no te cae bien.

      —Bueno, no después de que engañase a April con la modelo de bañadores brasileña. —Me muerdo el labio—. ¿En serio era una farsa?

      —En serio.

      Mmm. Puede que tenga que recapacitar sobre Oakley.

      Aunque eso no significa que quiera ser su siguiente novia de mentira para que rompamos de mentira y me engañe de mentira.

      —¿Entonces lo harás?

      La observo.

      —Gano doscientos dólares trabajando de noche en el Sharkey’s. Antes de Navidad dijiste que nos iba bien. —Entrecierro los ojos—. ¿Hay algo que no me hayas dicho?

      El año pasado encontré llorando a Paisley en la mesa del comedor a las dos de la mañana. Admitió que papá y mamá no nos dejaron en una buena situación económica. El dinero del seguro nos mantuvo al principio, pero el verano pasado necesitó una segunda hipoteca para pagar las facturas y pensaba dejar la universidad para conseguir un trabajo. Sorprendida, me senté e hice que me enseñase todo porque solo le quedaba un año para graduarse. Yo terminé el instituto antes porque fui a clases de verano y di clases a distancia que complementé con las presenciales. Aparte, obtuve un permiso especial para asistir a clases avanzadas. Y después encontré trabajo. Servir chuletones y lechuga iceberg no es que sea muy sofisticado, pero paga las facturas.

      O eso creía.

      —No. Estamos bien. Es decir… —Se le apaga la voz.

      —Entonces mi respuesta es no. —Nunca me ha interesado la otra cara de Los Ángeles. Parece tan artificial, y yo ya llevo fingiendo bastante.

      Tengo la mano sobre el pomo de la puerta cuando Paisley suelta la bomba.

      —Te pagarán veinte mil dólares al mes.

      Me doy la vuelta despacio, boquiabierta.

      —Es una puta broma, ¿no?

      —No digas palabrotas —responde automáticamente, pero sus ojos brillan de entusiasmo—. Eso durante un año entero.

      —Eso…

      —¿Pagaría la universidad de los chicos? ¿Pagaría ambas hipotecas? ¿Nos facilitaría las cosas? Sí.

      Soplo para quitarme el flequillo demasiado largo de la cara. La propuesta es una locura. Es decir, ¿quién paga tal cantidad de dinero a una chica cualquiera por fingir ser la novia de una estrella del pop durante un año? Quizá eso en la industria de la música y el cine sea normal, pero yo crecí con padres que eran profesores de primaria.

      De repente me pregunto qué dirían mis padres al escuchar la oferta si estuviesen vivos. ¿Me animarían a hacerlo o me dirían que huyese lo más rápido posible? La verdad es que no lo sé. Les gustaba explorar nuevas oportunidades y conducir por los caminos menos transitados. Era una de las cosas que más me gustaba de ellos, y echo de menos a los impulsivos y marchosos de mis padres. Los echo mucho de menos.

      Dicho esto, su amor por lo espontáneo es parte de la razón por la que nos hace falta el dinero.

      —Una oportunidad como esta no aparece todos los días, pero no tienes por qué decir que sí —me asegura Paisley. Sus palabras dicen una cosa; su tono tirante, otra.

      —¿Cuánto tiempo tengo para pensarlo?

      —Jim Tolson quiere una respuesta mañana por la mañana. En caso de ser un sí, quiere que vayas a la agencia para reunirte con él y con Oakley.

      Oakley. El maldito Oakley Ford.

      Esto es… de locos.

      —Vale, lo pensaré. —Suelto aire—. Tendrás mi respuesta por la mañana.

       Veinte mil dólares al mes, Vaughn…

      Ya. Estoy bastante segura de que ambas sabemos perfectamente cuál será mi respuesta.

      Capítulo 3

      Ella

      He dicho que sí.

      Porque: