Eladi Romero García

Regreso al planeta de los simios


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caracterizaba, en ocasiones similar a la voz humana. De hecho, en más de una ocasión Adrián había creído escuchar palabras como «bueno», «quizá», «venga ya» en boca de su voluminoso gato, un felino macho (aunque castrado) de raza calicó con casi diez kilos de peso. Un enorme potencial de carne, pelo y huesos alimentado día a día con pollo crudo, filetes de pavo a las finas hierbas y comida especial para gatos, tanto seca como en salsa.

      Fuera, el ambiente estaba dominado por nubes que amenazaban tormenta, algo bastante habitual en Asturias. A pesar de todo, Adrián abrió las ventanas para que sus gatos pudieran entretenerse observando todo lo que sucedía en la calle. Cuando desayunara, los sacaría..., como cada mañana, a dar su paseo por esas callejuelas de pueblo, irregularmente asfaltadas y dominadas por la vegetación, donde ambos felinos se dedicarían a purgar sus estómagos con las diversas hierbas curativas que solo ellos conocían. Y todo gracias a ser, en ese aspecto, mucho más sabios que los humanos. O al menos bastante más cuidadosos con su salud.

      Adrián, que al estar sumido en el mundillo del colesterol también procuraba cuidarse lo suyo, desayunó con calma, saboreando su tostada de pan entomatado, su café descafeinado con leche desnatada sin lactosa y su pastilla contra la hipertensión. La radio seguía desgranando noticias a borbotones, una tras otra en una rápida solución de continuidad, hasta que el locutor anunció la tertulia política cotidiana, el momento esperado por el feliz jubilado para apagar el aparato. Sin embargo, fue lo último que escuchó lo que frenó su impaciencia por recuperar el silencio en su hogar.

      —Como hemos anunciado ya, hoy, 15 de febrero, el presidente Sánchez, anunciará la fecha de las próximas elecciones... Y, en primer lugar, me gustaría comentar con vosotros esa noticia, que no por menos esperada...

      El periodista, con voz bien modulada, siguió con su matraca, aunque Adrián había dejado de escucharlo. Su atención estaba ahora centrada en su reloj de pulsera, y más concretamente, en el día que marcaba.

      «Pues sí, es día 15...», constató.

      Allí había algo que no cuadraba, porque estaba seguro de que cuando se metió en la cama la noche anterior, el calendario señalaba el día 13, 13 de febrero de 2019. ¿Dónde había ido a parar el 14, festividad de los enamorados por más señas? Porque, si realmente ese día había llegado a formar parte de su vida, y la lógica así lo establecía sin ningún tipo de duda, no recordaba absolutamente nada de lo que pudo haber hecho o dejado de hacer en esas veinticuatro horas.

      Intuyendo que Internet podría ayudarlo a desvelar aquel misterio, enchufó su portátil bajo la atenta y censuradora mirada de los gatos, que en silencio pero con firmeza exigían su paseo matutino.

      —Ahora voy, chicos, ahora voy. Dejadme comprobar una cosa..., por favor.

      El ordenador tardó su tiempo en conectarse con la Red, habida cuenta de que su conexión wifi dependía de que el rúter del vecino estuviera encendido, ya que Adrián no había contratado dicho servicio al constatar que podía conseguirlo gratis.

      Por suerte, Ramón, que así se llamaba el generoso vecino, siempre mantenía activa su tecnología. Aunque con la inevitable lentitud derivada de la distancia, no tardó en abrir una web dedicada a difundir noticias de todo tipo, tanto verdaderas como falsas.

      De todo lo que leyó, no recordaba absolutamente nada. La web hacía referencia principalmente al juicio a los independentistas catalanes, al rechazo por parte del Congreso de los Diputados de los presupuestos presentados por el presidente del gobierno Pedro Sánchez y al ascenso en la expectativa de voto del partido ultraderechista VOX. Noticias que a Adrián le importaban más bien poco, por no decir nada, aunque tampoco le sonaba haberlas oído o visto ni en la radio ni en la televisión.

      «Bienvenido, míster Alzheimer», pensó con resignación.

      A continuación, abrió su correo electrónico por si descubría algo que le pudiera aclarar un poco la situación. La bandeja de «recibidos» apareció repleta de los inevitables anuncios de empresas inmobiliarias que le ofrecían oportunidades para comprar viviendas tanto en Asturias como en Madrid. Una rutina que venía padeciendo día tras día desde que se metió en el juego de comprar una casa en el concejo asturiano de Llanes, y que al parecer no podría evitar hasta que se decidiera a abominar de la Red. Sin embargo, de lo que sí estaba razonablemente seguro era de que, cada vez que recibía un mensaje de ese tipo, lo eliminaba de inmediato, y allí aparecían siete, todos ellos fechados el 14 de febrero. Una evidencia que resultaba poco menos que inquietante. Sin embargo, lo que acabó por sumirle en la más absoluta incertidumbre fue el correo perteneciente a una empresa dedicada a gestionar espectáculos, por el que se le hacía llegar en formato PDF una entrada para el concierto de Pablo und Destruktion, que debía celebrarse el próximo sábado en la Casa del Cordón de Burgos. Una entrada que, como Adrián constató en su cuenta bancaria digital, había sido pagada mediante su tarjeta de crédito. Que no recordara el asunto de los presupuestos generales del Estado tampoco resultaba tan relevante..., pero que hubiera olvidado la adquisición de una entrada para asistir a un concierto al día siguiente... Aquello sí resultaba extremadamente preocupante.

      Conocía a Pablo García Díaz, era consciente de ello. Un cantante gijonés que había creado el proyecto musical denominado Pablo und Destruktion, basado en la combinación muy personal de la psicodelia, el blues y el folk. A Adrián le gustaban algunas de sus canciones, y de hecho, había descargado (gratis, por supuesto) casi toda su discografía. Pero de ahí a asistir a uno de sus conciertos, que además iba a celebrarse en Burgos, a más de 200 kilómetros de Llanes, había un abismo.

      ¿O no? Porque en algún momento decidió que le agradaría escuchar a su nuevo ídolo musical en vivo. Ahora bien, ¿cuándo lo decidió realmente? Aunque la respuesta parecía clara, y apuntaba inevitablemente al 14 de febrero, por más que se esforzaba no lograba recordar nada, ni cuándo se había enterado de que Pablo García iba a cantar en Burgos, ni cuándo había decidido acudir a oírlo, ni en qué momento del día anterior había adquirido la entrada. El asunto del concierto parecía haber sido engullido por una espesísima tiniebla cerebral.

      Los gatos, comprendiendo que algo grave le estaba sucediendo a su colega, habían decidido tumbarse pacientemente en el sofá, confiando en que Adrián pudiera recomponerse cuanto antes.

      —Bueno, chicos, vamos —anunció entonces, sorprendiendo gratamente a los felinos—. ¿Qué más da que no recuerde nada de lo que hice ayer? Aunque..., la verdad, vosotros podríais darme alguna pista... Imagino que también dimos nuestro paseo..., ¿o no?

      Chapinete maulló algo parecido a una afirmación, aunque su colega humano no quedó muy convencido.

      Adrián se sentía razonablemente feliz en su nueva casita de Poo de Llanes, un pueblecito situado a tres kilómetros de la capital del concejo. Casi dos años después de jubilarse, por fin había logrado cumplir su sueño de residir en aquel rincón de Asturias que tanto lo hechizaba. Con lo que había conseguido ahorrar después de mucho tiempo de estrecheces, sumado al importe obtenido de la venta de su pequeño apartamento de Binéfar, logró reunir el importe exigido para adquirir una vivienda que, tras varios meses de búsqueda por la Red, satisfacía ampliamente todas sus necesidades. Una casita de dos plantas, modesta, pero bien soleada cuando el astro rey aparecía por aquellas tierras, y a escasos setecientos metros de una playa en la que resultaba del todo imposible ahogarse. Además, pudo obtenerla completamente amueblada, por lo que el día en que abandonó el secarral oscense donde había transcurrido su existencia durante casi veinticinco años, lo hizo prácticamente con lo puesto, dejando atrás toda una inmensa biblioteca de libros en papel que sin duda, por el aspecto de la persona que había comprado su anterior pisito, acabarían vendidos en una librería de viejo o, en el peor de los casos, lanzados al contenedor de papeles. Una cuestión que al viejo profesor jubilado lo traía sin cuidado, habida cuenta de que solo en su ordenador tenía almacenados más de cinco mil libros digitales, todos ellos descargados gratuitamente, a los que había que sumar otros quince mil guardados en una memoria externa. Suficientes para tener lectura durante el resto de su vida y tres o cuatro reencarnaciones más.

      En cuanto abrió la puerta de la casa, los