de la asamblea dominical,3 así ahora los hay que hacen lo imposible para reunirse el domingo para orar, en familia o en pequeños grupos, aunque privados de la presencia del ministro sagrado.
5. Por otra parte, en nuestros días, en bastantes zonas hay parroquias que no pueden gozar de la celebración de la Eucaristía cada domingo, porque ha disminuido el número de los sacerdotes. Además, por circunstancias sociales y económicas, no pocas parroquias se han despoblado. Por esto a muchos presbíteros se les ha encargado celebrar varias veces la misa del domingo, en iglesias diversas y distantes entre sí. Pero esta práctica no siempre es considerada conveniente, ni para las parroquias privadas del propio pastor ni para los mismos sacerdotes.
6. Por este motivo en algunas Iglesias particulares, en las que se dan las anteriores circunstancias, los obispos han considerado necesario establecer otras celebraciones dominicales, ante la falta del presbítero, para que se pudiese tener una asamblea cristiana del mejor modo posible, y se asegurase la tradición cristiana del domingo.
No raramente, sobre todo en tierras de misión, los mismos fieles, conscientes de la importancia del domingo, con la cooperación de los catequistas y también de los religiosos, se reúnen para escuchar la Palabra de Dios, para orar y a veces también para recibir la santa comunión.
7. Teniendo en cuenta todas estas razones y a la vista de los documentos promulgados por la Santa Sede,4 la Congregación para el Culto Divino, secundando también los deseos de las Conferencias Episcopales, considera oportuno recordar algunos elementos doctrinales sobre el domingo, y establecer las condiciones que legitiman tales celebraciones en las diócesis, y hacer algunas indicaciones para su recto desarrollo.
Corresponderá a las Conferencias Episcopales, según la conveniencia, determinar ulteriormente las mismas normas y adaptarlas a la índole y a la situación de los distintos pueblos, informando de ello a la Sede Apostólica.
Capítulo I
EL DOMINGO Y SU SANTIFICACIÓN
8. «La Iglesia, por una tradición apostólica, que trae su origen del día mismo de la resurrección de Cristo, celebra el misterio pascual cada ocho días, en el día que es llamado con razón día del Señor o domingo».5
9. Los testimonios de la asamblea de los fieles, en el día que ya en el Nuevo Testamento es señalado como «domingo»,6 se encuentran explícitamente en los antiquísimos documentos del primero y segundo siglo,7 y entre ellos sobresale el de san Justino: «En el día llamado del Sol, todos los que habitan en las ciudades y en los campos se reúnen en un mismo lugar...».8 Entonces, el día en que se reunían los cristianos, no coincidía con los días festivos del calendario griego y romano, y por esto constituía para los conciudadanos un cierto signo de profesión cristiana.
10. Desde los primeros siglos, los pastores no han cesado de inculcar a los fieles la necesidad de reunirse en domingo: «No os separéis de la Iglesia, pues sois miembros de Cristo, por el hecho de que os reunís...; no seáis negligentes, ni privéis al Salvador de sus miembros, ni contribuyáis a desmembrar su cuerpo...».9 Es lo que ha recordado modernamente el Concilio Vaticano II con estas palabras: «En este día los fieles deben reunirse a fin de que, escuchando la Palabra de Dios y participando en la Eucaristía, recuerden la Pasión del Señor Jesús y den gracias a Dios que los hizo renacer a la esperanza viva por la resurrección de Jesucristo de entre los muertos».10
11. La importancia de la celebración del domingo en la vida de los fieles es indicada así por san Ignacio de Antioquía: «(Los cristianos) no celebran ya el sábado, sino que viven según el domingo, en el que también nuestra vida ha resucitado por medio de él (Cristo) y de su muerte».11
El sentido cristiano de los fieles, tanto en el pasado como en el tiempo presente, ha tenido en tan gran estima el domingo, que en modo alguno han querido olvidarlo ni siquiera en los momentos de persecución y en medio de culturas que están lejos de la fe cristiana o se oponen a ella.
12. Los elementos que se requieren principalmente para la asamblea dominical, son los siguientes:
a) reunión de los fieles para manifestar que la «Iglesia» no es una asamblea formada espontáneamente, sino convocada por Dios, es decir, pueblo de Dios orgánicamente estructurado y presidido por el sacerdote en la persona de Cristo Cabeza;
b) instrucción sobre el misterio pascual por medio de las Escrituras, que son leídas y explicadas por el sacerdote o el diácono;
c) celebración del sacrificio eucarístico, realizado por el sacerdote en la persona de Cristo y ofrecido en nombre de todo el pueblo cristiano, con el que se hace presente el misterio pascual.
13. El celo pastoral se ha de orientar principalmente a hacer que el sacrificio de la misa se celebre cada domingo; porque solamente por medio de él se perpetúa verdaderamente la Pascua del Señor12 y la Iglesia se manifiesta enteramente. «El domingo es la fiesta primordial... que es preciso presentar e inculcar a la piedad de los fieles. No se le antepongan otras celebraciones a no ser que sean de grandísima importancia, porque el domingo es el fundamento y el núcleo de todo el año litúrgico».13
14. Es necesario que estos principios sean inculcados desde el comienzo de la formación cristiana, a fin de que los fieles observen de corazón el precepto de la santificación del día festivo, y comprendan el motivo por el que se reúnen cada domingo convocados por la Iglesia,14 para celebrar la Eucaristía, y no solo para satisfacer la propia devoción privada. De este modo los fieles podrán tener una experiencia del domingo como signo de la transcendencia de Dios sobre la obra del hombre y no como un simple día de descanso, y podrán también comprender más profundamente, en virtud de la asamblea dominical, y demostrar hacia fuera que son miembros de la Iglesia.
15. Los fieles deben poder encontrar en las asambleas dominicales, como en la vida de la comunidad cristiana, tanto la participación activa como una verdadera fraternidad, y la oportunidad de fortalecerse espiritualmente bajo la guía del Espíritu. Así podrán protegerse más fácilmente del atractivo de las sectas, que les prometen alivio en el sufrimiento de la soledad y más completa satisfacción de sus aspiraciones religiosas.
16. Finalmente, la acción pastoral debe favorecer las iniciativas para hacer del domingo «el día de la alegría y del descanso del trabajo»,15 de manera que aparezca en la sociedad moderna como signo de libertad y, en consecuencia, como día instituido para el bien de la misma persona humana, que es sin duda de más valor que los negocios y los procesos productivos.16
17. La Palabra de Dios, la Eucaristía y el ministerio sacerdotal son dones que el Señor ofrece a la Iglesia su esposa. Por esto deben ser acogidos y solicitados como una gracia de Dios. La Iglesia, que goza de estos dones sobre todo en la asamblea dominical, da gracias a Dios en ella, en la espera del perfecto disfrute del día del Señor «delante del trono de Dios y en presencia del Cordero».17
Capítulo II
CONDICIONES PARA LAS CELEBRACIONES DOMINICALES EN AUSENCIA DE SACERDOTE
18. Cuando en algunos lugares no es posible celebrar la misa del domingo, se ha de considerar ante todo si los fieles no pueden acercarse a la iglesia del lugar más cercano para participar allí en la celebración del misterio eucarístico. Esta solución se ha de recomendar también en nuestros días e incluso, en cuanto sea posible, conservarla. Esto requiere, no obstante, que los fieles estén rectamente instruidos sobre el sentido pleno de la asamblea dominical y se adapten de buen ánimo a las nuevas situaciones.
19. Se ha de procurar también que, aún sin misa, el domingo se ofrezca ampliamente a los fieles, reunidos en diversas formas de celebración, las riquezas de la Sagrada Escritura y de la plegaria de la Iglesia, para que no se vean privados de las lecturas que se leen en el curso del año durante la misa, ni de las oraciones de los tiempos litúrgicos.
20. Entre las varias formas conocidas en la tradición litúrgica, cuando no es posible la celebración de la misa, la más recomendable es la celebración de la Palabra de Dios,18 que oportunamente puede ir seguida de la comunión eucarística. De este modo los fieles pueden nutrirse al mismo tiempo de la Palabra y del Cuerpo de Cristo. «Oyendo la Palabra de Dios conocen que las maravillas divinas que se proclaman