oportunamente la celebración del domingo y las celebraciones de algunos sacramentos, y especialmente de los sacramentales, según las necesidades de cada comunidad.
21. Es necesario que los fieles perciban con claridad que estas celebraciones tienen carácter de suplencia, y no pueden considerarse como la mejor solución de las dificultades nuevas o una concesión hecha a la comodidad.20 Las reuniones o asambleas de este tipo no pueden celebrarse nunca en domingo en aquellos lugares en los que se ha celebrado o se va a celebrar la misa o bien se ha celebrado en la tarde del día precedente, aunque haya sido en otra lengua; no es conveniente además que tal asamblea se repita.
22. Evítese con cuidado la confusión entre las reuniones de este género y la celebración eucarística. Estas reuniones no deben suprimir sino aumentar en los fieles el deseo de participar en la celebración eucarística y prepararlos mejor para participar en ella.
23. Los fieles han de comprender que no es posible la celebración del sacrificio eucarístico sin el sacerdote y que la comunión eucarística, que pueden recibir en estas reuniones, está íntimamente unida al sacrificio de la misa. Por este motivo se puede mostrar a los fieles lo necesario que es rogar «para que los dispensadores de los misterios de Dios sean cada vez más numerosos y perseveren siempre en su amor».21
24. Compete al obispo diocesano, oído el parecer del consejo presbiteral, establecer si en la propia diócesis debe haber regularmente reuniones dominicales sin la celebración de la Eucaristía, y dar normas generales y particulares para ello, teniendo en cuenta las circunstancias de las personas y de los lugares.
Por consiguiente, no se organicen asambleas de este tipo, si no es mediante la convocatoria del obispo y bajo el ministerio pastoral del párroco.
25. «No es posible formar una comunidad cristiana si no tiene como raíz y eje la celebración de la santísima Eucaristía».22 Por esto, antes de que el obispo establezca que se hagan reuniones dominicales sin la celebración de la Eucaristía, además del estudio sobre la situación de las parroquias (cf. núm. 5), deben ser examinadas la posibilidad de recurrir a presbíteros, también los religiosos, no directamente vinculados a la cura de almas, y la frecuencia de las misas celebradas en las diversas iglesias y parroquias.23
Se ha de mantener la primacía de la celebración eucarística sobre cualquier otra acción pastoral, especialmente en domingo.
26. El obispo, personalmente o mediante otras personas, instruirá a la comunidad diocesana con la oportuna catequesis sobre las causas que motivan esta decisión, destacando su gravedad y exhortando a la corresponsabilidad y a la cooperación. Él designará un delegado o una comisión especial que cuide de que las celebraciones se desarrollen correctamente; escogerá a quienes han de promoverlas y hará que estén debidamente instruidos. Pero siempre procurará que los fieles afectados puedan participar en la celebración eucarística el mayor número posible de veces al año.
27. Es misión del párroco informar al obispo sobre la conveniencia de hacer estas celebraciones en su jurisdicción; preparar a los fieles para ellas; visitarlos alguna vez durante la semana; celebrar para ellos los sacramentos en el momento oportuno, especialmente la Penitencia. De este modo la comunidad podrá experimentar de verdad cómo se reúne el domingo no «sin el presbítero» sino solamente «en su ausencia», o mejor aún, «en su espera».
28. Cuando no sea posible la celebración de la misa, el párroco procurará que se distribuya la sagrada comunión. Cuidará también de que en cada comunidad se tenga la celebración eucarística en el tiempo establecido. Las hostias consagradas deben renovarse frecuentemente y conservarse en lugar seguro.
29. Para dirigir estas reuniones dominicales deben ser llamados los diáconos, como primeros colaboradores de los sacerdotes. Al diácono, ordenado para apacentar al Pueblo de Dios y para hacerlo crecer, corresponde dirigir la plegaria, proclamar el evangelio, pronunciar la homilía y distribuir la Eucaristía.24
30. Cuando estén ausentes tanto el presbítero como el diácono, el párroco designará a laicos, a los que encomendará el cuidado de las celebraciones, es decir, la guía de la plegaria, el servicio de la Palabra y la distribución de la santa comunión.
Deberá elegir en primer lugar a los acólitos y lectores, instituidos para el servicio del altar y de la Palabra de Dios. Faltando también estos, pueden designarse otros laicos, hombres y mujeres, que pueden ejercer esta función en base a su bautismo y a su confirmación.25 Estos sean elegidos atendiendo a su conducta de vida, en consonancia con el Evangelio, y se tenga en cuenta el que puedan ser bien aceptados por los fieles. La designación se hará habitualmente por un período determinado y se manifestará públicamente a la comunidad. Es conveniente que se haga una plegaria especial por ellos en alguna celebración.26 El párroco se responsabilizará de dar a estos laicos una oportuna y continua formación y de preparar con ellos unas celebraciones dignas (cf. capítulo III).
31. Los laicos designados considerarán el encargo recibido, no como un honor, sino como una misión y un servicio para con los hermanos, bajo la autoridad del párroco. La función no es propia de ellos, sino supletoria, porque la ejercen «donde lo aconseje la necesidad de la Iglesia y no haya ministros».27
«Hagan todo y solo aquello que corresponde a la misión que han recibido».28 Ejerzan su propia función con sincera piedad y con orden, como conviene a esta misión y como les exige justamente el Pueblo de Dios.29
32. Si un domingo no se puede hacer la celebración de la Palabra de Dios con la distribución de la sagrada comunión, se recomienda vivamente a los fieles «que permanezcan en oración durante el tiempo debido personalmente, en familia, o, si es oportuno, en grupos familiares».30 En estos casos pueden ser útiles las retransmisiones por radio o televisión de las celebraciones sagradas.
33. Téngase en cuenta sobre todo la posibilidad de celebrar alguna parte de la Liturgia de las Horas, por ejemplo, las Laudes matutinas o las Vísperas, en las que se pueden insertar las lecturas del domingo correspondiente. En efecto, cuando «los fieles son convocados y se reúnen para la Liturgia de las Horas, uniendo sus corazones y sus voces, visibilizan a la Iglesia, que celebra el misterio de Cristo».31 Al final de esta celebración puede ser distribuida la comunión eucarística (cf. núm. 46).
34. «A cada fiel o a las comunidades que por motivo de persecución o por falta de sacerdotes se ven privadas de la celebración de la sagrada Eucaristía por breve o también por largo tiempo, no por eso les falta la gracia del Redentor. Si están animados íntimamente por el deseo del sacramento y unidos en la oración con toda la Iglesia; si invocan al Señor y elevan hacia él sus corazones, también ellos viven por virtud del Espíritu Santo en comunión con la Iglesia, cuerpo vivo de Cristo, y con el mismo Señor... y reciben los frutos del sacramento».32
Capítulo III
LA CELEBRACIÓN
35. El orden a seguir en la reunión del domingo cuando no se celebra la misa, consta de dos partes: la celebración de la Palabra de Dios y la distribución de la comunión. No se introduzca en esta reunión lo que es propio de la misa, especialmente la presentación de los dones y la plegaria eucarística. El rito se ordene de tal manera que favorezca totalmente la oración y ofrezca la imagen de una asamblea litúrgica y no de una simple reunión.
36. Los textos de las oraciones y de las lecturas de cada domingo o solemnidad han de tomarse habitualmente del Misal o del Leccionario. De este modo los fieles, siguiendo el curso del Año Litúrgico, orarán y escucharán la Palabra de Dios en comunión con las restantes comunidades de la Iglesia.
37. El párroco, al preparar la celebración con los laicos designados, puede hacer adaptaciones teniendo en cuenta el número de los participantes y la capacidad de los animadores, y atendiendo a los instrumentos que acompañan el canto y ejecutan la música.
38. Cuando preside la celebración el diácono, debe comportarse de acuerdo con su ministerio, en los saludos, oraciones, y proclamación del evangelio y homilía, distribución de la comunión y despedida de los participantes con la bendición. Viste los ornamentos propios de su ministerio, esto es, el alba con la estola, y según la oportunidad la dalmática, y usa la sede presidencial.