Dave Grossman

Matar


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Pero, en vez de segar la vida de cientos de soldados enemigos durante el primer minuto, los regimientos mataban tan solo a uno o dos hombres por minuto. Y, en vez de la desintegración de la formación del enemigo bajo una tormenta de plomo, este aguantaba e intercambiaba fuego durante horas y horas.

      Tarde o temprano (y, normalmente, era temprano), las largas líneas que disparaban rondas de fuego al unísono comenzaban a romperse. Y en medio de la confusión, el humo, el estruendo de los disparos y los gritos de los heridos, los soldados dejaban de ser engranajes en una maquinaria y volvían a ser individuos que hacían lo que les era natural: unos cargaban, otros pasaban las armas, otros atendían a los heridos, otros gritaban órdenes, unos pocos se daban a la fuga, otros deambulaban en medio de la humareda o encontraban un lugar a cubierto donde meterse y unos pocos disparaban.

      Numerosas referencias históricas indican que, al igual que sus equivalentes durante la segunda guerra mundial, la mayoría de los soldados de la época de los mosquetes de avancarga se ocupaban de otras tareas durante la batalla. Por ejemplo, la imagen de una línea de soldados en pie disparando al enemigo contradice el vívido testimonio de un veterano de la Guerra de Secesión que describió la batalla de Antietam y que viene recogido en el libro de Griffith: «Ahora es cuando la necesidad aprieta. Los hombres y los oficiales … se fusionan en una masa común, en la lucha trepidante para disparar rápido. Todos rompen los cartuchos, cargan, pasan las armas o disparan. Los hombres caen en sus puestos o salen corriendo en dirección a los maizales [a esconderse].»

      Esta es una imagen de la batalla que puede verse una y otra vez. En el trabajo de Marshall sobre la segunda guerra mundial y en su relato de la Guerra de Secesión vemos que tan solo unos pocos dispararon realmente al enemigo, mientras los otros se congregaban y preparaban la munición, cargaban las armas, pasaban armas o buscaban la oscuridad y el anonimato de hallarse a cubierto.

      El proceso por el que algunos hombres elegían cargar y ofrecer apoyo a aquellos que estaban dispuestos a disparar al enemigo parece haber sido la norma y no la excepción. Aquellos que sí disparaban, y fueron los beneficiarios de ese apoyo, aparecen en numerosos informes recogidos por Griffith, en los que algunos soldados en concreto dispararon cien, doscientos o incluso unos increíbles cuatrocientos disparos en la batalla. Y esto en una época en la que la cantidad estándar de munición era de solo cuarenta balas, con un arma que acababa obstruyéndose hasta quedar inutilizada tras disparar cuarenta veces si no se limpiaba. La munición y mosquetes de más tuvieron que ser proporcionados y cargados por los camaradas menos agresivos.

      Además de disparar por encima de la cabeza, o cargar y apoyar a los que estaban dispuestos a disparar, había otra opción que du Picq entendía bien cuando escribió: «Un hombre cae y desaparece, ¿quién sabe si fue una bala o el miedo a avanzar lo que le golpeó?». Richard Gabriel, uno de los autores más destacados de nuestra generación en el campo de la psicología militar, señala que «en enfrentamientos del tamaño de Waterloo o Sedán, la oportunidad que tenía un soldado para no disparar o atacar simplemente cayéndose y permaneciendo en el barro era simplemente demasiado obvia para que los hombres asustados bajo fuego la ignoraran». Sin duda, la tentación debía de ser grande, y muchos sucumbieron.

      Y, sin embargo, a pesar de las opciones obvias de disparar por encima de la cabeza (postureo), o simplemente quedarse rezagado (una forma de huir), y la opción mayoritariamente aceptada de cargar las armas y ayudar a los que estaban dispuestos a disparar (una suerte de lucha limitada), hay indicios de que durante las batallas con pólvora negra miles de soldados elegían someterse pasivamente tanto al enemigo como a sus líderes haciendo ver que disparaban. El mejor indicador de esta tendencia se encuentra en la recuperación de armas con varias cargas dentro tras las batallas de la Guerra de Secesión.

      El dilema de las armas descartadas

      F. A. Lord, autor de Civil War Collector’s Encyclopedia, cuenta que, tras la batalla de Gettysburg, se recuperaron 27.574 mosquetes del campo de batalla. De estos, casi el 90 por ciento (veinticuatro mil) estaban cargados. Doce mil de ellos era mosquetes cargados más de una vez, y seis mil de los que tenían múltiples cargas tenían de tres a diez balas en el cañón. Un arma había sido cargada veintitrés veces. ¿Por qué, en consecuencia, había tantas armas cargadas disponibles en el campo de batalla, y por qué al menos doce mil soldados cargaron de forma errónea sus armas durante el combate?

      Un arma cargada era un bien preciado en el campo de batalla de pólvora negra. Durante las batallas de esa época en pie, cara a cara y a corta distancia un arma debería haber estado cargada en tan solo una fracción de tiempo respecto a lo que duraba la contienda. Más del 95 por ciento del tiempo se dedicaba a cargar el arma, y menos del 5 por ciento a disparar. Si la mayoría de los soldados se hubiera afanado en matar de la forma más rápida y eficiente posible, entonces el 95 por ciento habría recibido un disparo cuando su arma estaba descargada, y cualquier arma cargada, preparada y amartillada hubiera sido recogida de los camaradas heridos o muertos y disparada.

      Había muchos que recibieron un disparo durante la carga o fueron bajas causadas por la artillería que se encontraba fuera del rango de los mosquetes, y estos individuos nunca hubieran tenido la oportunidad de disparar sus armas, pero difícilmente supondrían el 95 por ciento de las bajas. Si todos los soldados hubieran albergado una necesidad desesperada de disparar sus armas en combate, entonces muchos de estos hombres deberían haber muerto con sus armas descargadas. Con las fluctuaciones de la batalla estas armas deberían haber sido recogidas y reutilizadas contra el enemigo.

      La conclusión más obvia es que la mayoría de los soldados no intentaba matar al enemigo. Al parecer, la mayoría de ellos ni siquiera quería disparar en la dirección del enemigo. Como señaló Marshall, la mayoría de los soldados sufre una resistencia interna a disparar su arma en combate. Lo crucial aquí es que la resistencia parece haber existido mucho antes de que Marshall la descubriera, y esta resistencia explica muchas (si no la mayoría) de estas armas cargadas varias veces.

      La necesidad física de cargar los mosquetes de avancarga desde una posición vertical, combinada con las líneas de fuego masificadas hombro con hombro de esa época, presentaban una situación —a diferencia de la estudiada por Marshall— en la que era muy difícil que un hombre ocultara el hecho de que no estaba disparando. Y en esta situación de fuego en línea, lo que du Picq denominó «vigilancia mutua» de autoridades y camaradas debió de ejercer una intensa presión para disparar.

      No había ni aislamiento ni la «dispersión del campo de batalla moderno» que pudiera ocultar a los que no participaban durante un fuego en línea. Todas sus acciones resultaban obvias para los camaradas que estaban con ellos codo con codo. Si un hombre realmente no podía o no quería disparar, la única forma que tenía para disimular su falta de participación consistía en cargar su arma (abrir el cartucho, añadir la pólvora, colocar la bala e introducirla hasta el fondo, prepararse y amartillar), llevársela a la espalda y entonces hacer ver que disparaba, posiblemente imitando el retroceso de su arma cuando alguien cercano sí lo hacía.

      Esta es la personificación del soldado diligente. Cargando su arma con cuidado y sin tregua en medio del fragor, los gritos y el humo de la batalla, ninguna de sus acciones podría ser interpretada como algo distinto de aquello que sus superiores y camaradas consideraban encomiable.

      Lo sorprendente de estos soldados que no disparaban es que su comportamiento se oponía diametralmente a los extenuantes y repetitivos ejercicios de la época. ¿Por qué, en consecuencia, estos soldados de la Guerra de Secesión «suspendían» a los ojos de sus instructores cuando se trataba del importantísimo ejercicio de cargar?

      Unos pueden argüir que estas cargas múltiples son meras equivocaciones, y que estas armas eran descartadas porque estaban mal cargadas. Pero si en la confusión de la batalla, y a pesar de las interminables horas de adiestramiento, cargas accidentalmente dos veces un mosquete, lo disparas de todas formas y la primera carga simplemente evacúa la segunda. En el improbable caso de que el arma se haya encasquillado o no funcione por alguna razón, entonces la tiras y recoges otra. Pero esto no es lo que pasó en este caso, y la cuestión que nos formulamos es: ¿Por qué el único paso que se obvió fue el disparo? ¿Cómo es posible que al menos doce mil hombres de ambos bandos y todas las unidades cometieran el mismo error?

      ¿Es