Dave Grossman

Matar


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Matar y las atrocidades «Aquí no hay honor ni virtud»

       1 El espectro completo de la atrocidad

       2 El poder oscuro de la atrocidad

       3 La trampa de la atrocidad

       4 Un estudio de caso sobre la atrocidad

       5 La mayor trampa de todas: vivir con lo que se ha hecho

       VI Las etapas de la respuesta a matar

       1 ¿Qué se siente matando?

       2 Aplicaciones del modelo: asesinatos-suicidios, elecciones perdidas y pensamientos enloquecidos

       VII Matar en Vietnam: ¿Qué les hicimos a nuestros soldados?

       1 Desensibilización y condicionamiento en Vietnam: superar la resistencia a matar

       2 ¿Qué les hicimos a nuestros soldados? La racionalización del acto de matar y cómo falló en Vietnam

       3 El trastorno de estrés postraumático y el coste de matar en Vietnam

       4 Los límites de la resistencia humana y las lecciones de Vietnam

       Bibliografía

      Agradecimientos

      Para este estudio he recibido la asistencia de un grupo de grandes hombres y mujeres que estuvieron a mi lado y caminaron por delante de mí en la empresa. De ahí que ahora los reconozca con agradecimiento.

      A mi maravillosa e infinitamente paciente mujer, Jeanne, por su apoyo firme; a mi madre, Sally Grossman; a Duane Grossman, mi padre y co-conspirador, cuyas muchas horas de ayuda en la investigación y elaboración del concepto hicieron este libro posible.

      A Jan Camp, quien me ayudó a preparar la versión final y a conseguir la autorización para las citas.

      Al mayor Bob Leonhard, al capitán Rich Hooker, al teniente coronel Bob Harris, al mayor Duane Tway, y a ese equipo indomable, Harold Thiele y Elantu Viovoide: pares, amigos y compañeros en la fe que soportaron más de un borrador y aportaron mucho tiempo y esfuerzo para ayudarme con en este trabajo. A Richard Curtis, mi agente literario, que contribuyó de manera significativa y luego supo esperar pacientemente la terminación del trabajo. Y a Roger Donald y Geoff Kloske, mis editores, porque creyeron en el libro y trabajaron muy duro para ayudarme a pulirlo para que se convirtiera en un producto profesional.

      A ese magnífico grupo de soldados y estudiosos de la academia militar de Estados Unidos con los que tuve el privilegio de poder trabajar: los coroneles Jack Beach y John Wattendorf, el teniente coronel Jose Picart, y todo el grupo del comité PL100. Y a ese grupo soberbio de cadetes que se ofrecieron voluntarios para pasar el verano realizando entrevistas y poniendo a prueba algunas de las teorías que se presentan en este libro.

      A mis estudiantes y compañeros del British Army Staff College en Camberley, Inglaterra, que me dieron algunos de los años más estimulantes intelectualmente de mi vida.

      A todos esos sobresalientes soldados que me moldearon, guiaron, me ofrecieron su amistad y me comandaron, mientras me daban pacientemente su sabiduría y experiencia de más de veinte años: el brigada Donald Wingrove, el sargento primero Carmel Sanchez, el teniente Greg Parlier, el capitán Ivan Middlemiss, el mayor Jeff Rock, el teniente coronel Ed Chamberlain, el teniente coronel Rick Everett, el coronel George Fisher, el teniente general William H. Harrison, e innumerables otros a los que tanto debo. Y también al capellán Jim Boyle: compañero en los Rangers, amigo y un verdadero hermano. Para muchos de ellos este no es su rango actual, pero era el que ostentaban cuando más los necesité.

      A los doctores John Warfield y Phillip Powell, de la universidad de Texas en Austin, que me dieron de manera altruista todo su acopio de conocimientos, a la vez que confiaban en mí y me permitían hacer las cosas a mi manera. A los doctores John Lupo y Hugh Rodgers del Columbus College, en Columbus, Georgia, de quienes aprendí a amar la historia.

      También necesito formular un agradecimiento especial por el uso profuso que he hecho de los excelentes libros de Paddy Griffith, Gwynne Dyer, John Keegan, Richard Gabriel y Richard Holmes. Paddy Griffith fue a la vez mentor, amigo y compañero durante mi estancia en Inglaterra, y, junto con Richard Holmes y John Keegan, es uno de los gigantes mundiales en esta disciplina hoy en día. Quiero hacer particular hincapié en que este estudio hubiera sido mucho más difícil de completar si no hubiera acudido al tremendo acopio de claves y relatos personales recogidos en el libro de Richard Holmes, Acts of War. El libro de Holmes es soberbio y está llamado a ser la referencia primaria para las generaciones de estudiosos centrados en los procesos de los hombres en la batalla. Mi correspondencia con él me ha confirmado que es un hombre gentil y un soldado y erudito de primera magnitud.

      Tengo que reconocer que una de las fuentes más valiosas y singulares de relatos individuales se encuentra en las páginas de la revista Soldier of Fortune. La imagen del veterano de Vietnam traumatizado al que se le escupe, insulta y degrada tras su regreso a Estados Unidos no es un mito, sino que se basa en miles de incidentes de esa naturaleza, tal y como recoge Bob Greene en su excelente libro Homecoming. En este entorno de recriminaciones y condenas, muchos veteranos de Vietnam sintieron que solo disponían de un foro nacional en el que poder conseguir pasar página en parte vertiendo sus experiencias por escrito en un ambiente amistoso en el que no se vieran juzgados: ese ámbito fue la revista Soldier of Fortune. A aquellos dispuestos a prejuzgar este material y a rechazar de forma automática todo lo que provenga de ahí como machismo descerebrado, les pido que primero lean los relatos. Tengo una deuda en particular con el coronel Harris por haberme recomendado este novedoso recurso, y por haberme prestado su colección personal de estas revistas. Y sobre todo necesito agradecer al coronel (retirado) Alex McColl, de la revista Soldier of Fortune, su apoyo a la hora de citar estos relatos. Es bueno saber que todavía hay lugares donde un oficial es un caballero y que basta y sobra con su palabra.

      Por último, y lo más importante, a todos los veteranos a lo largo de la historia que han anotado sus respuestas ante el acto de matar, y a aquellos en mi propia vida que accedieron a ser entrevistados. A Rich, Tim, Bruce, Dave, «Sarge» (¡Arf!), al Comité de los Perros Pastores, y a un centenar más que compartieron secretos conmigo. Y a sus mujeres, que se sentaron a su lado y les tomaron las manos mientras ellos lloraban y contaban cosas que nunca habían contado. A Brenda, Nan, Lorraine y docenas de otras mujeres. Todos aquellos con los que hablé tienen mi promesa de anonimato a cambio de sus pensamientos secretos, pero mi deuda con ellos es tal que nunca podré pagarla.

      A todos ellos deseo dar las gracias. Verdaderamente me encuentro subido a hombros de gigantes. Pero la responsabilidad por la crónica que se ofrece desde esta altura sublime es estrictamente mía. De ahí que las opiniones que se presentan aquí no representen necesariamente el punto de vista del Departamento