A. Grossman
Arkansas State University
Jonesboro, Arkansas
Breve nota sobre el género
La guerra ha solido ser un entorno sexista, si bien la muerte nunca discrimina. Gwynne Dyer señala:
Las mujeres han luchado casi siempre junto con los hombres en las guerras de guerrillas y en las guerras revolucionarias, y no hay prueba de que sean significativamente peores a la hora de matar a personas; lo que puede que sea un alivio o no según si uno entiende la guerra como un problema de varones o un problema humano.
Con la salvedad de una excepción, todos mis entrevistados son varones y, al hablar del soldado, las palabras bélicas gravitan fácilmente en torno al pronombre masculino, aunque, también, podrían hacerlo en torno al pronombre femenino. Si bien a lo largo del texto se emplea la referencia masculina, la razón es únicamente la conveniencia y no hay ninguna intención de excluir al género femenino de ninguno de los dudosos honores de la guerra.
1. Siglas en inglés del Cuerpo de Entrenamiento para Oficiales de la Reserva de Estados Unidos. (Todas las notas a pie de página son del traductor.)
La guerra siempre me ha interesado; no la guerra en el sentido de las maniobras diseñadas por grandes generales … sino la realidad de la guerra, el hecho real de matar. Me interesaba más saber de qué manera y bajo la influencia de qué sentimientos un soldado mata a otro que la disposición de los ejércitos en Austerlitz y Borodino.
León Tolstoy
Introducción a la nueva edición revisada
Desde la publicación de Matar en 1995, los conceptos básicos expuestos en el libro se han visto validados y respaldados por una plétora de jueces. En la América post 11-S, Matar se ha convertido en lectura obligatoria en las academias del fbi y la dea, y en muchas otras agencias de policía y seguridad. En el marco de dirigir grandes guerras en Iraq, Afganistán y en todo el planeta, el cuerpo de Marines de los Estados Unidos ha incluido el libro en sus lecturas obligatorias, como también lo han hecho la academia de West Point, la academia de suboficiales de la Fuerza Aérea de Estados Unidos y muchas otras academias militares.
El áspero y despiadado entorno de la guerra es un ámbito donde solo sobreviven las mejores y más valiosas tácticas, estrategias e ideas; y lo que carece de utilidad se descarta con rapidez. Las esperanzas vanas y los castillos de naipes suelen figurar entre las primeras víctimas de la guerra.
En el crisol cotidiano de la experiencia en combate en casa y en el extranjero, Matar ha superado la prueba de fuego definitiva: lo leen y releen innumerables miles de guerreros a los que nuestra nación llama para matar en combate. Y supone el más grande y singular honor en mi vida el haber sido útil a estos magníficos hombres y mujeres en su momento de necesidad.
Si eres una virgen que se prepara para su noche de bodas, si tú o tu pareja tenéis dificultades sexuales, o si simplemente tienes una curiosidad… pues hay cientos de libros bien informados a tu disposición sobre sexualidad. Pero si eres un joven soldado «virgen» o un agente del orden que anticipa su bautismo de fuego, si eres un veterano (o el cónyuge de un veterano) que sufre por las experiencias de haber matado, o si simplemente sientes curiosidad… pues en esta materia no hay nada disponible en absoluto cuando se refiere a estudios o libros bien informados. Hasta ahora.
Hace más de cien años, Ardant du Picq escribió sus Estudios sobre el combate en los que integró datos tanto de la historia antigua como de textos sobre los oficiales franceses para sentar las bases de lo que percibió como una tendencia acusada hacia la no participación en la guerra. A partir de su experiencia como historiador oficial del frente europeo durante la segunda guerra mundial, el general de brigada S. L. A. Marshall escribió Men against fire, en el que estableció algunas observaciones cruciales sobre la tasa de disparos de los hombres en la guerra. En 1976, John Keegan escribió su obra definitiva, El rostro de la batalla, en la que se centraba de nuevo exclusivamente en la guerra. En Acts of war, Richard Holmes escribió un libro clave en el que explora la naturaleza de la guerra. Pero el vínculo entre matar y la guerra es como el vínculo entre el sexo y las relaciones. De hecho, esta última analogía resulta de aplicación universal. Todos los autores anteriores escribieron libros sobre las relaciones (es decir, la guerra), mientras que éste versa sobre el acto en sí: matar.
Los autores anteriores examinaron la mecánica general y la naturaleza de la guerra pero, a pesar de su erudición, nadie investigó la naturaleza específica del hecho de matar: la intimidad y el impacto psicológico del hecho, los pasos del acto, las implicaciones y repercusiones sociales y psicológicas del acto y los trastornos que suscita (incluidas la impotencia y la obsesión). Matar supone un humilde intento para enmendar esta situación. Y, al hacerlo, concluye con una novedosa y reconfortante conclusión sobre la naturaleza del hombre: a pesar de una tradición ininterrumpida de violencia y guerras, el hombre no es por naturaleza un asesino.
La existencia del «cierre de seguridad»
Una de mis primeras preocupaciones cuando escribía Matar era que los veteranos de la segunda guerra mundial no se sintieran ofendidos por un libro que demostraba que la inmensa mayoría de veteranos en combate en esa época nunca mataron. Por fortuna, mi preocupación carecía de fundamento. Ni un solo individuo de los miles que han leído Matar ha cuestionado este hecho.
En realidad, la reacción de los veteranos de la segunda guerra mundial ha sido de una consistente confirmación. Por ejemplo, R. C. Anderson, un observador de artillería canadiense, me escribió para decirme lo siguiente:
Puedo confirmar que muchos soldados de infantería nunca dispararon sus armas. Solía mofarme de ellos diciéndoles que nosotros disparábamos muchísimos más obuses de 25 libras que ellos balas con sus rifles.
En una posición … atacaron nuestro flanco desde un olivar.
Todo el mundo se puso a cubierto. En ese momento no estaba ocupado con mi radio, así que, al ver una Bren [una ametralladora ligera], la agarré y disparé un par de cargadores. El propietario de la Bren se arrastró hacia mí maldiciendo: «Claro, tú lo haces porque luego no tienes que limpiar a la hija de puta.» Estaba realmente enfadado.
El coronel (retirado) Albert J. Brown desde Reading, en Pensilvania, ejemplifica este tipo de respuesta que he ido recibiendo de forma consistente cuando hablaba con grupos de veteranos. Como líder de un pelotón de infantería y comandante de una compañía en la segunda guerra mundial, observó que «los cabezas de escuadrón y los sargentos de pelotón tenían que recorrer de un lado a otro la línea de fuego dando patadas a los hombres para que dispararan. Sentíamos que la cosa iba bien si conseguíamos que dos o tres hombres dispararan».
Los hallazgos de S. L. A. Marshall sobre la tasa de disparos durante la segunda guerra mundial han suscitado controversia. En esencia, un pequeño grupo de estudiosos afirma que Marshall inventó y falseó los datos. Puede que su metodología no se ajustara a los estándares modernos, pero cuando uno se enfrenta a la preocupación por la metodología de un investigador, un enfoque científico requiere la posibilidad de reproducir la investigación. En el caso de Marshall, todos los estudios serios disponibles han reproducido sus hallazgos básicos. Los estudios y observaciones sobre los antiguos de Ardant du Picq, los numerosos relatos de Holmes y Keegan sobre disparos fallidos, la valoración de Holmes sobre la tasa de disparos de los argentinos en la guerra de las Malvinas, los datos de Griffith sobre la extraordinariamente baja tasa de muertes en los regimientos en las guerras napoleónicas y en la Guerra de Secesión norteamericana, las recreaciones con láser de batallas históricas del ejército británico, los estudios del fbi sobre la proporción de los que no disparan entre los agentes de policía en las décadas de 1950 y 1960, y numerosas observaciones adicionales individuales y anecdóticas; todo ello confirma la conclusión de Marshall de que la inmensa mayoría de los combatientes a lo largo de la historia, en el momento de la verdad cuando podían y debían matar al enemigo, se encontraron con que eran incapaces de hacerlo. Y David Lee, en su excelente libro Up Close and Personal, recogió un corpus increíble