Dave Grossman

Matar


Скачать книгу

afirmó en el Washington Post, «pero seis mil millones de pollos morirán este año en los mataderos».

      Sin embargo, al mismo tiempo que nuestra sociedad reprime el acto de matar, ha aflorado una nueva obsesión por la descripción de la muerte violenta y brutal y el descuartizamiento de seres humanos. El apetito del público por las películas violentas, en particular las de «sangre y entrañas» como Natural Born Killers (Asesinos natos), Kill Bill, Saw, Viernes 13, Halloween, y The Texas Chain Saw Massacre (La matanza de Texas); el estatus de culto de «héroes» como Jason y Freddy; la popularidad de bandas como Megadeth y Guns N’ Roses; la tasa por las nubes de los homicidios y el crimen violento; todo ello forma parte de una dicotomía estrambótica y patológica de represión y obsesión por la violencia de forma simultanea.

      El sexo y la muerte son partes esenciales de la vida. Al igual que una sociedad sin sexo desaparecería en una generación, otro tanto le ocurriría a una sociedad en la que no se matara. Cada ciudad importante de nuestro país tiene que exterminar a millones de ratas y ratones para que no se vuelva inhabitable. Y los graneros y silos también tienen que exterminar a millones de ratas y ratones cada año. Si no consiguen hacerlo, los Estados Unidos, en vez de ser el granero del mundo, no serían capaces de alimentar a su pueblo y millones de personas de todo el mundo se enfrentarían a la hambruna.

      Es cierto que algunas sensibilidades refinadas de la época victoriana no carecen de valor y benefician a nuestra sociedad, y serían pocos los que abogarían por que regresáramos a la costumbre de dormir en zonas comunes. De forma parecida, aquellos que tienen y defienden la sensibilidad moderna sobre el acto de matar son, por lo general, seres humanos gentiles y sinceros que en gran medida representan las características más idealistas de nuestra especie, y sus preocupaciones tienen un gran valor potencial si las ponemos en perspectiva. A medida que la tecnología nos capacita para masacrar y exterminar a especies completas (incluida la nuestra), resulta vital que aprendamos moderación y autodisciplina. Pero también debemos recordar que la muerte tiene su lugar en el orden natural de la vida.

      Parece que cuando una sociedad no tiene procesos naturales (como el sexo, la muerte y matar) a la vista, esa sociedad responde negando y deformando ese aspecto de la naturaleza. Cuando nuestra tecnología nos aísla de un aspecto específico de la realidad, nuestra respuesta social parece ser la de introducirse en sueños estrambóticos sobre aquello de lo huimos. Son sueños tejidos con el material fantasioso de la negación; sueños que pueden convertirse en peligrosas pesadillas sociales a medida que nos adentramos en su tentadora maraña de fantasías.

      En la actualidad, incluso cuando estamos despertando de la pesadilla de la represión sexual, nuestra sociedad comienza a hundirse en un nuevo sueño negacionista, el de la violencia y el horror. Este libro supone un intento de arrojar la luz del escrutinio científico sobre el proceso de matar. A. M. Rosenthal nos dice:

      La salud de la humanidad no se mide por sus tosidos y estornudos sino por las fiebres del alma. O quizás por algo aún más importante: por la premura y atención que apliquemos contras estas.

      Si nuestra historia sugiere la durabilidad de la sinrazón, nuestra experiencia nos enseña que obviarlo supone mostrarse indulgente y mostrarse indulgente equivale a allanar el camino para el triunfo del odio.

      «Obviarlo supone mostrarse indulgente». Este es, en consecuencia, un estudio sobre la agresividad, un estudio sobre la violencia, un estudio sobre el acto de matar. En concreto, se trata de un intento de realizar un estudio científico sobre el acto de matar en el marco de la manera occidental de hacer la guerra y sobre los procesos psicológicos y sociológicos y el precio a pagar cuando los hombres se matan en combate.

      Sheldon Bidwell sostenía que un estudio así descansaría por su propia naturaleza en «un terreno peligroso porque la unión entre el soldado y el científico nunca ha ido más allá del flirteo». Pretendo ir hacia el peligro para efectuar no solo una unión seria entre el soldado y el científico, sino un ménage à trois provisional en-

      tre el soldado, el científico y el historiador.

      He combinado estas habilidades para llevar a cabo un programa de toda una vida de investigación del asunto previamente considerado tabú que es el acto de matar en combate. Es mi intención en este estudio abundar en el tabú que supone el acto de matar para ofrecer puntos de vistas novedosos sobre lo siguiente:

      — La existencia de una poderosa resistencia innata a matar a un individuo de la propia especie y los mecanismos psicológicos que los ejércitos han desarrollado a lo largo de los siglos para superar esa resistencia.

      — El papel de la atrocidad en la guerra y los mecanismos mediante los cuales los ejércitos se empoderan y a la vez se ven atrapados por la atrocidad.

      — Qué se siente al matar; el conjunto de etapas de una respuesta estándar ante el acto de matar en combate, y el precio psicológico de matar.

      — Las técnicas que se han desarrollado y aplicado con un enorme éxito en el entrenamiento moderno de combate para condicionar a los soldados para que superen la resistencia a matar.

      — Cómo el soldado estadounidense en Vietnam fue por primera vez capacitado psicológicamente para matar en un grado mucho mayor que cualquier otro soldado en la historia anterior, para luego negársele el ritual de purificación que es psicológicamente esencial y que existe en todas las sociedades guerreras y, a la postre, ser condenado y acusado por su propia sociedad en un grado sin precedentes en la historia occidental. Y el terrible y trágico precio que los tres millones de veteranos estadounidenses, sus familias y nuestra sociedad han pagado por lo que les hicimos a nuestros soldados en Vietnam.

      Una nota personal

      Soy un soldado con veintiocho años de servicio. Fui sargento en la 82ª División Aerotransportada, lideré un pelotón en la 9ª División, he sido oficial de Estado Mayor y comandante de compañía en la 7ª División (ligera) de Infantería. Soy paracaidista militar y ranger del ejército. He estado destinado en la tundra del Ártico, las junglas de Centroamérica, el cuartel general de la otan, el Pacto de Varsovia, y en innumerables montañas y desiertos. Me gradué en escuelas militares que van desde la xviii Airborne Corps nco Academy hasta el British Army Staff College. Me gradué con una diplomatura de Historia summa cum laude y con un posgrado Kappa Delta Pi en psicología. He tenido el privilegio de conferenciar junto con el general Westmoreland ante el liderazgo nacional de la Coalición de Veteranos de Vietnam, y serví como primer orador de la sexta convención anual de los Veteranos de Vietnam. He tenido varias responsabilidades académicas, desde consejero en la universidad a profesor de psicología en West Point. Y fui profesor de Ciencia Militar y director del departamento de Ciencia Militar en la universidad estatal de Arkansas.

      Pero a pesar de toda mi experiencia, yo, al igual que Richard Holmes, John Keegan, Paddy Griffith y muchos otros que me precedieron en este campo, no he matado nunca en combate. Quizás no podría ser tan desapasionado y objetivo como necesito ser si tuviera que acarrear un lastre de dolor emocional. Pero los hombres cuyas palabras llenan este estudio sí han matado.

      A menudo, lo que compartían conmigo era algo que nunca habían compartido con nadie. Como consejero, he visto cómo me enseñaban; y considero una verdad fundamental de la naturaleza humana que, cuando alguien retiene algo traumático, esto puede causar un gran daño. Compartir algo con alguien sirve para ponerlo en perspectiva; pero si te lo guardas dentro, tal y como lo formuló una vez uno de mis estudiantes de psicología, «te come vivo de dentro afuera». Además, existe un gran valor terapéutico en la catarsis que llega cuando uno abre las ventanas y deja que entre la luz. La esencia del asesoramiento psicológico es que el dolor compartido es dolor dividido, y hubo mucho dolor compartido durante estas etapas.

      El objetivo último de este trabajo es descubrir la dinámica de matar, pero mi motivación esencial ha sido ayudar para derribar el tabú de matar que impedía que estos hombres, y muchos millones como ellos, pudieran compartir su dolor. Y luego para emplear el conocimiento adquirido para entender, primero, los mecanismos que posibilitan la guerra y, segundo, la causa de la oleada actual de crímenes violentos que está destruyendo nuestra nación. Si lo he conseguido, ello obedece a la ayuda que me han brindado los hombres cuyas historias se recogen aquí.