homosexualidad”.
Las enseñanzas de varios grupos con un discurso similar al de Exodus, que logran convencer a familias con hijos gay o hijas lesbianas de que la homosexualidad es pecado y de que deben obligar a sus hijos a cambiar, han conseguido que muchos adolescentes se suiciden al no poder soportar el rechazo y la presión de sus padres. Fue lo que sucedió, también en Estados Unidos, con Bobby Griffith, un muchacho que había sido criado en una familia ultra religiosa y que, al llegar a la adolescencia, supo que le gustaban los varones. Su familia participaba de la Iglesia Presbiteriana de Walnut Creek, California, y su madre daba clases en una escuela religiosa dominical. Cuando supo que Bobby era gay, comenzó a presionarlo con la convicción de que podría obligarlo a cambiar. Lo llevó a una “psiquiatra” de la iglesia, lo metió en un grupo de oración y le llenó la habitación de carteles con versículos de la Biblia. Bobby primero luchó contra sus sentimientos para recuperar el amor de su familia y luego contra su familia para convencerla de que estaba bien siendo como era. Hasta que no aguantó más y, el 27 de agosto de 1983, se arrojó desde un puente a una carretera de Oregón.
Al leer el diario de su hijo, Mary Griffith entendió lo que el muchacho había vivido y comenzó a informarse sobre la homosexualidad. Hoy es una destacada activista de P-FLAG (Padres, Familiares y Amigos de Lesbianas y Gays), participa de las marchas del Orgullo y hasta brindó testimonio ante el Congreso de Estados Unidos. La historia de su hijo fue narrada en la premiada película Plegarias por Bobby (otros filmes muy buenos sobre este tipo de “clínicas”: Latter Days, que cuenta la historia ficticia de un chico gay de una familia de mormones, y Boy Erased, más reciente, basado en una historia real).
“He oído a mi familia muchas veces hablando de los gays. Han dicho que los odian y que también Dios los odia. Los gays son malos y Dios los manda al infierno. Me aterra cuando hablan así, porque ahora también están hablando de mí”, escribió Bobby a los 16 años en su diario. Cuando se suicidó, acababa de cumplir los 20.
El grupo Exodus no existe más desde junio de 2013. Luego de 37 años practicando una especie de pseudociencia mezclada con fanatismo religioso, mediante la cual engañó, estafó, torturó y llevó a la depresión y al suicidio a una gran cantidad de personas en diferentes lugares del mundo, el presidente de la entidad, él mismo un “ex exgay” que fue víctima del mismo engaño –que luego, convencido, promovería–, anunció que Exodus dejaba de existir.
“He oído muchas historias de primera mano de personas que se llaman ‘exgays’. Historias de personas que fueron a las iglesias de Exodus o a las asociadas sólo para sufrir más trauma. He oído historias de vergüenza, de confusión sexual, de falsas esperanzas”, escribió Alan Chambers en una nota titulada “Lo siento”, donde también reconocía que él mismo no había dejado de ser homosexual, aunque estuviese casado con una mujer.
“Durante muchos años omití mi atracción por personas del mismo sexo. Tenía miedo de compartirla con la facilidad que lo hago ahora. Me producía una increíble vergüenza y la escondía con la esperanza de que se me pasaría. Mirando hacia atrás, me parece increíble que pensara que era posible. Hoy, sin embargo, acepto esos sentimientos como parte de mi vida que siempre estará ahí –escribió. Y pidió perdón a todas las víctimas de Exodus–: Por favor, sepan que estoy muy arrepentido. Siento el dolor y el daño que muchos han sentido. Siento que muchos de ustedes tendrán que pasar años haciendo frente a la vergüenza y la culpa que sentían cuando su orientación no cambiaba”.
En distintos lugares del mundo, los “tratamientos de cura gay” promovidos por sectas como Exodus han generado controversias en la justicia y en el Parlamento. Algunos estados norteamericanos las declararon ilegales y, en Brasil, el Consejo Federal de Psicología las prohíbe, pero el “interbloque evangélico” impulsó varias veces en la Cámara de Diputados un insólito proyecto de decreto legislativo para anular la decisión de ese colegio profesional. Una de las principales defensoras de la “cura gay”, la autodenominada “psicóloga cristiana” Marisa Lobo, fue candidata al Parlamento por el Partido Social Cristiano en 2014, pero no resultó electa.
En 2017, un juez federal de ese país, Waldemar Cláudio de Carvalho, quiso habilitar las “terapias de reversión de la homosexualidad” a través de una medida cautelar contra la prohibición del colegio profesional, pero luego volvió atrás en medio de un escándalo. Sin embargo, las tentativas de esta mafia por acabar con la prohibición continúan y, ahora que llegaron al poder con Jair Bolsonaro, están más activos que nunca.
La idea de las terapias de reversión de la homosexualidad es tan absurda que el propio nombre elegido para promoverlas la delata. Decir que algo puede ser “revertido” implica suponer que hubo un cambio de estado anterior. Es decir, que alguien era heterosexual, se transformó en gay y ahora, mediante un “tratamiento” que no se enseña en ninguna facultad de Psicología del mundo, puede volver a su estado previo, o sea, volver a ser hétero. Pero gays, lesbianas y bisexuales nunca fuimos heterosexuales. No existe un estado puro del que nos desviamos, del mismo modo que no puede revertirse la negritud, porque los negros no eran blancos antes de ser negros. Y ser negro (o gay) no es un problema, una patología o algo que pueda o precise ser corregido.
Los gays siempre fuimos gays y eso no tiene nada de malo. Lo que esas “terapias” buscan realmente revertir es nuestra salida del armario: empujarnos de nuevo para adentro, obligarnos a negar lo que somos, algo que no puede cambiarse. Es por ello que usan métodos básicamente conductistas, sostenidos por una retórica religiosa y moral. La idea de esas terapias es, a través de la tortura psicológica, estímulos negativos, castigos, devastación de la autoestima y mucha culpa, convencer a sus “pacientes” que deben abandonar la conducta homosexual, reprimir sus deseos y obligarse a vivir una vida heterosexual.
El efecto que eso produce es exactamente el mismo que provocaría en una persona heterosexual forzarla, mediante los mismos métodos, a reprimir sus deseos heterosexuales y obligarla a tener relaciones homosexuales. Los “pacientes” destruyen su autoestima, pasan a odiarse a sí mismos por seguir sintiendo lo que les dijeron que era moralmente errado, patológico o pecado, se obligan a tener relaciones insatisfactorias con el sexo opuesto (si sos hétero, imaginate que te obligaran a vivir como gay y a tener relaciones con personas de tu mismo sexo), entran en depresión y, en muchos casos, se suicidan. Eso es lo que ha ocurrido sistemáticamente en la vida real, en diferentes países, con las personas (principalmente adolescentes y jóvenes obligados por sus familias) que fueron sometidas a estos experimentos perversos e inhumanos.
Los psicólogos saben todo eso, porque estudiaron, y por eso lo rechazan. A los pastores evangélicos mafiosos y otros líderes religiosos de diferentes credos que promueven esas “terapias” no les importa, porque su objetivo es seguir conquistando poder político con esa agenda y ganando mucho dinero con sus “clínicas”.
En Argentina, de acuerdo con el exdiputado Leonardo Gorbacz, psicólogo y autor de la nueva ley de Salud Mental –ley 26.657, aprobada en 2010–, no hay discusión: las supuestas terapias de reversión de la homosexualidad están prohibidas y quien las realice puede perder su matrícula profesional y enfrentar procesos en la justicia.
En su artículo 3, la ley establece que “en ningún caso puede hacerse diagnóstico en el campo de la salud mental sobre la base exclusiva de […] la elección o identidad sexual”. Más allá del uso incorrecto de la palabra “elección” (como explicamos antes, debería decir “orientación sexual”, algo que no se elige), la ley es clara: no sólo está prohibido diagnosticar o tratar una determinada orientación sexual como si fuese una patología, sino que tampoco puede diagnosticarse como patológico cualquier tipo de identidad sexual. Eso también sirvió para prohibir los diagnósticos de “disforia de género”, con los que las personas trans eran clasificadas como enfermas mentales. La nueva ley de identidad de género argentina siguió el mismo camino, terminando para siempre con la patologización de la transexualidad. Todo ello fue resultado del trabajo silencioso del exdiputado Gorbacz, quien también tuvo un gran protagonismo en la lucha por el matrimonio igualitario, aunque muchos no lo sepan, y ayudó durante su paso por el Congreso a cambiar el paradigma de la salud mental en el país.
–¿La nueva ley de salud mental, de la que usted es autor,