Bruno Bimbi

El fin del armario


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como decíamos al principio, esto no debería sorprender. “Porno” es la palabra más buscada en Google y los internautas heterosexuales no son los únicos que espían lo que pasa del otro lado: el estudio también mostró que el 55 por ciento de los gays habían visto pornografía hétero en los últimos seis meses, así como el 88,3 por ciento de los bisexuales y el 99,5 por ciento de los heterosexuales. La diferencia, claro, es que probablemente ningún lector esté pensando, en este momento que esos gays son “héteros reprimidos”. Como ya dijimos, la sexualidad humana es más compleja e interesante que las cajitas que usamos para clasificarla.

      Otro aspecto del estudio mostró más coincidencias entre héteros y gays: la mayoría prefiere ver sexo sin preservativo. En el caso de los gays que vieron videos de sexo anal entre varones, el 64,4 por ciento prefiere el porno bareback, porcentaje que sube al 65 por ciento entre los heterosexuales que vieron escenas de penetración vaginal. A alrededor de un 30 por ciento de ambos grupos le resulta indiferente, y el porcentaje de los que prefieren ver porno con preservativo cae al 6,4 por ciento entre los gays y al 3,3 por ciento entre los héteros.

      Cuando, a fines de marzo de 2013, Zulema decidió contarles a sus padres que era lesbiana, su vida se transformó en un infierno. Convencidos de que la homosexualidad es “una enfermedad”, la llevaron a una psicóloga, que les dijo que estaban equivocados y debían aceptarla. La propia Zulema (una joven ecuatoriana de 22 años que cursaba el último año de psicología clínica en la Universidad Católica) había tratado de explicarles, pero no hubo caso. “Ando en la etapa dura donde tus papás te llevan al psicólogo y donde un guía espiritual te va a ‘curar’ el gusto por las mujeres”, escribió la joven en Twitter. Y, unos días después: “Una maleta y yo, lo único que necesito. A pecho las balas. Mis padres me han declarado la guerra, creen que quitándome todo dejaré de ser lesbiana. Me dijeron que si no aceptaba las reglas me tenía que ir de casa como estaba y entregar las llaves de mi auto. Y así fue”.

      Zulema decidió irse a vivir con Cynthia, su novia, entonces de 21 años, cuyos padres le dieron la aceptación que no había encontrado en su propia familia. Pero el mismo día que se fue, comenzó a recibir llamadas amenazantes de sus padres. “Tendré que tuitear de mi vida personal, porque será la única prueba de lo que me está pasando y de lo que me pudiera pasar”, escribió Zulema cuando llevaba dos días fuera de casa, y relató que su papá la había amenazado con hacerla echar del trabajo, encerrarla o hacerla desaparecer, y hasta matar a su novia. “Y, lamentablemente, puede hacer todo eso, porque tiene poder económico y político y es amigo del presidente de Ecuador”.

      El presidente de Ecuador era en aquel entonces Rafael Correa, uno de los niños mimados del chavismo, ídolo de parte de la izquierda populista latinoamericana, machista, ultrahomofóbico, autoritario y chupacirios, que llegó a amenazar a las diputadas mujeres de su partido con renunciar a la presidencia si seguían insistiendo con la legalización del aborto.2

      –Yo no parí una lesbiana –le dijo mamá por teléfono–. Parí una señorita a la que le gustan los hombres. No me desafíes, que soy tu madre y actúo como Dios.

      La situación se ponía cada vez más tensa y ella decidió grabarla.

      Asustadas, el 30 de marzo, Zulema y su novia fueron a la fiscalía a hacer la denuncia por amenazas y presentaron la grabación. Dos días después, ella dijo en Twitter que había habido una “negociación” y las amenazas “por ahora” habían parado. Igualmente, el 9 de abril, el fiscal Richard Gaibor ordenó que se abriera una investigación.

      El 17 de mayo –ironías de la vida: es el día internacional de la lucha contra la homofobia–, Zulema recibió un llamado de su padre, Guillermo, que la invitaba a almorzar, “para arreglar las cosas”. Le dijo que era “en son de paz”, que quería “limar las asperezas”. Y ella pensó que, por fin, todo volvería a ser como antes. Estaba feliz. Pero, como sospechaba su novia, era una trampa. “Por favor, no vayas sola”, le había dicho Titi –así llama Zulema a su chica–, pero ella no le hizo caso. Confiaba en su papá.

      Su último tuit decía: “A pesar de los problemas, familia es familia”.

      Cuando salió del trabajo, su padre la pasó a buscar con el auto. Pero, a mitad de camino, frenó abruptamente y un grupo de hombres la bajaron por la fuerza, arrancándole parte de la ropa durante el forcejeo, mientras su papá observaba todo. La esposaron y la metieron en otro auto para llevarla al Centro de Recuperación Femenina para Adolescentes La Esperanza, un centro de tortura física y psicológica para jóvenes homosexuales ubicado en la ciudad de Tena, en la región centro-norte de Ecuador, donde estuvo secuestrada durante tres semanas con la complicidad de su propia familia.

      Fueron siete horas de viaje y veintiún días de tortura.

      La recibieron en una especie de capilla. Allí, un grupo de mujeres uniformadas le advirtió que las reglas del lugar eran claras: estaba prohibido fugarse, robar y ser lesbiana. Le asignaron una vigilante, Paulina, de 34 años, adicta a las pastillas, y una compañera de cuarto, Miriam, de 14 años, internada por adicción al alcohol y las drogas. Como estos centros están prohibidos por la ley en Ecuador, funcionan bajo la fachada de clínicas de rehabilitación para adicciones, manejadas por la mafia evangélica fundamentalista. En agosto de 2011, el Ministerio de Salud y la Defensoría del Pueblo del Ecuador cerraron treinta clínicas de “deshomosexualización” habilitadas de esa forma, burlando la ley. La novela Un lugar seguro contigo, del escritor ecuatoriano César Luis Baquerizo, cuenta cómo son.

      En La Esperanza había en total nueve internas, cinco de ellas menores de edad. A Zulema la ficharon como alcohólica y drogadicta y la obligaban a seguir el tratamiento como si realmente lo fuera. “Yo no soy adicta a nada”, decía ella, y le respondían que el lesbianismo es “una aberración” y que, en su caso, era consecuencia de su adicción al alcohol y las drogas. Le daban de comer papas con gusanos, le hablaban hasta el cansancio de la Biblia, le decían que “Dios nos hizo hombre y mujer”, le aseguraban que la tendrían allí “entre seis meses y un año” y no la dejaban ir al baño más que por unos segundos, siempre con la puerta abierta y observándola.

      Zulema no aparecía y su novia estaba desesperada. No sabía qué hacer. “Quiero que todo esto solo sea una pesadilla”, tuiteó Cynthia un día después del secuestro. Y el 22 de mayo: “Daría todo por verte sonreír, por saber que estás bien”.

      “Era un poco después del mediodía y yo estaba trabajando en mi computadora. De repente, me llegó un mensaje directo por Twitter. Juan Pablo Argüello me decía que la novia de una muy querida amiga había desaparecido hacía casi una semana sin dejar rastro. Se sospechaba que la familia la había ingresado contra su voluntad en una clínica, pues hacía pocos meses ella les había contado que era lesbiana y desde ese momento su vida se había convertido en una pesadilla. Le di a Juan Pablo mi celular para que la novia de la chica desaparecida se pusiera inmediatamente en contacto conmigo. Poco después recibí otro mensaje de Argüello, decía que su amiga estaba aterrada. Había sido amenazada por la familia de su novia, sospechaba que su teléfono estaba intervenido. No podía comunicarse conmigo. No ahora”, relató al sitio web Gkillcity.com la abogada ecuatoriana Silvia Buendía, que decidió tomar el caso. Era jueves, 23 de mayo.

      Buendía también recibió mensajes por Twitter de compañeras de la facultad de Zulema, que estaban asustadas por su desaparición. Habían ido a su casa y el padre les dijo que la chica estaba de viaje en Costa Rica y que no asistiría a clases durante ese semestre.

      –Pero no se va a poder graduar… –le dijeron.

      –Eso a ella no le importa –respondió el hombre, seco, y ellas no le creyeron. Zulema era una excelente alumna y estaba empeñada en terminar la carrera. No podía ser verdad.

      El miércoles 5 de junio, Buendía conoció finalmente a Cynthia Rodríguez en la Defensoría del Pueblo de Guayaquil. “Es una muchachita delgada, mejillas rosadas, ojos inmensos oscuros, tristes; pelo larguísimo, castaño claro, como el de las princesas de los cuentos que lee mi hija. Nos dijo que estaba decidida a luchar para encontrar a su novia, que ya no tenía