la denuncia en la fiscalía (al principio, no se la querían recibir) y en la Defensoría, harían público el caso a través de las redes sociales y los medios de comunicación. El hashtag #Zulema fue trending topic en Twitter.
La familia, mientras tanto, desmentía todo. Decían que la denuncia era un invento, que Zulema estaba muy bien y que su supuesta desaparición era una mentira de quienes querían dañarlos. Billy Constante, uno de sus hermanos, se comunicó con la policía y hasta con la gobernadora para decir que Zulema no estaba desaparecida. Pero un amigo de Billy denunció que este le había confesado que su hermana estaba internada en una clínica “por lesbiana”. También llegaron otras denuncias y versiones contradictorias: que la habían sacado del país, que estaba en casa sedada, que estaba en otra provincia.
La repercusión pública del caso asustó a la familia y provocó la intervención del gobierno. Según cuenta Buendía, la gobernadora de Guayas, Viviana Bonilla, llamó al papá de la joven para presionarlo: quería saber la verdad. Los padres llamaron a Zulema al centro donde la tenían secuestrada y le dijeron que la liberarían, pero que tenía que decir que había estado en un retiro espiritual por propia voluntad. El director del centro la subió a un taxi en medio de la noche y ella, desconfiada de lo que pudiera pasar, convenció al taxista de que le prestara su celular y llamó a su novia para contarle todo y pedirle ayuda.
Avisadas por Cynthia, Buendía, Potes y Lía diseñaron un plan para rescatarla. Hubo un momento de pánico cuando, cerca de las 7.30 de la mañana, el celular de Zulema se quedó sin batería y perdieron contacto, pero al final salió todo bien. La chica le pidió al taxista que parara en el camino, con la excusa de ir al baño, y allí se pasó al auto de Lía, que la estaba esperando, y se escaparon. Las autoridades ya estaban avisadas e interviniendo (Verónica Potes se comunicó, a través de un asesor, con el ministro del Interior, José Serrano, para que les garantizara protección) y Zulema recuperó finalmente su libertad. Fueron directo a la Defensoría del Pueblo de Guayaquil, donde hicieron pública la denuncia.
“Soy Zulema y estoy libre desde ayer”, tuiteó la joven el 7 de junio, luego de reencontrarse con Titi. “Lo primero que hacen en estos centros es tratar de bajarte la autoestima, con muchos insultos, tratos denigrantes, que vos no valés nada, que hacés sufrir a tu familia. Te hacen limpiar los baños con las manos, la comida que te sirven está infestada de gusanos”, contó luego en una entrevista en televisión. Junto a quienes la rescataron, comenzó a denunciar lo que le pasó, para que no les pase a otros. Yo publiqué la historia en mi blog, que fue compartida en las redes sociales por el cantante Ricky Martin, lo que hizo que fuera uno de los posts más leídos del año. “Estamos aprovechando la repercusión para que se cierren todos estos centros de tortura. No es el primer caso. Esto se tiene que terminar, no puede pasar nunca más”, me dijo la abogada Silvia Buendía.
–¿Se abrió alguna investigación penal en la justicia contra los padres y los administradores del centro donde estuvo secuestrada? –le pregunté.
–Yo inicié la denuncia con Titi el 5 de junio por la desaparición de Zulema. Pero la figura cambió cuando la rescatamos y Zulema tuvo que dar una nueva versión ante la Fiscalía General de la Nación, que declaró este caso de conmoción nacional y decidió que quien lo sustanciara fuese un fiscal especial de Quito.
–¿Y los padres?
–Zulema no desea presentar acusación particular contra sus padres y hermanos, pero también les caerá la mano de la ley, esto es inevitable y ella lo sabe. Por otro lado, las amenazas nos tienen muy preocupadas. La “clínica” pertenece a una mafia muy peligrosa. Esto es una pesadilla para las chicas. Sólo su amor, que es inmenso y consistente, las ha podido mantener enteras.
Esto no pasa sólo en Ecuador. Lamentablemente, los grupos de odio antigay promueven en diferentes lugares del mundo experimentos anticientíficos de tortura psicológica, humillación y, en muchos casos, inducción al suicidio; que ellos llaman, paradójicamente, “cura”.
Años atrás, supe de un caso similar al de Zulema que ocurrió en Estados Unidos.
¿Dónde estás, Bryce?, se titulaba el video con su rostro y su historia, que su pareja y sus amigos subieron a YouTube. También crearon una página web e hicieron un llamado a la solidaridad por internet. Cuando escribí la denuncia que publiqué en el diario Crítica de la Argentina, hacía 40 días, 17 horas y 1 minuto que Bryce Faulkner estaba desaparecido.
Bryce tenía 23 años y vivía con su familia en El Dorado, Arkansas. A mediados de junio de 2009, sus padres le revisaron el correo electrónico y se enteraron de que era gay y estaba de novio con Travis Swanson, un chico al que había conocido cuando viajó a la boda de un amigo suyo en Florida. Luego de aquel encuentro, habían iniciado una relación y planeaban reunirse en Wisconsin. Travis vivía en ese estado y Bryce había decidido salir del armario con su familia y matricularse en la facultad de Medicina más cercana al pueblo de su novio. Pero sus padres se enteraron antes revisando sus correos electrónicos y lo tomaron por sorpresa.
Según denunciaba Travis, Bryce había sido golpeado y amenazado con acabar en la calle si no aceptaba que lo llevaran a un centro religioso comandado por fanáticos que dicen que “curan” la homosexualidad. Como muchos jóvenes en los pequeños pueblos del Sur de Estados Unidos, dependía económicamente por completo de sus padres, que le quitaron el auto, el celular y todo el dinero. “No tenía posibilidades de llamar por teléfono o de pagar un pasaje de ómnibus para irse del pueblo”, me contó su pareja cuando lo entrevisté.
Poco después de desaparecer, el chico llamó a Travis por teléfono de madrugada. Estaba desesperado. “Deberías haber oído las cosas horribles que se dijeron sobre mí y sobre vos. Me obligan a leer en voz alta pasajes de la Biblia –le dijo llorando, y agregó–: Prometeme que vas a ser fuerte por mí y por nosotros”. Todo parecía indicar que Bryce estaba recluido en un centro del grupo Exodus, en Pensacola, Florida, donde sería sometido a un “tratamiento” de catorce meses, administrado en condiciones de encierro.
¿Qué era Exodus?
Básicamente, una secta antigay. “Exodus sostiene que la heterosexualidad es el diseño creativo para la humanidad y a los otros puntos de vista los considera fuera de la voluntad de Dios. Las tendencias homosexuales son una de las muchas disfunciones a que está sometida la humanidad caída y Cristo ofrece una alternativa sanadora”, explicaba su web.
Con filiales asociadas en distintos lugares del mundo, entre ellos Argentina, la secta promovía la “reversión” de la homosexualidad a través de una “terapia” basada en la lectura de la Biblia. Básicamente inducían a las personas a sentir que había algo malo y pecaminoso en sus vidas: “Reconocer que uno tiene una orientación homosexual es como ver una luz roja en el tablero del coche; significa que hay algo que está mal”, explicaban. El camino para abandonar la homosexualidad, según Exodus, comenzaba “por dejar el comportamiento pecaminoso”. Luego había que “aprender lo que dice la Biblia” y, posteriormente, “dar la batalla en el mundo de los pensamientos”. “Es importante identificar las mentiras que Satanás está reproduciendo, como si fueran cintas de audio en la cabeza de uno, ¡y detener el reproductor!”, aconsejaban. El método incluía convencerse uno mismo de que “se siente pésimamente”, lo que se conseguiría “dejando de satisfacer nuestras necesidades” para poder experimentar “el dolor emocional que nuestras fortalezas han estado tapando”. Al comenzar a sentirse “muy pero muy mal” se abriría la posibilidad del “encuentro con Dios”.
Una especie de masoquismo terapéutico.
Pero los “exgays” de Exodus acababan transformándose en ex exgays. “Me disculpo con quienes creyeron mi mensaje, que pretendía que el cambio era necesario para agradar a Dios. Me disculpo por presentar el amor de Dios como condicional y por las verdades truncadas que expuse como representante de Exodus. He escuchado numerosas historias de abuso y suicidio de hombres y mujeres que no pudieron cambiar su orientación sexual a pesar de lo que Exodus u otros ministerios les dijeron. Una participante que conocí cayó en una profunda depresión y prefirió saltar de un puente. En ese momento, me dijeron que no era mi culpa, pero mi corazón no lo creyó”, declaró en público una exlíder