Bruno Bimbi

El fin del armario


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      Ningún senador heterosexual tendría miedo de decirle a sus votantes o a su partido que es heterosexual, como ningún chico tendría miedo de contarle a su papá que tiene novia; ninguna pareja de chico y chica sería agredida por ese motivo en la calle; nadie fue nunca despedido de su trabajo por ser heterosexual, mucho menos asesinado por ese motivo; nunca hubo leyes en ningún país que negaran derechos civiles a los heterosexuales; no hay religiones que consideren que la heterosexualidad es un pecado y no existen insultos específicos para los héteros, nada parecido a “puto de mierda”.

      Por eso, mucha gente prefiere no salir del armario, y sacarla por la fuerza es un acto de violencia, además de una invasión a su privacidad y una negación de sus derechos individuales. Sin embargo, creo que casos como el de Randy Boehning son una excepción: cuando un oprimido usa el armario para disfrazarse de opresor –y, con sus privilegios, atacar a otros oprimidos– ya no merece la solidaridad de los demás oprimidos. Y sacarlo del armario es sacarle el disfraz, denunciar su hipocresía y quitarle las armas con que está disparando contra otros como él para ser aceptado por quienes los (nos) odian.

      Claro que lo anterior no es absoluto. ¿Un judío “en el armario” que denunciaba a otros judíos durante la ocupación nazi en algún país europeo debía ser, a su vez, denunciado como judío? Por supuesto que no, porque eso significaba condenarlo a muerte. Y aunque fuera eso lo que él mismo estaba haciendo con sus pares, la retribución habría colocado a quienes lo denunciaran en la misma situación moral y la “denuncia” habría sido un acto de complicidad con el nazismo. No es el caso de un senador republicano en los Estados Unidos del siglo xxi. Sacarlo del armario para denunciar su hipocresía no pone su vida en riesgo, apenas acaba con algunos, solo algunos, de sus privilegios, que estaba usando en contra de otros gays.

      Pero muchos no lo creen así y por eso me parece importante plantear este debate. Para escribir este texto, llamé a tres colegas que defienden desde hace tiempo posiciones diferentes sobre el outing, para compartir sus opiniones con los lectores.

      El periodista Daniel Seifert, que años atrás usó una columna en la revista Noticias para salir del armario –aunque, en su vida cotidiana, ya había salido hacía mucho–, pide cautela para no transformar el outing en escrache: “Sacar del armario a alguien es un instrumento de la militancia gay, pero debe usarse con cuidado, porque se contrapone al derecho a la intimidad o a decidir sobre uno mismo. Como novedad y como herramienta política, el outing paga. Sobre todo, en Estados Unidos, donde serle infiel a tu esposa es materia de debate público. Es una sociedad de no-intimidad política y creo que concuerdo con esa filosofía, pero la contradicción está en creer que ser gay es pasible de denuncia. Es una chicana efectiva y fácil, una herramienta defensiva, de trinchera, pero a la vez peligrosa y contradictoria. Es difícil llegar a la inclusión apuntando con el dedo. Si me acorralás y me sacás derechos, te denuncio. Ahora, si es un leitmotiv para avanzar, no te hace diferente a lo que combatís”.

      –¿En casos como el del senador Boehning se justifica?

      –Si el debate fuera honesto, no sería válido, pero nunca parece serlo. Entonces, ante posiciones de clara homofobia o negación de derechos por parte de un político que es gay, el outing es casi un acto de justicia. El peligro está en las posiciones no terminantes. ¿Alguien puede “botonear” a un político porque “no se juega” del todo por el colectivo al que otro cree que debe representar? Ahí el límite ético es difuso. Simplificando: no es lo mismo hacerle outing a un legislador que hace campaña contra el matrimonio gay y vota en contra, que a uno que no se expresa de forma clara, se abstiene o sigue un mandato partidario.

      –¿Aun cuando seguir ese mandato signifique votar en contra?

      –No todo homosexual está obligado a representar a los gays. Puede ser un mamarracho, pero negarle su derecho a ser imbécil sería autoritario.

      Gustavo Pecoraro, también periodista y activista gay desde las épocas en que poquísimos homosexuales se animaban a salir del armario, es más radical: “Mucha gente dice que nadie tiene derecho a sacar a otro del armario porque es un asunto privado. No estoy de acuerdo. Cuando ocupás un cargo político o sos un artista reconocido, por ejemplo, tus opiniones son públicas y crean conceptos e ideas. Tus opiniones no son ‘entre cuatro paredes’; llegan a miles o millones de personas, que las toman como información privilegiada: ‘Lo dijo Fulano’. Forman opinión desde un lugar de privilegio. La voz de un activista gay comprometido se escucha millones de veces menos que la de un senador republicano gay en el armario, que vota en contra de nuestros derechos”, argumenta.

      –En esos casos, ¿el outing es válido?

      –Sí. Creo en el outing como respuesta política a un ataque. Fue muy utilizado en los ochenta por act up para desenmascarar a políticos republicanos del gobierno de Reagan que votaban por la reducción del presupuesto de la salud pública en medio de la peor etapa del VIH-sida y, al mismo tiempo, aprobaban aumentos presupuestarios para armamento bélico. Si Carrió, Michetti, Pinedo, Claudia Rucci o Aguad, que votaron en contra del matrimonio igualitario o se abstuvieron, fueran gays, lesbianas o bisexuales, yo les haría outing.

      –¿En qué casos no debería hacerse?

      –No se debe sacar a alguien del armario por venganza ni por capricho; debe ser una herramienta de la lucha, que presione para modificar las opiniones que van contra nuestros derechos. No puede ser una nota sensacionalista al estilo de las revistas o programas de chimentos. Es un acto político. No sacaría del armario a nadie que no haya atacado al propio colectivo.

      En el otro extremo, el periodista, escritor y director de teatro Osvaldo Bazán, autor del libro Historia de la homosexualidad en la Argentina, no está de acuerdo con sacar del armario a nadie, nunca, en ninguna circunstancia. Y tiene los mejores argumentos que escuché a favor de esa posición. “Si peleamos para que cada uno haga de su cuerpo el terreno de las experiencias deseadas, esa lucha es también (y casi esencialmente) para que cada uno se perciba de la manera que quiera. No somos mejores porque seamos putos. Sólo somos putos. ¿Por qué vamos a pensar que no hay fachos encerrados en cuerpos de putos? Sí, los hay. Llámenme para pelear contra su fascismo, no contra su homosexualidad. El argumento de que ‘sólo estamos diciendo una verdad: es puto’ es insostenible. Vos también lo eras a los quince y no querías que lo dijeran. La educación, la convivencia y hasta el humor son mejores armas. Somos más inteligentes y mejores personas que los que nos gritaban ‘¡Marica!’ en la adolescencia”, argumenta Bazán.

      –¿Y en casos como el del senador Boehning, que votó contra los gays?

      –El argumento de que votaba contra los gays es insostenible. Boehning vota leyes antigay. Es su derecho como ciudadano elegido por sus votantes. ¿Por qué debería responder antes a los gays que a sus votantes? Si no entendemos que es su derecho, que puede ser gay y pensar lo que quiera y que su intimidad sigue siendo sagrada, estamos peleando por una libertad para los amigos. Y si la libertad es sólo para los amigos, no es libre.

      –¿No creés que le pasó lo que le pasó por hipócrita?

      –No. Le pasó por una sola causa: por puto. Si hubiera votado igual, sin ser puto, no le pasaba. Siempre me asombraron mucho aquellos militantes gay que no perciben que el contenido fascista del outing es descargado brutalmente sobre gays. De acuerdo, no son gays que pudieran ser amigos míos. No son gays que piensan como yo. Son gays que piensan y viven casi de manera contraria a como yo vivo. ¿Y? Si la lucha por la defensa de los derechos de las minorías sexuales es sólo la lucha por la defensa de los derechos de las minorías sexuales que piensan y viven como yo, chofer, me bajo en la esquina. ¿Qué arma usa un gay que saca a otro del placar? El hecho de que el que está en el placar es gay. Increíblemente, la misma escala de valores que el homofóbico. “¿Qué habla, si es puto?”, y lo tiran a la hoguera.

      Los argumentos de Bazán son razonables, pero no me convencen para este caso. Cuando ocupás un cargo público o sos un referente social, estás en una posición de privilegio y de responsabilidad. Siendo gay, protegido por un armario más sólido –por su posición social, política y económica–, el senador estaba oponiéndose a leyes que protegerían a otros más vulnerables que él. Estaba