afirmando que la tiene tan grande que pudiera influir en la historia de Europa.
-Lo prometo -dijo Holmes.
-Y yo también.
-Ustedes disculparán este antifaz -prosiguió nuestro extraño visitante-. La augusta persona que se sirve de mí desea que su agente permanezca incógnito para ustedes, y no estará de más que confiese desde ahora mismo que el título nobiliario que he adoptado no es exactamente el mío.
-Ya me había dado cuenta de ello -dijo secamente Holmes.
-Trátase de circunstancias sumamente delicadas, y es preciso tomar toda clase de precauciones para ahogar lo que pudiera llegar a ser un escándalo inmenso y comprometer seriamente a una de las familias reinantes de Europa. Hablando claro, está implicada en este asunto la gran casa de los Ormstein, reyes hereditarios de Bohemia.
-También lo sabía-murmuró Holmes arrellanándose en su sillón, y cerrando los ojos.
Nuestro visitante miró con algo de evidente sorpresa la figura lánguida y repantigada de aquel hombre, al que sin duda le habían pintado como al razonador más incisivo y al agente más enérgico de Europa. Holmes reabrió poco a poco los ojos y miró con impaciencia a su gigantesco cliente.
-Si su majestad se dignase exponer su caso -dijo a modo de comentario-, estaría en mejores condiciones para aconsejarle.
Nuestro hombre saltó de su silla, y se puso a pasear por el cuarto, presa de una agitación imposible de dominar. De pronto se arrancó el antifaz de la cara con un gesto de desesperación, y lo tiró al suelo, gritando: -Está usted en lo cierto. Yo soy el rey. ¿Por qué voy a tratar de ocultárselo?.
-Naturalmente. ¿Por qué? -murmuró Holmes-. Aún no había hablado su majestad y ya me había yo dado cuenta de que estaba tratando con Wilhelm Gottsreich Sigismond von Ormstein, gran duque de Cassel Falstein y rey hereditario de Bohemia.
-Pero ya comprenderá usted -dijo nuestro extraño visitante, volviendo a tomar asiento y pasándose la mano por su frente, alta y blanca-ya comprenderá usted, digo, que no estoy acostumbrado a realizar personalmente esta clase de gestiones.
Se trataba, sin embargo, de un asunto tan delicado que no podía confiárselo a un agente mío sin entregarme en sus manos. He venido bajo incógnito desde Praga con el propósito de consultar con usted.
-Pues entonces, consúlteme -dijo Holmes, volviendo una vez más a cerrar los ojos.
-He aquí los hechos, brevemente expuestos: Hará unos cinco años, y en el transcurso de una larga estancia mía en Varsovia, conocí a la célebre aventurera Irene Adler. Con seguridad que ese nombre le será familiar a usted.
-Doctor, tenga la amabilidad de buscarla en el índice-murmuró Holmes sin abrir los ojos.
Venía haciendo extractos de párrafos referentes a personas y cosas, Y era difícil tocar un tema o hablar de alguien sin que él pudiera suministrar en el acto algún dato sobre los mismos. En el caso actual encontré la biografía de aquella mujer, emparedada entre la de un rabino hebreo y la de un oficial administrativo de la Marina, autor de una monografía acerca de los peces abismales.
-Déjeme ver -dijo Holmes-. ¡Ejem! Nacida en Nueva Jersey el año mil ochocientos cincuenta y ocho. Contralto. ¡Ejem! La Scala. ¡Ejem! Prima donna en la Opera Imperial de Varsovia… Eso es… Retirada de los escenarios de ópera, ¡Ajá! Vive en Londres… ¡Justamente!… Según tengo entendido, su majestad se enredó con esta joven, le escribió ciertas cartas comprometedoras, y ahora desea recuperarlas.
-Exactamente… Pero ¿cómo?.
-¿Hubo matrimonio secreto?.
-En absoluto.
-¿Ni papeles o certificados legales?.
-Ninguno.
-Pues entonces, no alcanzo a ver adónde va a parar su majestad. En el caso de que esta joven exhibiese cartas para realizar un chantaje, o con otra finalidad cualquiera, ¿cómo iba ella a demostrar su autenticidad?
-Esta la letra.
-¡Puf! Falsificada.
-Mi papel especial de cartas.
-Robado.
-Mi propio sello.
-Imitado.
-Mi fotografía.
-Comprada.
-En la fotografía estamos los dos.
-¡Vaya, vaya! ¡Esto sí que está mal! Su majestad cometió, desde luego, una indiscreción.
-Estaba fuera de mí, loco.
-Se ha comprometido seriamente.
-Entonces yo no era más que príncipe heredero. Y, además, joven. Hoy mismo no tengo sino treinta años.
-Es preciso recuperar esa fotografía.
-Lo hemos intentado y fracasamos.
-Su majestad tiene que pagar. Es preciso comprar esa fotografía.
-Pero ella no quiere venderla.
-Hay que robársela entonces.
-Hemos realizado cinco tentativas. Ladrones a sueldo mío registraron su casa de arriba abajo por dos veces. En otra ocasión, mientras ella viajaba, sustrajimos su equipaje. Le tendimos celadas dos veces más. Siempre sin resultado.
-¿No encontraron rastro alguno de la foto?
-En absoluto.
Holmes se echó a reír y dijo:
-He ahí un problemita peliagudo.
-Pero muy serio para mí -le replicó en tono de reconvención el rey.
-Muchísimo, desde luego. Pero ¿qué se propone hacer ella con esa fotografía?
-Arruinarme.
-¿Cómo?
-Estoy en vísperas de contraer matrimonio.
-Eso tengo entendido.
-Con Clotilde Lothman von Saxe Meningen. Hija segunda del rey de Escandinavia.
Quizá sepa usted que es una familia de principios muy estrictos. Y ella misma es la esencia de la delicadeza. Bastaría una sombra de duda acerca de mi conducta para que todo se viniese abajo.
-¿ Y qué dice Irene Adler?
-Amenaza con enviarles la fotografía. Y lo hará. Estoy seguro de que lo hará. Usted no la conoce. Tiene un alma de acero. Posee el rostro de la más hermosa de las mujeres y el temperamento del más resuelto de los hombres. Es capaz de llegar a cualquier extremo antes de consentir que yo me case con otra mujer.
-¿Esta seguro de que no la ha enviado ya?
-Lo estoy.
-¿ Por qué razón?
-Porque ella aseguró que la enviará el día mismo en que se haga público el compromiso matrimonial. Y eso ocurrirá el lunes próximo.
-Entonces tenemos por delante tres días aún -exclamó Holmes, bostezando-. Es una suerte, porque en este mismo instante traigo entre manos un par de asuntos de verdadera importancia, Supongo que su majestad permanecerá por ahora en Londres, ¿no es así?
-Desde luego. Usted me encontrará en el Langham, bajo el nombre de conde von Kramm.
-Le haré llegar unas líneas para informarle de cómo llevamos el asunto.
-Hágalo así, se lo suplico, porque vivo en una pura ansiedad.
-Otra cosa. ¿Y la cuestión dinero?
-Tiene usted carte blanche.
-¿Sin limitaciones?
-Le aseguro que daría una provincia de mi reino por tener en mi poder la fotografía.
-¿Y para