de uno u otro filósofo, de un grupo de intelectuales o de las masas populares. Es una combinación de todos estos elementos que se convierte en norma de acción colectiva. Se comprende, entonces, que Gramsci reconozca que Lenin hizo avanzar la filosofía en la medida en que hizo que avanzara la doctrina y la práctica política de un modo organizado a través del partido comunista.
Las acciones colectivas no quedan libradas al azar, y es al partido político, el «príncipe moderno», al que le corresponde dirigirlas en el sentido de la conveniencia histórica: «El príncipe moderno, el mito– príncipe, no puede ser una persona real, un individuo concreto; sólo puede ser un organismo, un elemento de sociedad complejo en el cual comience a concretarse una voluntad colectiva reconocida y afirmada parcialmente en la acción. Este organismo ya ha sido dado por el desarrollo histórico y es el partido político: la primera célula en la que se resumen los gérmenes de voluntad colectiva que tienden a devenir universales y totales».74 La realización de un aparato hegemónico, en la medida en que crea un nuevo terreno ideológico, determina una reforma de las conciencias y de los modos de conocimiento, crea una nueva concepción del mundo.
Por eso Gramsci se pronuncia en contra de la desviación mecanicista del materialismo soviético representada por Bujarín, que subordina al hombre a la necesidad extrínseca de la materia. Con ello queda planteado el problema de las relaciones entre estructura y superestructura. Al respecto considera que, por un lado, ninguna sociedad se propone tareas para cuya solución no existan ya las condiciones necesarias o no estén al menos en vía de desarrollo; por otro lado, ninguna sociedad desaparece si antes no desarrolló todas las formas de vida que están implícitas en sus relaciones.
Con esto Gramsci no se aparta de Marx en lo substancial. Pero considera que el materialismo histórico mecanicista no considera la posibilidad de error sino que cree que todo acto político está determinado por la estructura de un modo inmediato, como reflejo de una modificación real de la misma, y no como el acto que, si bien determinado por ella, se vuelve revolucionario porque trata de modificarla. Así, uno de los mayores aportes de Gramsci será el de postular el valor del espíritu humano en la lucha revolucionaria, lo que implica reconocer la primacía de la superestructura. «La estructura y las superestructuras, escribe, forman un “bloque histórico”, esto es, el conjunto complejo, contradictorio y discorde de las superestructuras es el reflejo del conjunto de las relaciones sociales de producción. De esto se deduce: que sólo un sistema de ideologías totalizador refleja racionalmente la contradicción de la estructura y representa la existencia de las condiciones objetivas para la inversión de la praxis. Si se forma un grupo social homogéneo al 100 % en lo que a la ideología se refiere, quiere decirse que existen al 100% las premisas para esta inversión, esto es, que lo “racional” es real operativa y actualmente. El razonamiento se basa en la reciprocidad necesaria entre la estructura y la superestructura (reciprocidad que constituye precisamente el proceso dialéctico real)».75
Con esta idea de reciprocidad Gramsci, sin apartarse substancialmente del marxismo «ortodoxo», logra explicar hechos o situaciones que desde una óptica mecanicista resultaban absurdas, al mismo tiempo que da a la revolución mundial un arma de valor incalculable: la primacía del espíritu en el proceso dialéctico. Es así como puede escribir: «Renán, en tanto Renán, no es una consecuencia necesaria del espíritu francés; él es, por relación con este espíritu, un evento original, arbitrario, imprevisible».76 Y en otro texto de mucho valor: «En la discusión entre Roma y Bizancio sobre la procesión del Espíritu Santo sería ridículo fundar en la estructura del Oriente europeo la afirmación de que el Espíritu Santo sólo procede del Padre y en la de Occidente la afirmación de que procede del Padre y del Hijo».77
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