un problema de conducta que debe resolver la psiquiatría y las ciencias de la conducta, ya que es preciso buscar las «razones irracionales» que lo llevan a querer lo que presuntamente no es lo más conveniente para él. Según esto la discrepancia con su propuesta evidencia una conducta patológica y debe ser atendida como tal.
La propuesta del autor de un gobierno mundial cae en mi opinión en el campo de la utopía que la realidad presente se encarga por sí sola de negar, ya que las organizaciones internacionales no han impedido un solo conflicto internacional desde la década del cincuenta del pasado siglo hasta nuestros días. Pero la caída del Muro de Berlín ha creado condiciones de poder mundial que permiten que los países más fuertes, con el respaldo de las Naciones Unidas, impongan su voluntad por la fuerza, como ocurrió en la Guerra del Golfo Pérsico. Si algo similar ocurriese en el campo de la cultura, la propuesta de Brameld pasaría de ser utópica a ser sumamente peligrosa. Sin embargo, lo ocurrido en los países anteriormente dominados por la Unión Soviética, con el resurgimiento de las «nacionalidades», de las antiguas tradiciones y de la fe religiosa nos indica que los pueblos —y las culturas particulares— resisten las imposiciones extrañas. Brameld parece olvidar que las culturas que han tenido proyección universal lo han logrado precisamente por su mensaje profundamente nacional y religioso, y no por la negación de su idiosincrasia y tradición.
Resulta, no obstante, valorable la identificación que el autor realiza de la principal carencia del sistema educativo de los países occidentales: su manifiesta incapacidad para dar una orientación moral a la educación y para postular valores auténticamente universales que comprometan a los hombres de hoy a la solidaridad y a la defensa de los valores que su tradición cultural les propone como los más dignos.
46 Brameld, Theodore: «Educación para la época que surge». Archivos de Ciencias de la Educación. Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación. 3ª época, Nº 1, Enero–Junio 1961, La Plata, pp. 60/61
47 Brameld, Theodore: La educación como poder. Ed. Trillas, México. 1967, p. 41.
48 Idem, p. 57.
49 ldem, p. 60.
50 Brameld, Theodore: Bases culturales de la educación. Ed. Eudeba, Buenos Aires, 1965, p. 25.
51 Idem, p. 145.
52 Idem, pp. 151/152.
53 Idem, p. 167.
54 Idem, p. 197.
55 Citado por Brameld en Bases culturales de la educación, p. 213.
56 Brameld, Theodore: La educación como poder, p. 120.
57 Brameld, Theodore: Bases culturales de la educación. p. 258.
58 Idem, p. 255.
59 Idem, p. 271.
60 Cfr. Ibidem
61 Idem, p. 309.
62 Brameld, Theodore: «Educación para la época que surge», p. 65.
63 Braneld; Theodore: Bases culturales de la educación, pp. 322/323.
64 Idem, p. 327.
65 Idem, p. 334.
66 Brameld, Theodore: La educación como poder, p. 157.
Capítulo III
Ideología y educación
Educación y revolución en el pensamiento de Antonio Gramsci
La pedagogía contemporánea se distingue por el gran número de reduccionismos que en las últimas décadas le han dado una buena parte de su contenido. Uno de los más extendidos es el de reducir la educación a su función social o a su identificación con la política. En este caso se incluyen las pedagogías de origen marxista, algunas de las cuales han cobrado enorme difusión en los más diversos contextos educacionales. El fundamento de la pedagogía marxista está dado por la concepción materialista del mundo y de la historia, tal como la explicitaron Carlos Marx y Federico Engels en sus orígenes, y como posteriormente la interpretó Vladimir Illich Ulianov (Lenin).
Según una conocida expresión de Lenin (Tres fuentes y tres partes integrantes del marxismo) esta concepción se estructuró sobre la consideración crítica de la economía clásica, el socialismo utópico y la ideología alemana. En su explicitación pedagógica influyó decididamente este último aspecto, sobre todo a través de la interpretación hegeliana de la dialéctica, que Marx criticó con especial énfasis. La pedagogía socialista, tal como la entiende Marx, reposa sobre el supuesto de que el hombre puede ser educado por el reflejo de la realidad de una manera ilimitada. Así, el «hombre nuevo» es el resultado de la confluencia del progreso de la materia y el desarrollo del hombre. La sociedad nueva se instaurará ineludiblemente, afirma Marx, como una consecuencia necesaria del cambio de base material o real, cambio que se opera fundamentalmente gracias a la lucha de clases. Marx realiza una buena síntesis de esto en el prólogo de su Contribución a la Critica de la Economía Política.
Lenin introduce una tesis voluntarista a este esquema cuando hace resaltar la acción externa de los intelectuales y reconoce en su obra ¿Qué hacer?, escrita a fines de 1901 y principios de 1902, que la doctrina del socialismo ha surgido de teorías filosóficas, históricas y económicas elaboradas por representantes instruidos de las clases poseedoras, esto es, por los intelectuales. Por su posición social, afirma, también los fundadores del socialismo contemporáneo, Marx y Engels, pertenecían a la intelectualidad burguesa. Lenin advierte que la educación puede ser un arma política de gran eficacia, pero esto implica apartarse ya, en un aspecto importante, del determinismo economicista de Marx. Así en su discurso pronunciado en la conferencia de toda Rusia de las comisiones de educación política de los departamentos de instrucción pública provinciales y distritales, el 5 de noviembre de 1920, sostiene que la tarea fundamental para los trabajadores de la educación y para el partido comunista debe ser ayudar a la enseñanza y educación de las masas trabajadoras para que superen las costumbres y hábitos que han heredado del antiguo régimen. El genio de Lenin lo lleva a reconocer en el mismo discurso que la tarea ideológica es más profunda y poderosa que la militar y la política para vencer la resistencia de los capitalistas.
Producida la revolución de Octubre en Rusia, el comunismo encontró en Makarenko a su primer pedagogo. De la teoría de la revolución del marxismo leninismo se desprende la necesidad de conducir las masas desde arriba y de la educación de la conciencia por la propaganda. De estos principios políticos se dedujeron los de la pedagogía. Antón S. Makarenko (1888–1959) fue seguramente quien elaboró la nueva teoría