el otro lado ... el hecho de que todos los hombres tengan una anatomía y una fisiología esencialmente común ... hace que se pueda esperar una penetrante similitud genérica de los valores culturales. (...) Los valores, entonces, son al mismo tiempo particulares y relativos, universales y permanentes».57
Según el parecer de Brameld existen valores comunes a distintas culturas, que se derivan principalmente de las similitudes biológicas que tienen todos los seres humanos. Así ninguna cultura aprueba el sufrimiento humano como un bien en sí mismo, ninguna apoya el incesto o la violación, el robo o la mentira indiscriminados, ninguna permite una anormalidad tan extrema que una conducta individual resulte perjudicial al grupo.
Según Linton, las investigaciones comparadas realizadas por antropólogos sugieren que entre las culturas existen más similitudes que diferencias. «Entre las similitudes con implicaciones valorativas están: el matrimonio como ideal para toda la vida; la responsabilidad de los padres hacia los hijos y viceversa; la propiedad personal y el dominio supremo; la caridad; las obligaciones económicas que implican efectos personales y servicios; la oposición al crimen y a la violación sexual; la seguridad tanto física como psíquica».58
Pero si bien existen valores que son comunes a todas las culturas, estos están organizados en jerarquías, y éstas varían de una cultura a otra. Por ejemplo, la castidad puede ser un valor común, pero unas culturas la ponen como un valor que está por encima de otros, y otras no. Pero a pesar de las diversas jerarquías, que cada cultura posea su propio sistema de valores, si la frase «una humanidad común» tiene sentido, dice Brameld, entonces los valores comunes son innatos a la humanidad. Luego, así como cada personalidad es al mismo tiempo diferente y común a todas las demás, lo mismo ocurre con cada cultura.
La educación, por su parte, como institución normativa, tiene la responsabilidad de ocuparse de los problemas surgidos a raíz del universalismo y relativismo cultural. El relativismo cultural no carece de méritos educacionales, escribe Brameld. Uno de los más importantes es el de promover los valores de tolerancia y respeto por la diversidad cultural como fin educacional. La apreciación de gentes que practican formas de vida diferentes resulta un hito para todos los programas educacionales que valoran la comprensión intercultural e internacional, afirma. La determinación de valores amplios, por su parte, si bien nunca es completa, puede orientar decisivamente la acción educativa. Si la educación se decide por actividades y contenidos de largo alcance los fines universales pueden tener una enorme importancia para el futuro de la humanidad.
El interés que demuestra Linton por la universalidad de las creencias religiosas lo lleva a Brameld a admitir la existencia de lo que denomina «el espinoso problema de la educación religiosa en una democracia como la de Norteamérica». Su posición es que «... desde el momento en que consideramos que uno de los propósitos de la educación responsable es familiarizar a los niños con todos, no sólo con algunos de los aspectos de la vida humana con la que deben enfrentarse como seres culturales, entonces, el verdadero problema no estriba en saber si debiera enseñarse religión sino cómo habría que hacerlo».59 Por supuesto, aclara, las escuelas públicas no pueden enseñar ningún credo o fe y permanecer fieles a los principios de la enseñanza democrática y científica. Lo que pueden hacer, en su opinión, es incitar a los alumnos a investigar y valorar el significado de la vida religiosa en todas sus expresiones culturales, lo que podría aumentar la tolerancia por «las diversidades de la expresión religiosa» y ayudar a los niños a volver a apreciar las propias creencias preferidas hasta ese momento, conduciéndolos hacia creencias más universales y más firmemente establecidas que las profesadas por ellos anteriormente.60
Termina Brameld este análisis de los fines destacando la libertad como fin cultural. Reconoce que el sistema educativo norteamericano no ha sido muy eficaz en la transmisión de la valoración de la libertad, entre otras cosas por la hipocresía con que las escuelas enseñan el ideal e ignoran la realidad. Sin embargo, la universalidad de los fines humanos que armonizan con la libertad, que ha logrado gracias a su método empírico, lo lleva a postular la conveniencia de acrecentar la influencia de la escuela dirigida a defender y acrecentar la validez de este fin cultural. Sostiene que las ciencias del hombre han demostrado que el consenso de la mayoría de la gente de la mayor parte de las culturas es abrumadoramente favorable a la libertad. Aquí el consenso no lo entiende por el fin que simplemente la mayoría desea, sino que se basa en el hecho de que elegimos ser libres porque descubrimos que nuestra aspiración por la libertad es preferible a lo contrario. De allí que sostenga que la suprema justificación para nuestro compromiso con el fin de la libertad estriba en el consenso social que la gente real existente en culturas reales logra en nombre de tal compromiso.
Sin embargo, antes que la educación pueda avanzar hacia el logro de este fin cultural ella misma tendrá que elegir, «… entre un sistema de falta de metas ecléctico, de “viscoso relativismo”, de neutralidad irresponsable, y un sistema de compromiso normativo hacia el propósito de la libertad transcultural, las múltiples satisfacciones que esto implica, y los “modos, medios y fines de acción” que dan por fruto dicho propósito. En este sentido básico, la educación —o más bien los seres humanos vivientes en culturas que constituyen dicha educación— se enfrentan con una elección de gran alcance y probablemente decisiva. Si tendrá o no la valentía o la claridad para elegir a tiempo es una cuestión que sólo las generaciones que están ahora surgiendo podrán responder. Sin embargo, de la respuesta puede depender no sólo la supervivencia de cualquier incremento de la libertad que la humanidad haya ganado, sino también la convergencia hacia esa libertad infinitamente superior que constituye el fin cultural».61
La formación docente
Sostiene Brameld que en la medida en que el reconstruccionismo afecte la educación a través de todos los niveles de la enseñanza, tareas y obligaciones diferentes deberán ser adjudicadas a cada nivel. Así, por ejemplo, nadie podrá graduarse de abogado, médico, ingeniero o profesor a menos que haya recibido una educación que lo familiarice con los grandes problemas de una civilización en crisis y con su propia parte de responsabilidad para resolverlos.
Los jóvenes que se encuentran entre los dieciséis y los veinte años de edad deberán cursar un plan de estudios de cuatro años cuyo tema central deberá ser ¿Qué tipo de mundo podemos y queremos tener? Cada semestre deberá considerar diferentes aspectos de esta cuestión: políticos, económicos, sociales, religiosos, morales, estéticos y muchos otros temas. Además de esto todo estudiante tendrá la oportunidad de trabajar intensamente en temas relacionados directa o indirectamente con el tema central, temas que tendrían una amplitud tal que irían desde la biología y la física hasta la música y la poesía.
Los métodos de estudio deberán apartarse radicalmente de los tradicionales, reemplazándolos por las investigaciones cooperativas, por frecuentes viajes y por la experiencia en el trabajo. Aun cuando explicita que los estudiantes más dotados podrán trabajar independientemente de los grupos, es clara en la propuesta de Brameld una prevalencia del aspecto social sobre el estrictamente personal.
Desarrollando una idea que está presente en sus obras anteriores, escribe Brameld en su artículo «Educación para la época que surge» que «El curriculum prestaría una continua atención, además, a los obstáculos que se presentan en el camino de la reconstrucción cultural. Estos obstáculos son montañas; términos encubridores tales como letargo, miedo, ignorancia, derrotismo, odio, violencia, incompetencia, superstición e inseguridad apenas comienzan a demarcar su alcance o su complejidad. La educación ha fallado en proveer la comprensión de las fuerzas irracionales que minan y destruyen la capacidad de armonía a la vez dentro y entre los individuos y dentro y entre los grupos. Aquí la inclusión de mucho de lo investigado por ciencias tales como la psiquiatría y la psicología política está realmente urgiendo hallazgos que deben no solamente fortalecer la autocomprensión de los estudiantes y la comprensión de los demás, el darse cuenta de las estructuras y de las luchas de poder entre las clases y las naciones, sino también ayudar a brindar terapias esenciales para su corrección y control».62
Los docentes cumplen un rol fundamental en esta actividad, pues de ellos depende en gran medida el logro de los fines propuestos. Para esto es preciso que se comprometan profundamente en la tarea que realizarán, y