los elementos son interdependientes. Destaca también los aportes más recientes de Toynbee y Sorokin, pero llega a la conclusión de que las diferencias entre estos pensadores son tan marcadas que sólo encuentra una generalización que puede ser significativa: «por discutibles que sean todos los recientes intentos, las culturas dentro de si mismas y la relación con otras culturas pueden legítimamente caracterizarse como formas temporales de orden. Revelan regularidades dinámicas, estructuradas, cuyo examen e incorporación dentro de sus propios esfuerzos teóricos y prácticos debiera comenzar a ser la seria tarea de la educación».51
Esta tarea debería concentrarse en dominar el significado de configuración cultural en su sentido polarizante completo. Esto significa elaborar una filosofía de la vida y la cultura «... que penetre hasta el secreto e implícito estrato de la realidad cultural; que expurgue gradualmente lo anticuado, incluso los modos de expresión y comportamiento hipócritas; y que aspire a reemplazarlos por modos a la vez tan honestos y tan adecuados como la integridad humana puede plasmar. Aquí es una exigencia imperiosa la cooperación más estrecha posible entre todos los campos relacionados con la naturaleza de la cultura y el hombre como su creador. El concepto de configuración cultural es la clave de una naciente doctrina interdisciplinaria que será la única capaz de proporcionar los cimientos para un sistema y programa educacional completamente integrados».52
Pero por otra parte destaca Brameld que la cultura puede ser vista como una especie de orden espacio–temporal en cuanto a su naturaleza, dentro de la cual se produce el cambio continua e inevitablemente. Esto nos introduce en el problema del proceso cultural y su relación con la educación, ya que la acción de la enseñanza puede ayudar a fijar o a cambiar los esquemas culturales.
Brameld escribe que existen dos supuestos que deben considerarse sobre el proceso cultural: el primero es el que sostiene que ninguna cultura es tan estática u homogénea como para no permitir cambio alguno. El segundo es que el proceso acontece en dos dominios: dentro de las culturas y/o subculturas, y entre las culturas. De allí que sea necesario, en su opinión, precisar conceptos que ayudan a comprender el progreso cultural. Entre los varios que analiza son de mayor interés pedagógico, en mi opinión, los de aculturación y los de causalidad y predicción.
Siguiendo la orientación de Kroeber dice Brameld que la aculturación «comprende aquellos fenómenos que resultan cuando grupos de individuos de diferentes culturas entran en contacto directo continuo, con cambios posteriores en los esquemas culturales originales de uno u otro o ambos grupos».53 Encuentra en esta definición como muy fecunda la idea de que la aculturación tiende a implicar una reciprocidad de influencias entre las culturas en contacto, aun cuando la influencia es a menudo mucho mayor en una dirección que en otra. Esto es, sin duda, de gran importancia para precisar el ámbito del aprendizaje cultural y para la formación o modificación de la personalidad modal.
En lo que respecta a la causalidad y la predicción, opina Brameld que la antropología tiende a apartarse de las tendencias mecanicistas, tal como ocurre en la física. Esto supone que la causalidad sea tratada de una manera más flexible y más prudente y, con ella, la predicción. Las complejidades implicadas en la determinación de las relaciones causales tiende a poner más énfasis en la probabilidad que en su certeza, por lo que la inevitabilidad de los hechos culturales es un concepto ya prácticamente abandonado por todos los antropólogos, lo que conlleva a rechazar un determinismo absoluto en este campo. De esta manera la utilización operativa de las hipótesis causales, entendidas en ese marco, podía llevar a predecir, «si bien no el modo cómo las escuelas evolucionarán, por lo menos cuáles habrán de ser las orientaciones más probables de dicha evolución».54
Es de interés destacar también la contribución de Kroeber sobre los conceptos de «causa eficiente» y «causa formal», que los deriva de los enunciados por Aristóteles. Esto es importante ya que habría algún acuerdo en que la «causa eficiente» del proceso cultural es la personalidad en su faz creadora. De allí la necesidad de que el educador conozca la personalidad básica de la cultura a la que pertenece, y que esté capacitado para comprender la personalidad modal de culturas diferentes.
Brameld afirma que una de las contribuciones más importantes que han efectuado los teóricos de la cultura es el del «tipo básico de personalidad» o «personalidad modal», que se revela por el estudio de los seres humanos viviendo en una cultura. Es de interés el aporte de Bidney, cuando expresa que «... los psicólogos han tendido a subrayar la originalidad de las personas, mientras que los antropólogos culturales han prestado atención a los elementos comunes o rasgos de la «estructura básica de la personalidad», o «personalidad modal» que el individuo comparte con los miembros de su comunidad cultural».55 El concepto de personalidad modal es para Brameld de gran importancia en la educación, ya que es de gran ayuda para que los educadores comprendan los modos de acelerar el proceso cultural y las dificultades que esto implica. Precisamente una de las mayores falencias que encuentra este autor en la formación de los docentes es la carencia de conocimientos de las personalidades modales más semejantes a las propias y su consiguiente incapacidad para comprender las que están plasmadas en culturas o subculturas diferentes de la suya.
Según Brameld el estudio de la personalidad modal nos conduce directamente al problema del proceso cultural a través de la educación, ayudándonos a comprender las variaciones de las personalidades modales en las que sería deseable producir algún tipo de cambio. Por eso cualquier teoría de la educación adecuada a nuestra época tendría en cuenta el carácter dinámico y temporal de la personalidad y su inclinación a la búsqueda de fines; las tensiones que surgen entre la búsqueda de satisfacción de sus deseos y las restricciones que le impone toda cultura. Ahora bien, cabe preguntarse a qué clase de fines debe hacer referencia una teoría de la educación. Brameld sostiene que la educación no puede contentarse sólo con describir el fenómeno de la búsqueda de fines. Debe también ayudar a las personalidades a convenir con los fines predominantes de sus respectivas culturas y a analizar, expresar, completar y a menudo reconstruir tales fines de la mejor manera posible.
Esta cuestión de los fines exige considerarla desde una perspectiva que excede lo meramente educacional, ya que éstos son ante todo problemas de la cultura. Frente a esto queda la opción de sostener que la educación, como servidora de la cultura, se debe limitar a transmitir los valores sociales y personales que han heredado de la realidad cultural, o sostener, desde una concepción más operativa, que la educación tiene una responsabilidad singular en el sentido de plasmar y orientar esos valores. No escapa a Brameld la importancia de este tema. En su obra La educación como poder refiere cómo cierta vez en el Japón le preguntaron cómo se estudiaban los problemas éticos en las escuelas norteamericanas, y cómo consideraba que se debían enseñar los valores. Su respuesta fue que la educación moral prácticamente no existe en los Estados Unidos, salvo en las escuelas parroquiales, y que en su patria los valores constituyen el problema más descuidado de la educación.
En su opinión esto se debe a la secularización de la educación pública, que ha implantado un plan de estudios concentrado en los llamados conocimientos y habilidades objetivos. Esto contribuye, obviamente, a que los maestros queden protegidos del cargo de complicarse en cuestiones controvertibles saturadas de implicaciones éticas. A esto debe agregarse, dice Brameld, que las máquinas de enseñar alientan la tendencia hacia un aprendizaje concentrado en materias y en el dominio de las habilidades, «... pues es difícil imaginar una máquina que capacite a los jóvenes para resolver asuntos morales de la vida real».56
Para tratar este tema Brameld selecciona dos problemas que considera cruciales: el problema de la relatividad o universalidad de los valores humanos y el problema de la libertad. Con respecto al primero escribe que cabe preguntarse si son todos los valores relativos a determinadas culturas, y por lo tanto a determinada época y lugar dentro de los cuales aparecen y se desarrollan estas culturas, o, por el contrario, si los valores son universales, comunes a muchas o a todas las culturas.
El relativismo cultural hace hincapié en la dignidad inherente a cada sistema de costumbres y la necesidad de tolerancia hacia otras, aunque difieran de las propias. Sin embargo, siguiendo a Kluckhon, dice Brameld que no es sostenible ni un extremo relativismo ni un extremo universalismo: tal como lo enunciaron Kluckhon