Vanina Escales

¡Arroja la bomba!


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Outsider del campo canónico de la literatura, fue moderna por fuera del Grupo Sur y de izquierda al margen de Claridad. Cercana a Alfonsina Storni, tampoco fue popular como ella. Sin embargo, esta marginalidad algo buscada, pose de protagonista, le permitió captar los relieves de su época, mostrar los límites de las vanguardias estéticas y expandir por nuevos hilos la trama de la cultura: ese es su desliz. Poemas con travestis, cuentos con viejas aborteras. Si solo es posible hablar con nuestra época, con el tiempo que las palabras nos dicen en común, Salvadora ensayó también una soledad anacrónica e hizo sonar palabras que se escucharon tiempo después, como las de Las descentradas. Hablamos hoy de ellas, Salvadora y su obra, olvidadas por más de cincuenta años.

      Las obras de teatro fueron escritas mientras hacía periodismo no solo en el diario Crítica “sino en otros más pequeños y más violentos”. “Hablaba al pueblo, luchaba con él, lo acompañaba y apoyaba en su cruzada por lo que más tarde conquistó”, dijo en un momento de su vida.

      Salvadora Medina Onrubia es una contraseña rara de la historia no evidente de la literatura argentina. Es, al mismo tiempo, una ineludible para leer las décadas de 1920 y 1930, su moral privada y su política pública. También, es la feminista libertaria con sello de iconoclasta, que tiene problemas con la autoridad, venga de donde venga.

      ¿Por qué alguien desaparece? Casi todos sus libros quedaron durante décadas en primeras ediciones, con lecturas esporádicas de la crítica literaria. Pasó a formar parte de la historia como un dato secundario de biografías salientes: abuela de Copi, esposa de Natalio Botana, amiga de Alfonsina Storni, de Simón Radowitzky, de Severino Di Giovanni y de América Scarfó. Tuvo un modo singular de ser anarquista porque quiso que las mujeres pudiéramos votar, fue también teósofa y espiritista. Sin embargo, ninguno de esos términos hace justicia a su modo personal de habitarlos.

      Este libro creció prestando oído a la resonancia de las palabras de Salvadora e hizo sus derivas siguiendo las conversaciones que lo alimentan con Emma Barrandeguy, América Scarfó, Gloria Machado Botana, Alejandro Storni, “la China” Botana, Osvaldo Bayer y Helvio “Papo” Botana Hayashi, mi amigo extraordinario. Sus contemporáneos ya no viven. Muchos la recordaron para esta historia de montajes sobre los rumores de datos dispersos que sigue sus huellas literarias y los pliegues de su biografía.

      Escribo en soledad, pero no sola. Este libro se fue escribiendo a través de las conversaciones con amigas y amigos, los comentarios al paso, los datos que alguien recordaba, los diálogos con otros libros, las horas de hemeroteca, los archivos que los compañeros y compañeras de la Federación Libertaria Argentina, del Ateneo Anarquista de Constitución y de la Biblioteca José Ingenieros custodian. Debo mucho a la amistad y las conversaciones con María Moreno y Marcos Zangrandi. Sus lecturas fueron muchas veces mi “ponle la cola al burro”, para no decir mi Virgilio y sumar solemnidad a aquellos diálogos. Mabel Bellucci fue una presencia permanente en estos años, no solo por su memoria de archivista, sino por su extenso trabajo de investigación sobre las anarquistas. Algunas imágenes son producto de telepatía y chat con Fede Schmucler y de la sensibilidad de Diego Fidalgo. El libro también tiene horas de teléfono con Marsha Gall, Rodrigo Álvarez, Esteban Garelli, Luz Azcona, Gabriela García Cedro, detallistas al borde del diagnóstico, como Juan Carlos Pujalte y Martín Santos. Mucho de Christian y Simón Ferrer, la comunidad ingobernable. Agradezco la lectura generosa y la trayectoria enorme de Nora Domínguez y el entusiasmo de las editoras Constanza Brunet y Florencia Jibaja Albarez. El feminismo popular, horizontal y expansivo que construimos en Ni Una Menos se siente en el subtexto, en el hilado. Mis amigas y compañeras de Latfem, como mis amigues y compañeres del CELS, con su disposición para el análisis político y el trabajo sobre la memoria son todo y más. Qué sería de nosotres sin la cortesía de las palabras que nos hacen. Agradezco en especial a Agustina Paz Frontera y María Florencia Alcaraz, por estar siempre con la lapicera y el megáfono listos. A todes elles, gracias.

      1 Este libro es un capítulo más de la memoria feminista. Sin embargo, para facilitar la lectura no incluye recursos del lenguaje inclusivo como “@” o “x”.

      CAPÍTULO I

      El 17 de octubre de 1945, desde las barriadas trabajadoras, miles de voluntades se sumaron en procesión laica hacia Plaza de Mayo para pedir la liberación de Juan Domingo Perón. Cuatro días antes el diario Crítica, dirigido por Salvadora Medina Onrubia, había titulado “Perón ya no constituye un peligro para el país”.

      Desde Berisso, Lanús, Quilmes, desde Lugano y Flores avanzaron sobre la capital del país al grito de “es el pueblo”. Los sacos pasaron a las manos, los botones de las camisas se deprendieron de sus ojales, los brazos se vieron descubiertos como algunos pechos mojados por el calor y la agitación de la felicidad política.

      Crítica tituló “Grupos aislados que no representan al auténtico proletariado argentino tratan de intimidar a la población” y la edición se repartió en las esquinas. Adentro del diario comenzaron las corridas. Mientras algunos cargaban revólveres, Salvadora, la única con la habilidad manual y el conocimiento técnico, comenzó a armar bombas molotov con botellitas de nafta y mechas embebidas en petróleo. Y esperaron.

      Cuando los cuerpos obreros estaban sobre la avenida de Mayo, frente a la puerta de Crítica, los tiradores estaban escondidos, en alerta, vigilando desde los balcones y las ventanas. Se escuchó un disparo y luego decenas. No es claro si el fuego inicial partió desde la calle o desde el edificio. Las botellitas encendidas comenzaron a caer como luciérnagas humeantes. Las corridas buscaban llegar a la plaza, el centro gravitacional que marca el pulso de este país, escenario de júbilo y bombardeos, de alegrías oprobiosas y reivindicaciones justas. Plaza de Mayo: el cielo cívico custodiado por una pirámide. Pero en la avanzada, un muchacho quedó tirado con un balazo en la cabeza frente a Crítica. Era Darwin Ángel Passaponti, un adolescente nacionalista que con diecisiete años se convirtió en el primer mártir del peronismo.

      Salvadora y algunos empleados corrieron a la terraza. Las puertas del edificio quedaron aseguradas. Si en ellas se hubiera abierto una fisura, el fuego de la calle, la furia de los desclasados, habría teñido de humo el interior de la elegante construcción art decó.Ni el vestido, ni los tacos impidieron que Salvadora,de 51 años, saltara por los techos hasta encontrar un edificio por el que bajar sin peligro hacia Rivadavia. Se fue a su casa, donde vivía con un gato montés, a preparar la cena con los periodistas que la acompañaban.

      Anclada su memoria en obreros anarquistas y socialistas, había leído como pasajera la conversión de los dos últimos años hacia una fidelidad permanente del movimiento obrero al incipiente peronismo. De lo contrario, no hubiera titulado con desdén indubitable que esos trabajadores en mangas de camisa, cansados de caminar, pero con la voluntad de la conquista no eran “auténticos”. No porque Salvadora defendiera posiciones de ricos oligarcas, sino porque vivió el ascenso de Perón como una rivalidad personal con Crítica: se disputaban la representación del pueblo.

      Salvadora, que podría haber acompañado desde Crítica a Perón, nunca se pensó asociada sino encabezando. Creyó que el destino se dibujaba en el nombre y que Salvadora era para un protagónico. Y en ese punto de su vida, en su momento de mayor poder, comenzó su caída.

      El Aleph gualeyo

      Salvadora no es platense, La Plata como lugar de nacimiento el 23 de marzo de 1894 es solo un dato accidental. Criada en Gualeguay, si bien no tuvo patria, situó en Entre Ríos el lugar de sus memorias de infancia. Hasta ese momento, su único recuerdo de la vida en Buenos Aires fue la expulsión de la escuela por negarse