cómo se llamaba lo cubrió con su cuerpo gritando: “¡Déjenlo que es un chico!”.
B: No es cierto.
Evitó que lo lincharan y se lo llevó entonces la policía. No pudieron condenarlo a muerte porque su tío, metalúrgico también, que tenía su taller por la calle Boedo, pidió por telégrafo la partida de nacimiento legalizada a Ucrania y, por demostrarse que era menor porque llegó a tiempo lo condenaron a tiempo indeterminado a Ushuaia, donde había de permanecer hasta su indulto por San Hipólito Yrigoyen.
B: Está loca esta.
Dos heroicos compañeros, Apolinario Barrera y Miguel Arcángel Roscigna emprendieron la difícil tarea de liberar a Simón Radowitzky. Barrera se largó en el año y logró sacarlo del penal. Después de muchos días de vivir a monte en la maravillosa primavera de Ushuaia, fueron capturados del lado chileno al intentar embarcarse.
B: No es cierto, ya se habían embarcado. Pararon porque veían llegar un buque de guerra.
Miguel Arcángel Roscigna, años después, logró, mediante Natalio Botana, un puesto de guardiacárcel. Ya había recibido Simón –que estudiaba español– un diccionario con un marcador de seda con el lema “El que busca encuentra”.
B: Esto es interesante.
En el lomo, cuidadosamente plegado dentro de la encuadernación, Simón, buscando, encontró el plan de fuga elaborado por los compañeros. Roscigna se las arregló para hacerle saber “quién era”, aun cuando nunca lo miraba siquiera, menos aún dirigirle la palabra. Sin embargo, no se sabe por qué, quizás en razón de quien lo encomendó, Roscigna fue despedido de su puesto sin mayores explicaciones, y esta segunda fuga fracasó.
B: Es la misma, una sola fuga.
VE: Es un intento y una fuga, Osvaldo.
B: No, fue un intento. Pero está bien, excepto algunas cosas, está bien. ¿Vos sabés que, haciendo las ilustraciones para los anarquistas expropiadores, me encuentro con un libro que se llama El martirologio argentino, con prólogo de la Salvadora que trata de los crímenes de Uriburu?
Cuando Salvadora escribió Mil claveles colorados, su libro inédito, era anciana y tal vez le fallara la memoria. Pero si bien Radowitzky se fugó una sola vez, en noviembre de 1918, también es cierto que Roscigna, el héroe del anarquismo expropiador rioplatense, fue nombrado guardiacárcel en Ushuaia seis años después, cuando nadie dudaba de que era el único con chances de rescatar a Simón. El escape estaba preparado. Roscigna había logrado el puesto gracias a Natalio, que no temía los riesgos que Salvadora tomaba y, además, estaba convencido de que Radowitzky tenía que salir de ese lugar. El guardiacárcel anarquista ni siquiera miraba al penado 155, quien había recibido un libro con el plan de fuga escondido en el lomo. Pero Simón dudó:
–He visto tanta tristeza en el rostro de mis compañeros cuando conocieron que para ellos no había lugar, que decidí no irme. Busca el medio de que todos podamos marcharnos.
–Pero es una locura, hermano. Habría que esperar seis meses para un plan así y tal vez fracase todo. Tú puedes irte ya.
–Prefiero quedarme. Esperaré tu vuelta.
Roscigna comenzó a organizar la fuga de todos, pero en Buenos Aires, en medio de una discusión en el congreso de la Unión Sindical Argentina, el tipo de actividad adonde no solo iban obreros sino también infiltrados de la policía, un socialista del órgano de los metalúrgicos de México 2070 gritó que Roscigna se hacía pasar por penitenciario.57 Al día siguiente le llegó la baja y la expulsión del penal. Simón tuvo que esperar seis años más para salir, pero Roscigna no se fue sin dejar un mensaje: quemó la casa del director del penal.
En 1937 Miguel Arcángel Roscigna y sus compañeros Andrés Vázquez Paredes y Fernando Malvicini se convirtieron en los primeros desaparecidos en el Río de la Plata. La policía de Orden Social les aplicó la Ley Bazán: primero disparar y después preguntar, para terminar fondeados en el río.58
Salvadora, antes de conocer a Radowitzky, conoció su mito. Tenía quince años cuando fue el atentado y debió enterarse por la prensa, al igual que su madre, Teresa, que fue amiga de Falcón y mantenía correspondencia con el coronel. Cuando enviudó, según Poroto Botana, “la ayudó en todo, desde hacerla nombrar directora del colegio del pueblo Carbó, hasta enviarle dinero para agregar un aula o para que aguantara los retrasos en el pago de sus sueldos”. Poroto, que no encontró en su madre ninguna cualidad para destacar, atribuyó su odio a Falcón a que los orgullosos –el lenguaje es propio de la tardía conversión religiosa de Helvio– se ponen “en contra de aquellos de quienes tuvieron que depender en alguna circunstancia”.59
En La Protesta era común leer las campañas de ayuda a los presos y sus familiares: se pedía la libertad y se juntaban fondos para enviarles ropas, cigarrillos, alimentos y medicamentos. Los grupos Pro-Presos también organizaban los escapes. Esta solidaridad con los detenidos se inauguró luego de las movilizaciones de 1901 y 1902, cuando los anarquistas comenzaron a poblar las cárceles. Según Juan Suriano “la Penitenciaría Nacional, la cárcel de La Plata y el Departamento de Policía se transformaron en fuertes imágenes simbólicas representativas de la opresión y de la represión, especialmente el penal de Tierra del Fuego”. Es a partir de esto que liberar a los presos por las luchas sociales se convirtió en una de las principales ocupaciones del movimiento, “inaugurando en el campo de la izquierda argentina una tradición de lucha por los presos políticos que continuaría con fuerza hasta comienzos de la década de 1980”.60
Salvadora comenzó a escribirle cartas a Radowitzky y a tejerle medias de lana. Al poco tiempo fueron amigos y se trataban como hermanos. Si la distribución de la riqueza estaba demorada, una vez que se hicieron ricos con Botana, puso el dinero en circulación y traficó influencias para ayudar a los compañeros. “Se sabía” que cuando Apolinario Barrera llegaba a la redacción de La Protesta con la plata que faltaba para imprimir el diario, venía de Salvadora. Ella lo hizo nombrar capataz general de Crítica. No sorprende, entonces, que fuera él uno de los que intentó fugar a Radowitzky de Ushuaia y que el costo de la aventura corriera a cuenta de la gran financiadora del anarquismo.
El encierro que vivió Simón hubiera desequilibrado a cualquiera. El aislamiento como castigo, las torturas en cada aniversario del atentado, el control como hostigamiento, las palizas nocturnas, el régimen del terror y las violaciones. En 1918 Marcial Belascoain Sayós publicó en la editorial de La Protesta el folleto “El Presidio de Ushuaia. Impresiones de un observador”, en el que denunció las torturas y los delitos sexuales contra el penado 155 en “La Sodoma fueguina”. Es que, desde Rosas en adelante, como podemos leer en El Matadero de Esteban Echeverría, la violación fue una de las formas del castigo, una vía de conquista del cuerpo por un poder. Tanto en El Matadero como en Amalia, de José Mármol, la violencia desbalancea la tensión entre barbarie y civilización en forma de intromisión de afuera hacia adentro, de las masas informes sobre el poeta o sobre la casa deshecha, de la carne sobre el espíritu.61
En la literatura, y en función de un proyecto de nación, se establece a partir de esa violencia qué cuerpo porta una virtud que es violada por la barbarie. Fuera de la literatura hay una invasión civilizatoria, porque si en El Matadero las masas bárbaras toman el cuerpo del joven unitario, sobre los detenidos políticos lo que cae es la ley y la restauración de un mandato de obediencia. Considerados ellos como bárbaros, irrumpe el orden que no respetaron en forma de sometimiento sexual: desvirilizar para sojuzgar, feminizar para dominar. Es un delito de género y por tanto político.
Belascoain Sayós escribió en clave: “Vayan a ti en estas líneas compendiados los afectos de los seres que te aman; de los que comienzan a preparar el magno acontecimiento de volverte a la vida arrancándote de la ferocidad de los criminales carceleros”.62 Seis meses después partió de Punta Arenas Apolinario Barrera con la pequeña tripulación del cúter Sokolo, un tipo de barco de un solo mástil, y echaron anclas el 5 de noviembre en Ushuaia. El 7, Simón saltó por la ventana del taller de hojalatería, vestido de guardiacárcel. La capa arrugada le tapaba media cara, en el apuro había dejado una pierna del