hace mucho tiempo la gente intentaba mantener la vida y la muerte más unidas. La versión cinematográfica de la vida de C. S. Lewis (1898-1963) puede, por ejemplo, ser una buena muestra de esto. Lewis fue un célebre profesor de literatura medieval y renacentista en Inglaterra. Se forjó un nombre de talla internacional publicando libros espirituales, lo que lo convirtió en uno de los escritores cristianos más importantes del siglo XX. Durante décadas Lewis fue un soltero convencido, pero un día conoció a la estadounidense Joy Davidman (1915-1960), quien había huido con su hijo de su violento marido y quien no quería regresar a su país por nada del mundo. Para salvarla de ser deportada por las autoridades británicas, Lewis aceptó casarse con ella. Se trataba de un matrimonio ficticio, pero, como a veces eso sucede, se convirtió en algo más que eso: Lewis y Joy Davidman descubrieron un profundo amor el uno por el otro y se convirtieron en una “verdadera pareja de casados”, como él mismo escribe.
Tan extraño como empezó el matrimonio, fue tan feliz como corto: Joy cayó enferma de cáncer el mismo año de la boda. Luego de algunas mejorías médicas iniciales, se fueron de vacaciones a Irlanda a disfrutar del tiempo del que disponían. Un día, durante una caminata, terminan resguardándose de una tormenta, momento en el cual Joy le dice: “Moriré”. Lewis no quiere oírlo, no quiere que la felicidad de la hora se ensombrezca, pero Joy insiste: “Moriré. Lo sabes. También esto tiene su lugar aquí. Ser feliz ahora será parte del dolor cuando haya muerto” (“The happiness now will be part of the pain then”). Algún tiempo después, Joy muere. El final de la película presenta a un Lewis ensimismado, mientras recorre junto a su hijastro una pradera, y dice entonces: “El dolor de ahora será parte de la felicidad que vendrá” (“The pain now will be part of the happiness then”), después, cuando él se una a Joy ante la presencia de Dios.
No hay duda al respecto. Tal entrelazamiento de felicidad y miseria —uno tan escondido en el otro, que un hálito de reconciliación se extiende sobre el enigma de la vida y la muerte— es un enigma sobre el que no se puede decir nada y sobre el que no se puede demostrar nada. Dondequiera que se haya hablado o se venga a hablar de ello, acontece cautelosamente en la conciencia de ese pensamiento frágil. Un Hölderlin (1770-1843), un Camus (1913-1960), un Saint-Exupéry (1900-1944), un Tom Wolfe (1931) y cualquier otro que lo haya sabido trata el lenguaje con debida precaución. El último gran poeta de lengua yidis, quien murió en 2010, Abraham Sutzkever (1913-2010), estableció para esto una regla: “Repasa las palabras como en un campo minado: un paso en falso, un movimiento en falso, y todas las palabras que has enhebrado en tus venas toda tu vida se harán pedazos contigo [...]”44.
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