Marcelo Corti

Diez principios para ciudades que funcionen


Скачать книгу

      Por el contrario, la segmentación en distritos con una sola función atenta contra esa relación; es el caso de los “distritos de arte”, “de la innovación” o “del conocimiento”, las casas de gobierno o centros cívicos alejados de los centros ciudadanos tradicionales y reconocidos, los campus universitarios aislados, los centros comerciales cerrados y alejados, etc. El problema se potencia y se agrava con la creciente dispersión de la ciudad en el territorio, la llamada “ciudad difusa”, que además es insostenible en lo ambiental por hacer imprescindible el uso del automóvil privado (con la consiguiente emisión de gases y consumo de combustible). Fragmentación y segmentación erosionan las bases sociales y espaciales de la ciudad como proyecto humano. La deformación de la vida social urbana en la ciudad del siglo XX se manifestaba en la despersonalización y la masa, en la anomia. En nuestra época, el factor que disgrega la socialidad es la segmentación por capacidades de consumo, por “targets”. Un signo de época es el algoritmo de Facebook como disciplinador de relaciones y contactos personales.

      Vamos entonces a (y en buena parte ya estamos en) una sociedad de minorías entremezcladas, asimétricas, de reclamos parciales y cruzados, muy distinta de la ciudad de clases que conocimos en el siglo XX. En ese contexto la ciudad será objeto de tensiones y pujas de distinto tipo; algunas se manifestarán como continuidad o resurgimiento de conflictos históricos (de clase, de etnia, de distribución, de género, de valores religiosos, culturales o morales) y otras aportarán distintos grados de novedad.

      No será la menor de esas tensiones la que enfrente la necesidad personal de restablecer una unidad entre lo individual y lo social con las aspiraciones de fragmentación y segmentación que impulsa el mundo corporativo. Esto genera la necesidad de un nuevo proyecto colectivo de reconstitución para la ciudad, siempre como espacio de mediación entre lo individual y lo colectivo, como el campo de fricción entre lo público y lo privado.

      De los muchos aspectos que definen a la ciudad, aquellos sobre los que tratan los principios aquí expuestos son básicamente los componentes físicos y construidos de la ciudad, pero en estrecha relación con aquellos que se vinculan a lo social, cultural, político y económico. Sin esa relación fina, que no es meramente de causa y efecto y mucho menos sujeta a determinismos de una u otra especie, la ciudad no es ciudad sino mera escenografía o una abstracción conceptual.

      En ocasión de cumplir 80 años, Jorge Luis Borges ironizó en una entrevista televisiva sobre las supersticiones implícitas en el prestigio del sistema decimal. Es muy probable que esa superstición nos haya llevado a comprimir y desagregar alternativamente nuestros principios. Son 10, podrían haber sido 9, podrían ser 11 o 12, 7 o 15. Como veremos en su desarrollo, usted mismo y su ciudad pueden reconvertir este decálogo de acuerdo a sus necesidades. Las ciudades tienen el derecho (y la obligación) de tener sus propios objetivos, su propio modelo, su propia agenda. Y de eso se trata el primer principio.

      *- Puede suceder también que en realidad usted lo crea. En ese caso, no se asuste; este libro puede también servirle para reflexionar sobre esa idea y (esperamos) corregirla.

      Buenos Aires 1974, por Luis Caporossi. “Este dibujo no es imaginación, fue producto de mis viajes en el colectivo 86, cuando trabajaba en el proyecto del conjunto Piedrabuena”. Fue imagen de presentación del número (2)157-158 de Café de las ciudades, febrero de 2018.

      *- Anticipo que el contenido de este principio se aplica también a este libro y a su autor… Para formularlo en esos términos, tiene usted el derecho y la obligación de tener sus propios principios, y su ciudad tiene el derecho y el deber de tener su propia agenda.

      En general, no le vendrá mal a su ciudad aplicar los principios y recomendaciones de la Nueva Agenda Urbana (NAU). Pero este documento (y los Objetivos del Desarrollo Sustentable, y los Objetivos del Milenio, y tantos objetivos, pactos, tratados, consensos, declaraciones, manifiestos, etc., etc.) es el fruto de un trabajoso consenso entre 193 gobiernos de diferentes signos políticos y muy distintos grados de respeto por la democracia y los derechos humanos. Para llegar a ese acuerdo, seguramente hubo que aplanar criterios, omitir objetivos y resignar ideales que quizás sean justamente los que más necesita su ciudad.

      Es muy probable, por ejemplo, que su ciudad no tenga como problema “poner fin a la defecación al aire libre”, como sostiene el punto 119 de la NAU. El mismo punto compromete a los firmantes a promover “inversiones adecuadas en infraestructuras de protección accesibles y sostenibles y en sistemas de servicios de agua, saneamiento e higiene”, pero no aclara como se promoverán. El punto 13 imagina ciudades que “cumplen su función social, entre ellas la función social y ecológica de la tierra”, mientras que el punto 53 compromete a “promover la creación de espacios públicos seguros, integradores, accesibles, verdes y de calidad que fomenten el desarrollo social y económico, con el fin de aprovechar de manera sostenible su potencial para generar mayores valores sociales y económicos, entre otros, el valor de la propiedad, y facilitar la actividad empresarial y las inversiones públicas y privadas, así como las oportunidades de generar medios de subsistencia para todos”. Pero en realidad, toda operación de mejora y calificación de espacios públicos debería incluir mecanismos de prevención de aumentos del valor inmobiliario, o su recuperación por el Estado y la sociedad –el aumento del precio de la propiedad no es un factor de crecimiento económico sino, por el contrario, un obstáculo a este y a la justa distribución de sus frutos. Más apropiado es el reconocimiento, en el punto 15, de la “función rectora de los gobiernos nacionales”. La visión anterior de los organismos multilaterales privilegiaba en cambio una visión particular del principio de subsidiariedad, que establece que los gobiernos de proximidad son los más adecuados para gestionar los asuntos locales; esta visión parece de una lógica irreprochable, pero fue muchas veces una coartada para justificar el abandono de los temas urbanos por los gobiernos nacionales, muchas veces sin siquiera una transferencia de recursos que compensara las nuevas funciones transferidas a los municipios.

      La contradicción más evidente de la NAU es la que enfrenta subrepticiamente las dimensiones social y económica de sus compromisos de transformación. Durante la confección del documento estas dimensiones alternaron el primer y segundo lugar en el orden de aparición (la dimensión ambiental siempre ocupó el tercer lugar). Esto indica una discrepancia entre la prioridad para “el desarrollo urbano sostenible para la inclusión social y la erradicación de la pobreza” frente a la “prosperidad urbana sostenible e inclusiva y oportunidades para todos”. Vale decir, la vieja pero siempre actual discusión sobre si primero debe crecer la economía para que luego sus beneficios se derramen o si es necesario primero acordar el reparto de beneficios para pasar luego a generar riquezas (opción esta que, en todo caso, fue la que parece haberse acordado con toda la precariedad del caso).

      Estas contradicciones, que son bastante evidentes para los documentos y agendas que elaboran las burocracias internacionales, también se encuentran en los discursos y relatos de los gurúes particulares, el mundo “ogeneístico” o las corporaciones multinacionales. Jan Gehl, cuyo trabajo sobre la humanización del espacio público resulta de utilidad para cualquier gestor urbano, fue contratado para amenizar la megaurbanización privada Nordelta, en la zona norte de la región metropolitana de Buenos Aires. ¿Cómo creer en su prédica sobre el espacio público si él mismo acepta que pueda aplicar sus ideas a una de las privatopías más brutales de América Latina?

      En ocasiones los consejos de “expertos” vienen en formato de asistencia por parte de organizaciones más o menos no gubernamentales. Prefiera seguirlos a comprarlos, pero verifique antes qué o quienes están detrás de esos consejos. Nada es solo “no gubernamental” o “no algo”, siempre hay algún “sí” que lo define mejor y eso no es necesariamente malo, pero es necesario que usted sepa cuál es ese “sí”. Y por cierto, evite con cualquier excusa razonable que su valioso tiempo o el de su equipo sean malgastados en las reuniones