lo significativo de cada gesto. O Hedonismo crítico con El Palomar, algo que en las páginas de este libro ya se anticipaba al preguntarnos si una fiesta podría ser un contexto expositivo. Hedonismo crítico fueron siete horas de criticalidad desde lo físico, desde la superación de la norma, supuso romper barreras sin aparente violencia, no más que la que siempre nos envuelve. Y fue con y gracias a El Palomar: un equipo, una institución, unas artistas, un lugar, miles de lugares, una historia secreta, qué más da; un saltarse toda definición estanca, una posición de riesgo cargada de deseo, complejidad y significados. Elementos también presentes en Los Sujetos, el pabellón español en la Bienal de Venecia con Cabello/Carceller, Francesc Ruiz, Pepo Salazar y la performatividad y sexualidad fuera de norma de Salvador Dalí. Los Sujetos tiene mucho de Salir de la exposición: desde gestos básicos como pintar el espacio central de color rosa con el contrapunto de moqueta rojiza (para cargar emotivamente el lugar y ofrecer otro tipo de tono lejos del que reconocemos en el white cube), hasta el planteamiento de diálogos asincrónicos dentro de la exposición para abrirse a otros momentos y pensar, también, en clave de futuro. Comisariar el pabellón de España en la Bienal de Venecia ha significado trabajar con otros tiempos para la exposición, trabajar para una permanencia en la retina. Pensar en clave de futuro sin olvidar en ningún momento un pasado y una historia. Pensar en otros tipos de textos, otros tipos de contenidos, otras proximidades y lanzarse a ello.
En Salir de la exposición hay material que supuestamente no tendría que estar en un libro sobre teoría expositiva: además de un análisis exhaustivo, de un recorrido transversal y también histórico, en este libro aparecen muecas, gestos, viajes, fiestas, cansancio y momentos tangenciales cargados de sonrisas compartidas. No nos olvidemos: todo es definitorio.
Cinco años después, quisiera daros las gracias por vuestro tiempo, por pasear entre estas páginas y por compartir deseos, miradas e ideas.
Martí Manen
PRIMERA PARTE
01. EMPEZAR
La exposición. Pensar en la exposición. Analizar la exposición, observar la exposición, buscar lo que es, entender qué significa. Entender su ritmo, su tono, sus formas y su actitud. Descubrir que las exposiciones tienen también sus momentos, sus situaciones, sus subidas y sus bajadas, sus euforias y sus crisis. Acercarse a la exposición para intentar ver cuáles son los límites que le hemos impuesto y cómo la podemos tensar hasta llevarla donde queramos. Ver cómo puede superar estos límites.
Recuerdo paseos infinitos en exposiciones. Horas y horas dentro de las mismas exposiciones. Meses de análisis, de observaciones. Mirar las luces, observar las cartelas, espiar a los montadores y a aquellos que pintan las paredes, analizar las obras, estudiar a los usuarios, entender las líneas maestras, las confrontaciones, las emociones que están detrás y a veces se muestran y a veces se esconden. Observar los movimientos que se generan, las distancias entre las obras, la teatralidad o la voluntad de aproximación y confusión con lo real.
Empecemos por el principio. ¿Qué es la exposición? ¿Qué define la exposición como dispositivo de presentación artística? La exposición no es nada más que una serie de elementos casi invisibles que terminan generando un entramado mediante contenidos diversos. Mediante obras, mediante textos, mediante documentación, objetos y elementos varios que generan un contexto -y un tiempo- que puede permitir una recepción y una interacción con el trabajo de los artistas y otros agentes culturales. La exposición no es nada más que el dispositivo de presentación más destacado en el campo del arte.
Recuerdo esa voluntad de limpiar. Esa voluntad de preguntarse por los mínimos que definen una exposición. Casi como un proceso de vaciado constante, casi como leer un libro buscando las claves de lo que es ese libro. Ir a mínimos para no equivocarse después en los objetivos. En el proceso de identificación de la exposición, ayuda a no perder el norte preguntarse por lo que es definitorio. La exposición, lo que permite que las obras de arte funcionen, son detalles, son gestos, son observaciones. Notas y golpecitos, apuntes y miradas.
En algún momento, visitando exposiciones, te descubres buscando esos detalles. Mirando el techo para ver qué sistema de iluminación se ha utilizado, preguntándote por el motivo de que las cartelas tengan la tipografía que tienen, buscando líneas visuales que unan obras, pensando en la cantidad de paredes, en los audios de los vídeos y si están altos o bajos... En ese momento estás ya metido, estás analizando los códigos, estás mirando la exposición en sí, como un elemento más, casi como una obra artística más, como un objeto más, como un tiempo más.
En este libro se recogen algunos de esos apuntes, miradas, reflexiones y diálogos que aparecen gracias a las exposiciones. Miradas subjetivas, puntos de vista propios que se ofrecen sin la voluntad -excesiva- de categorizar. Preguntas sobre los límites de la exposición, sobre su capacidad experimental, sobre la presentación del arte contemporáneo y la cultura de hoy. Desde el planteamiento de que la exposición es un sistema fantástico para establecer un encuentro para el posicionamiento crítico, para la recepción y comunicación de ideas, sensaciones y emociones.
Ideas, sensaciones y emociones.
Y aquí estamos, dando vueltas a ideas, sensaciones y emociones. Buscando el comprender un material de trabajo como es la exposición. Un material flexible, capaz de reinventarse, de ser utilizado con múltiples objetivos, capaz de ocupar extensiones absurdamente grandes y tiempos reducidísimos. Un material con el que podemos jugar, malear, darle la vuelta para, de nuevo, volver a los mínimos. Volver a las ideas, sensaciones y emociones.
02. LAS PAREDES BLANCAS Y LAS PAREDES SUCIAS
Visitar una exposición implica una acción por parte del usuario. Visitar una exposición significa interesarse, aunque sea mínimamente, en buscar una fuente de contenidos o de experiencias culturales. La exposición, como la obra de arte, necesita de sus visitantes, de sus usuarios, de sus públicos. Toca no olvidar que las exposiciones se producen para ofrecer algo, y para poder ofrecer este algo tiene que existir también un alguien. Desde el respeto hacia ese “alguien”, también hacia los creadores, desde el deseo de conocer las mejores opciones para la producción, investigación, presentación y distribución del trabajo artístico nace la voluntad de análisis y definición de la exposición. Analizar cómo funciona la exposición es un sistema para repensarla, para adaptarla, para mejorarla, para ayudar en su recepción y también en su proceso.
El arte contemporáneo, con la proliferación de white cubes y sus formas ya clásicas de presentación, tiene definida una historia de sus exposiciones, así como una historia de la crítica a la exposición y su formalización. La exposición de arte contemporáneo es, generalmente, reconocible. Igual que las películas, igual que las novelas, igual que los conciertos, los códigos de reconocimiento del hecho expositivo parten de la construcción de unos modos específicos de definición de cómo trabajar con arte y cómo presentar este trabajo. Los códigos tienen que ser reconocibles, ya que desde ese reconocimiento aparece la tranquilidad en el consumo. Que los códigos sean estables facilita la supuesta aproximación por parte del público. Tocaría preguntarse qué tipo de público y qué tipo de aproximación, tocaría preguntarse si queremos una recepción tranquila de la exposición o, por el contrario, algo que nos descoloque por completo. Y la palabra era consumo, algo también a repensar.
Pensemos en una exposición modelo con arte contemporáneo, típica, clásica. Pensemos en una exposición heredera de la forma que difundió el MoMA para presentar arte contemporáneo: paredes blancas, silencio, algún texto introductorio de mayor o menor densidad pero escrito desde cierta autoridad y rigor, obras de arte, iluminación, una continuidad narrativa... y una enorme separación con el ritmo de la calle. La exposición es un lugar que marca su propio tiempo, un tiempo presente, siempre presente, presente continuo. Una vez inaugurada, la exposición estará allí, esperando a ser visitada y siempre preparada para dar lo que tiene que ofrecer. Una exposición que no puede envejecer ya que, como si fuera una creación de Oscar Wilde, el paso del tiempo no está pensado para ella. La exposición despierta cada día igual que el día anterior, con los mismos contenidos, con los mismos mensajes, con el mismo tipo de interacción que se ofrece a distintas personas que pasarán por su espacio físico. Al terminar su periodo de presentación, la