de sus usuarios, somos conscientes de que la exposición juega con el espacio y el tiempo mediante una serie de elementos (sean obras, trastos, cine, documentación, eventos, conferencias, talleres...) en las que se define un modo y un tono de actuación. En cada exposición la posibilidad de experimentar sobre el tipo de aproximación, lectura, recorrido y relación por parte de los usuarios puede conllevar una revisión de los términos propios del urbanismo. Un urbanismo basado, de nuevo, en el usuario. En un usuario que da sentido pleno a la trama que se le presenta. Una trama en la que resulta ser un agente activo, alguien con capacidad de acción y reacción aunque, al mismo tiempo, se trata de alguien que asume en muchos casos las normas implícitas de la exposición sin necesidad de analizarlas críticamente en cada caso.
Si pensamos en la exposición como posibilidad urbana, en términos de urbanismo, podemos redefinir la función de la exposición. La exposición es el lugar de presentación artística, pero también puede ser el lugar para la experimentación “en directo” sobre nuestras formas de vida, sobre nuestro comportamiento urbano, sobre las posibilidades no presentes o aún por revelar en los entramados duros con los que nos relacionamos a diario. La exposición, como un urbanismo blando, tiene la capacidad de hacer propuestas, de ofrecer opciones temporales que conllevan un replanteamiento de, precisamente, el día a día.
En el momento en que el urbanismo perdió su factor social, resulta factible entender la exposición como ese lugar de encuentro social perdido, como ese lugar de definición ciudadana, como ese tiempo donde es posible articular un entramado social y político. Un modo de actuación que, aunque urbano, parte de la idiosincrasia de lo artístico, donde el error y la fragilidad son mucho más aceptados y suponen un riesgo seguramente menor pero no menos interesante. La exposición, si la entendemos como un elemento dentro la trama urbana y a la vez definitorio de ella, ofrece posibilidades para reformular aún más nuestro contexto.
La lectura casi utópica de la exposición como espacio de trabajo común para la realidad social, urbana y política choca en muchos momentos con la falta de conexión con sus usuarios. La dificultad para encontrar públicos es notoria si no hablamos de grandes instituciones y hasta de sus blockbusters ya que incluso para estas, a veces también es complicado. Al mismo tiempo es un reto interesante pensar quiénes deben ser los usuarios activos de la exposición, qué cantidades económicas manejamos al definir estas propuestas y compararlas con otros espacios de intercambio social. La capacidad de incidencia de la exposición puede ser alta, mejor de lo que a priori pueda pensarse. Si entendemos la exposición, también, como un laboratorio para lo urbano empieza a resultar interesante que, más que números masivos de espectadores, encontremos usuarios activos, con una voluntad de participación y con la capacidad para hacerlo. Al ciudadano se le ha separado del urbanismo, la capacidad de acción urbana es menor, así que nos encontramos en un contexto donde, de nuevo, toca empezar, toca replantear todos los roles desde la práctica que supone la exposición.
La idea de responsabilidad en la exposición puede resultar útil: un lugar para la investigación pero en tiempo real, una base desde la que generar un discurso crítico y generar modelos posibles desde las preguntas y las dudas. La revisión constante de la exposición como formato, con su adecuación a las variaciones sobre la idea de producción, con la incorporación de eventos múltiples, con el acercamiento a usuarios en particular, puede también leerse como una necesidad para dar un sentido pleno al dispositivo de presentación por excelencia, en un contexto donde los lugares de encuentro para la definición común tienden a desaparecer.
04. ¿CONFRONTACIÓN O CONJUNCIONES?
Dentro de una exposición se generan infinidad de líneas, infinidad de conexiones. Se define una red, un contexto en el que cada uno de los elementos presentados se encuentra en relación con los otros. En la relación entre ellos podemos discernir qué quiere ser la exposición. La definición de la exposición se encuentra también en cómo se plantea, en qué supone como plataforma.
Podemos visitar exposiciones sin darnos cuenta de qué tipo de relación se está estableciendo dentro de ella. También, al plantear la propuesta expositiva, resulta más que difícil definir todas las conexiones y relaciones que aparecerán cuando la exposición esté en marcha. En el momento previo de definición de la exposición es factible marcar unas líneas, pero otras se generarán en directo, mediante las sorpresas que nacen al propiciar encuentros o desencuentros. La aparición de los visitantes ayudará a que tales relaciones sean más o menos evidentes aunque, en principio, todo está en el tapete en un estado latente: los elementos, las líneas de conexión. Con la aparición de los visitantes se destaparán más capas, más relaciones y líneas escondidas que irán tejiendo la red que marca y define la exposición. La exposición funciona como una red, con características menos estancas que las propuestas por la idea de lugar.
Pero, ¿qué significan estas líneas de conexión? ¿De qué estamos hablando al hablar de conexiones? Pensemos en una exposición donde se presenten varias obras de arte. En el momento de definición de la exposición podemos decidir, desde la óptica curatorial, establecer diálogos entre piezas, discusiones, destacar algunas de ellas por encima de otras, intentar que cada una de ellas funcione como una isla, buscar que las piezas tengan sentido dentro de un discurso, desear que conformen varios recorridos, establecer una serie de prioridades en su recepción, destacar su aura artística o convertirlas en un material de trabajo más. Utilizar las obras o dejar que las obras utilicen la exposición, así como también desvirtuar elementos supuestamente menores para que tomen otro tipo de protagonismo. En todas las opciones existe un gesto, una decisión. Sea por activa o por pasiva, en cada exposición será necesario definir este tipo de líneas entre obras, pensar qué se quiere hacer con ellas, qué valor queremos darles, qué trato merecen por nuestra parte. Líneas que serán, en el mayor de los casos, invisibles pero definitorias para el tipo de relación que el visitante tendrá con lo expuesto, afectando su recepción.
El modo de definir estas relaciones ofrece resultados distintos. Resultados en la exposición, pero también en su uso, apareciendo ideas diferentes sobre quién es el destinatario de la exposición y qué pensamos hacer con esta persona, o qué queremos que haga con la exposición. Al definir las relaciones entre los elementos estamos construyendo la base, utilizando la gramática de la exposición. Una gramática poco estable, abierta a varias posibilidades, que depende de momentos y que ofrece múltiples sorpresas. Pero una gramática al fin y al cabo.
En definitiva, estamos hablando del lenguaje de la exposición. Y todo lenguaje tiene sus palabras. Las obras son elementos formantes del lenguaje de la exposición, todo lo presentado son ítems lingüísticos. Lo quieran o no. Fonemas, palabras, frases, párrafos, capítulos. Tocará en cada caso ver qué queremos que sean, qué importancia y qué independencia tienen. La exposición tiene también la voluntad de decir algo. Pero el “decir algo” también podemos encontrarlo en las obras en sí, con lo que se generan varios niveles de comunicación. El lenguaje de la exposición utiliza como material base elementos que tienen sus propios idiomas, que ya vienen definidos o que buscan precisamente salir de todo encasillamiento lingüístico. En esta paradoja la exposición necesita de cierta invisibilidad para llegar a ser capaz de comunicar lo que quiere por sí misma. El lenguaje de la exposición es un lenguaje secreto. Si ahora mismo tuviéramos que hacer un símil entre la exposición y un género literario, y si nos basamos en el carácter lingüístico del hecho expositivo y su alteración de los contenidos con la voluntad de llegar a un resultado distinto, nos acercaríamos a la poesía. La exposición sería poesía por el motivo de querer decir más que lo que textualmente dice, por trabajar en capas de comunicación emocional que se mezclan, por ser en las formas lo que queremos dar. Pero ¿estaríamos acertando? La exposición también puede querer ser ensayo, comunicando un resultado específico y demostrando una investigación. También puede ser novela, generando recorridos narrativos que nos liberen del contacto con nuestra realidad. Pero también puede ser periodismo o discurso político. También puede ser un escrito en la sección de debate de un periódico, un texto religioso, un divertimento teatral o cualquiera de las mezclas o derivaciones que queramos pensar.
La capacidad de adaptación de la exposición a lo que se quiere de ella permite saltar de un lugar a otro sin que la propia exposición como formato se resienta. Algo que, francamente, además de ser