Victoria Aveyard

Trono destrozado


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no se molestará en vigilar. Resuelve controversias Rojas y crímenes cometidos contra los nuestros, para impedir más abusos a manos de la inclemente sangre Plateada. Su trabajo es reconocido, tolerado incluso, por los funcionarios de la ciudad, lo cual explica que yo no haya acudido a ella. Aunque puede ser que su causa sea noble, para mi gusto desfila demasiado cerca de los Plateados.

      Los Piratas, una gavilla con pretensiones, me despiertan una desconfianza igual. Son violentos a decir de todos, un rasgo que yo admiraría normalmente. Su ocupación es la sangre, y causan la sensación de un perro rabioso. Salvajes, brutos y despiadados, sus miembros suelen ser ejecutados y rápidamente sustituidos. Mantienen el control de su sector en la ciudad mediante la opresión y el asesinato, y suelen estar en desacuerdo con su grupo rival, Los Navegantes.

      A quienes debo evaluar.

      —Supongo que tú eres Cordero.

      Me vuelvo sobre mis talones, desde el horizonte que se extiende hacia todas las latitudes.

      El hombre, que imagino es Egan, está dejado caer sobre las ventanas opuestas, sin saber o sin temer que nada más que un vidrio antiguo se halla entre él y una larga caída. Al igual que yo, monta una farsa, y muestra las cartas que quiere al tiempo que oculta el resto.

      He acudido aquí únicamente con Tristan para producir cierta impresión. Flanqueado por Melody y una caterva de Navegantes, Egan ha optado por demostrar su fuerza. Para causar un impacto en mí. Muy bien.

      Expone dos brazos musculosos y cubiertos de cicatrices a los que distinguen dos tatuajes de anclas. Me recuerda al coronel, pese a que no se parecen en absoluto. Egan es de baja estatura, rechoncho, fornido, con una piel achicharrada por el sol y una larga cabellera consumida por la sal y recogida en una trenza enredada. No me cabe la menor duda de que ha pasado la mitad de su vida en una barca.

      —O al menos ése es el nombre en clave que te endilgaron —continúa, en medio de una sonrisa. Le falta un buen número de dientes—. ¿Estoy en lo cierto?

      Me encojo de hombros, evasiva.

      —¿Mi nombre importa?

      —En absoluto. Sólo tus intenciones. ¿Las cuales son…?

      Tan sonriente como él, avanzo hasta el centro de la sala, no sin eludir la depresión circular que antes ocupaba la lámpara.

      —Creo que usted ya las conoce.

      Mis órdenes indicaban que debía ponerme en contacto con esta pandilla, pero no hasta qué punto. Fue una omisión necesaria, ya que de lo contrario personas desconocidas podrían usar nuestra correspondencia contra nosotros.

      —Bueno, conozco bastante bien las metas y tácticas de tu gente, pero me refiero a ti. ¿A qué has venido?

      Tu gente. Estas palabras punzan y tironean mi cerebro. Las interpretaré después. Me gustaría más una pelea a golpes que este juego nauseabundo de toma y daca. Preferiría un ojo morado a un acertijo.

      —Mi meta es establecer líneas abiertas de comunicación. Ustedes son una organización de contrabando, y tener amigos al otro lado de la frontera nos beneficiaría a ambas partes —con otra sonrisa cautivadora, paso los dedos por mi cabello trenzado—. Sólo soy un mensajero, señor.

      —Yo no llamaría mensajero a una capitana de la Guardia Escarlata.

      Tristan no se mueve esta vez. Es mi turno de reaccionar, a pesar de mi instrucción. Egan no pasa por alto mis ojos bien abiertos ni el color de mis mejillas. Sus asistentes, Melody en particular, tienen la audacia de sonreír entre ellos.

      Tu gente. La Guardia Escarlata. Nos conoce.

      —Entonces no soy la primera.

      Exhibe otra sonrisa maniática.

      —Ni de lejos. Hemos transportado mercancías de los tuyos desde… —mira a Melody mientras hace una pausa para llamar la atención— hace dos años, ¿no?

      —Septiembre del trescientos, jefe —responde ella.

      —Ah, sí. Por lo que veo, tú no sabes nada de eso, Oveja.

      Reprimo el impulso de abrir la boca y protestar. Discreción, decían las órdenes. Dudo que se considere discreto lanzar a un criminal engreído desde su torre en decadencia.

      —No es nuestra costumbre.

      Y ésta es la única explicación que ofrezco. Porque aunque Egan se crea superior a mí, mucho más informado que yo, se equivoca. No tiene idea de lo que somos, de lo que hemos hecho y de cuánto más planeamos hacer. Ni siquiera puede imaginarlo.

      —Bueno, tus camaradas pagan bien, eso es seguro —hace tintinear una pulsera de plata finamente trabajada, trenzada como una soga—. Espero que tú seas igual.

      —Si hace lo que se le pide, así será.

      —Entonces haré lo que se me pida.

      Me basta con inclinarme hacia Tristan para que él se ponga en marcha. Llega junto a mí con dos pasos largos, de modo tan rápido y desgarbado que Egan echa a reír.

      —¡Vaya que eres escuálido, campeón! —exclama—. ¿Cómo te dicen? ¿Espárrago?

      Una comisura de mi boca se mueve, pero no sonrío. Por Tristan. Por más que coma o entrene, sus músculos no se fortifican. A él le da lo mismo. Es un pistolero, un francotirador, no un bravucón. Es más valioso a cien metros de distancia, con un buen rifle. No le haré saber a Egan que su nombre en clave es Huesos.

      —Necesitamos información general sobre una red a la que llaman Whistle, y ser presentados ante ella —dice Tristan para formular mis peticiones en lugar de mí. Otra táctica del coronel que he adoptado—. Buscamos contactos viables en estas áreas clave.

      Muestra un mapa en el que las ciudades e intersecciones importantes de todo el país aparecen marcadas con puntos rojos. Las conozco sin que sea necesario que las vea: las barriadas industriales de Gray Town y Ciudad Nueva; la capital, Arcón; Delphie; la ciudad militar de Corvium, y muchas otras pequeñas poblaciones y aldeas. Aunque Egan no mira el documento, asiente; es la imagen misma de la confianza.

      —¿Algo más? —pregunta fastidiado.

      Tristan se vuelve hacia mí, como si me diera la última oportunidad de negarme a la orden final de la comandancia. Pero no lo haré.

      —Tendremos que emplear pronto su red de contrabando.

      —No hay ningún problema. Con los Whistle a su disposición, el país entero está a su alcance. Pueden traer y llevar cualquier cosa de aquí a Corvium si así lo quieren.

      No me queda otro remedio que sonreír, con lo que muestro mis dientes.

      Pero la sonrisa de Egan se atenúa un poco. Sabe que hay algo más.

      —¿Cuál será el cargamento?

      Con manos rápidas, arrojo a sus pies una pequeña bolsa de tetrarcas. Todos ellos de plata. Suficientes para convencerlo.

      —Las personas adecuadas.

      EL SIGUIENTE MENSAJE HA SIDO DESCIFRADO CONFIDENCIAL, SE REQUIERE AUTORIZACIÓN DE UN SUPERIOR

      Día 6 de la operación TELARAÑA ROJA, etapa 1.

      Agente: Capitán CLASIFICADO.

      Denominación: CORDERO.

      Origen: Harbor Bay, NRT.

      Destino: CARNERO en CLASIFICADO.

      —NAVEGANTES dirigidos por EGAN aceptan condiciones. Se encargarán de transporte en región FARO una vez iniciada etapa 2 de TELARAÑA ROJA.

      —Se informa que NAVEGANTES conocen organización GE. Otras células activas en NRT. ¿Buscar aclaraciones?

      NOS LEVANTAREMOS, ROJOS COMO EL AMANECER.

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