Jay Tatsay

La Nueva Era de la Humanidad


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hay nadie que nos señale el camino, estamos solos en esto de gestionar al planeta, convivir con la naturaleza y coexistir con el resto de los seres humanos, y no siempre salimos bien parados.

      Vamos dando tumbos entre prueba y error, con lo que muchas veces lo que era conveniente, sano, santo, sacro y normal, al otro día se convierte en error, pecado y locura que hay que rectificar.

      Rectificamos el rumbo unas veces, otras no, y en ambas elecciones volvemos a equivocarnos.

      ¿Qué estamos haciendo mal?

      Parece que absolutamente todo, aunque hay cosas que sí parecen un acierto evolutivo, una toma de consciencia y una buena elección para todos, aunque algunos se apresuren a criticarlas y decir que son malignas, contaminantes o desacertadas.

      No nos ponemos de acuerdo en muchas cosas y cada grupo quiere tener la razón y vencer al otro imponiendo sus ideas, sin tomar en cuenta aspectos como la verdad, la cooperación, la colaboración o el punto medio y los denominadores comunes que podrían ser realmente útiles y no solo triunfos partidarios.

      Todos tienen la razón, aunque nadie tenga la verdad, y a menudo las opiniones sin sustento y las mentiras triunfan sobre la argumentación y la demostración científica.

      Y así seguimos, en batallas sin sentido, pulsos de poder, descalificaciones y descréditos entre unos y otros, deambulando por este hermoso planeta como las bacterias deambulan por nuestros intestinos.

      La historia de Plin

      Plin nació en un lejano y excéntrico planeta, si a tomar materia se le puede llamar nacer, donde la luz roja de la nebulosa es suficiente para que surja y se mantenga la vida.

      La luna del planeta natal de Plin está unida a la masa continental por un largo y grueso puente, y tras la masa continental se extiende un enorme mar de aguas tranquilas ricas en propiedades alimenticias.

      La fauna y la flora son escasas, pero no son necesarias para la alimentación, por lo que regularmente son respetadas. Ni siquiera las utilizan de ornato.

      Plin se llama así porque al tomar materia emitió una vibración que sonó a “plin”.

      —No me gusta llamarme Plin —se quejaba en su infancia—, preferiría llamarme Slam o Plon, que suenan mejor.

      Pero mientras más se quejaba, más a Plin sonaba.

      Plin no tenía sexo biológico, en su mundo no se necesitaba para la reproducción, pero se podía decir que era masculino por la forma de ser y de estar, como por el estilo de relacionarse con los seres femeninos de su entorno.

      No podemos decir que Plin cierto día quiso viajar y conocer el multiverso, porque en su planeta no había día ni noche, la luz rojiza de la nebulosa lo inundaba todo eternamente, pero sí, Plin decidió en cierto momento de su existencia material y corpórea dar un largo paseo por las estrellas, y ver qué sucedía en otros planetas.

      La suerte quiso que se topara con la Tierra, porque no tenía rumbo fijo ni ruta establecida.

      La primera persona con la que se topó fue un soldado.

      —¿Qué haces? —preguntó Plin.

      —La guerra —dijo muy serio el soldado.

      —¿La qué?

      —La guerra.

      —¿Y qué es la guerra?

      —Una etapa en la que matamos al enemigo.

      —¿Qué es un enemigo?

      —Alguien como yo, pero que no es amigo, que mata y que asesina, y al que hay que destruir del todo para obtener la victoria.

      —¿Y qué harás cuando hayas matado a todos y a cada uno de tus no amigos?

      —Otra guerra, supongo.

      —¿Y cuándo se acaben todas las guerras?

      —Oprimir a mi propio pueblo, supongo.

      —¡A tus sí amigos!

      —Sí, hay que mantener el orden y hacer que se cumplan las leyes.

      Plin no preguntó más y se alejó, sin tomar en cuenta que el soldado le disparara por la espalda. El cuerpo de Plin vibraba de tal manera que las balas no le hacían daño, y su alma tenía tal tono que no experimentaba animadversión ni violencia, solo curiosidad.

      Plin se deslizó por la cuarta dimensión y salió a la tercera en un viejo monasterio, donde un monje anciano y sabio meditaba en silencio.

      —¡Hola! —saludó Plin.

      —Hola —contestó el anciano monje algo molesto por la interrupción.

      —¿Qué haces?

      —Rezo por la salvación de mi alma y de este mundo malvado y podrido.

      —¿Con el fin de que se acabe la guerra?

      —No, para que la guerra sea tan grande que acabe con este error de los dioses al que llamamos humanidad.

      —¿Tú también?

      —¡Yo el primero! Estoy harto de esta vida, nada hay en ella que sea agradable o realmente bueno, todo es pecado y locura.

      —Estás un poco pálido.

      —Y tú estás demasiado azul para ser humano.

      Sí, me había olvidado decir que el cuerpo material de Plin era azul, como el de algunas deidades de la India.

      —Es cierto.

      —¿De dónde vienes?

      —De muy lejos.

      —¿De las estrellas?

      —No, de dos o tres universos paralelos.

      —¿Eres un dios?

      —No, no lo creo.

      —¿Un demonio, un avatar, un elfo?

      —Tampoco, solo soy una criatura más.

      —¿Me elegiste por santo?

      —No te elegí, solo salí de la cuarta dimensión por aquí, y aquí estabas, nada más. El resto es pura curiosidad.

      —Ya veo, eres solo una ilusión de mi mente febril… mi muerte debe estar cercana… ¡Gracias, gracias!

      —Tus funciones vitales no son muy buenas, pero para un colapso total todavía te falta, siento decepcionarte.

      —Debe ser la bebida… o las pastillas… o efectos retardados de la ayahuasca…

      Plin desapareció saliendo por donde había entrado. Luego se entrevistó con muchos humanos más, y, una vez satisfecha su curiosidad, se dijo a sí mismo: “¡Qué raro! He aprendido mucho de estos animales humanos que se creen seres, y sin embargo ellos de mí no han aprendido nada. Tendré que mejorar mucho mi forma de relacionarme con otras especies.”

      Plin se fue a proseguir su viaje sin darse cuenta que algunos de los humanos con los que había contactado sí habían aprendido alguna que otra cosa, y que esos detalles imperceptibles para ambos lados habrían de convertirse en un nuevo orden de ideas, en una semilla de cambio que tarde o temprano afectaría a la humanidad entera.

      Cuando volvió a su hogar y contó sus experiencias, le pidieron por favor que no volviera a visitar y mucho menos a interferir o a relacionarse con los seres que habitaban los planetas involucionados o sin consciencia, porque algunos de esos planetas, aunque no todos, eran manicomios o cárceles donde los evolucionados habían mandado a las peores almas del multiverso, y que se podía contagiar, volverse loco o malvado, y quedarse atrapado para siempre en alguno de esos planetas.

      Plin agradeció humildemente el consejo como hacen todas las almas evolucionadas, y como premio los suyos comenzaron a llamarle Slam.

      ¿Cambiar o evolucionar?

      ¡Eh