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Señora Faraci
Para Matt, mi alienígena favorito
Trabajo de Química para subir nota
La vida es una mierda.
Párate un momento a considerar tu vida. Piensa en todos esos pequeños rituales que te sustentan durante el día, desde el momento en que te levantas hasta la solitaria medianoche, cuando te bebes cuatro litros de jarabe para la tos para sofocar la insistente voz que oyes en la cabeza. La voz que te susurra que deberías rendirte, que mañana no será mejor que hoy. Piensa en la absurdidad de lavarte los dientes, de discutir con tu madre sobre si la ropa que llevas a clase es apropiada, de los deberes, de las notas y de los novios y de la comida que llevas al instituto.
Y de la vida.
Piensa en la absurdidad de la vida.
Cuando desmontas lo que hacemos cada día y examinas las piezas que conforman nuestros actos, empiezas a entender lo ridículas que son. Los besos, por ejemplo. No dejarías que un desconocido que pasa por la calle te escupiera en la boca, pero intercambias saliva con el chico o la chica que te pone el corazón a mil, que provoca que te suden las axilas y que te empalmes en los momentos más inoportunos. Meterías la lengua en su boca y dejarías que te hiciera lo mismo sin pararte a pensar dónde ha podido estar su lengua, si te está pegando un herpes labial o una mononucleosis, o si está pasándote un trozo del sándwich de atún que tenía entre los dientes.
Nos depilamos las piernas y las cejas y untamos nuestros cuerpos en cremas y lociones. Nos matamos de hambre para poder entrar en los vaqueros perfectos, y contaminamos nuestros cuerpos con drogas para desarrollar la musculatura y que nos vean fibrados sin camiseta. Conducimos rápido, nos pegamos fiestones y estudiamos para exámenes que no significan una mierda en el gran conjunto del cosmos.
Algunos físicos han postulado que vivimos en un universo infinito que se expande infinitamente, y que todo lo que hay en él se acabará repitiendo. Hay infinitas copias de tu madre, de tu padre y de tu hermanita que te roba la ropa. Hay infinitas copias de ti. A pesar de que te has pasado la vida creyéndolo, no eres un copito de nieve especial. En alguna parte, hay otro tú viviendo tu vida. Y es posible que la esté viviendo mejor. Está aprendiendo francés o usando el cerebro en vez de estar tirado en gayumbos en el sofá, comiéndose un bol tras otro de Aritos de Avena con Fruta mientras se pregunta por qué está solo un viernes por la noche. Pero eso no es lo peor. Lo que realmente hará que te tires del puente más cercano es que nada de eso importa. Tú morirás, yo moriré, todos moriremos; y las cosas que hemos hecho, las decisiones que hemos tomado, no importarán absolutamente nada.
Ahí fuera, cerca de algún pueblo de mierda con un nombre como Shoshoni o Medicine Bow, hay una hormiga. No eras consciente de ella. No sabes si es una hormiga soldado, una obrera o la reina. No te importa si está buscando comida para arrastrarla de vuelta al hormiguero o construyendo túneles nuevos para las larvas que se retuercen. Hasta ahora, esa hormiga simplemente no existía para ti. Si no la hubiera mencionado, habrías seguido con tu vida, yendo de una tarea tediosa a otra, metiendo la lengua en el pozo de bacterias que es la boca de tu novia, garabateando variaciones de vuestros nombres en la cubierta de tu libreta y esperando a que las ondas electrónicas viajaran por el aire y te dijeran que alguien estaba pensando en ti. Que, durante un instante, tú has sido la persona más importante en la insignificante vida de otra persona. Pero, lo supieras o no, esa hormiga está ahí fuera haciendo cosas hormiguiles mientras tú esperas el siguiente mensaje que demuestre que, de los siete mil millones de personas egocéntricas que hay en el mundo, tú eres importante. Toda tu autoestima se basa en que crees que importas, que le importas al universo.
Pero no importas.
Porque somos las hormigas.
Yo no perdía el tiempo pensando en el futuro