Susana Cordero

Albert Camus, de la felicidad a la moral


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aspiración a la eternidad con la conciencia de que todo acaba. Si algo suspira por continuar es, precisamente, la felicidad: “El hombre que puso todos sus bienes en esta tierra permanece sin defensa contra la muerte”.87

      En esta visión, tan alejada de una fácil retórica, se vislumbra ya el núcleo de la tragedia del joven Camus: el autor se va separando de sí mismo, el acuerdo de sí con la naturaleza y consigo mismo se topa con la muerte y toda defensa se vuelve imposible.

      El hombre que se delinea en los ensayos que estudiamos, destinado al goce efímero del instante, de existencia fugaz, asumida en su incesante desaparición, es la antítesis del hombre cristiano; en su existir inocente, conceptos como el del pecado dibujan su extrañeza bajo un cielo sin signos.

      La generación de Camus no es “inmoral”, sino “amoral”; va derecha al fin, impaciente frente a las precauciones oratorias; desconfía de toda “literatura”, de toda ideología. Quiere un contacto directo con la realidad sensible. […]

      En el paisaje toscano, se inicia en Camus la necesidad de resistirse al destino humano; entonces, intuye la posibilidad de rebelión, otro principio de su inquisición sobre el hombre y la vida; esbozado en un rechazo que a nada renuncia, se concreta en el ‘decir no’.

      La muerte está allí, pero se niega a mirarla con resignación. Si la presencia de Dios es inútil y vana es porque ayuda a vivir resignado. La belleza brinda la nada: el único acuerdo posible del hombre con la vida ha de asumir en el afán de durar, su destino mortal. Dios vendría a romper este acuerdo con su cuña de esperanza.

      Cada motivo descubierto por Camus en este nivel de su inquisición, el gozo, la felicidad, la inocencia, la naturaleza, el arte concebidos como certezas tangibles y válidas, engendran la rebeldía, pues están destinados a acabar con la muerte. Cierto que una rebelión que nada puede contra el acabamiento es inútil, pero Camus la concibe como indispensable, ya que añade a la vida la densidad de manifestar la voluntad irremisible de permanecer, contra la certeza del fin. Su rebeldía está marcada por el voluntarismo.

      La felicidad posible y necesaria no se eleva en estos ensayos al plano de la culminación de una vida de esfuerzo hacia el bien, pues este se halla, entero, del lado de la tierra; no es aspiración del hombre, sino resultado de su fusión rebelde con el mundo; constatación de cada momento, coincide con la dicha en la inocencia del goce; plenitud física, inseparable de la conciencia de la muerte. La conciencia de la finitud priva al hombre de la alegría en la posesión del mundo, pero, a su vez, es derrotada por nuestra rebelde lucidez. ¿Quién ha dicho, preguntará Camus, que la felicidad exija el optimismo?

      Así, llegamos a la única culminación posible de las vivencias y conceptos vertidos en Bodas: el hombre ha de sacrificar al mundo que dura, todo su anhelo de vivir, comprendiendo que la dicha posible se halla solo del lado de la tierra, y anuncia la fusión total, el aniquilamiento de su ser. La aspiración humana se resuelve, siempre a la manera de Nietzsche aunque sin llegar a una profesión consciente de conceptos como el del eterno retorno, en la repetición incesante de la vida en otros seres, cuya juventud seguirá a la nuestra, en un irreversible camino hacia el común destino de morir.

      Si Camus se hubiera detenido aquí, sin ahondar en obras posteriores en sus intuiciones sobre la rebeldía, la tenacidad, la felicidad o el rechazo, poco podría decirse de él, o casi nada, en relación con los valores morales. Por el momento, una verdadera conciencia moral, concebida a la manera de Heidegger como la llamada de la existencia a su más propio ‘ser ella misma’ se diluye, en la embriaguez de la posesión sensible del mundo y su belleza.

      Libertad y voluntad no son problemáticas, antes al contrario, se alimentan mutuamente de las convicciones que ofrece el mundo, aspiran a fundirse en él… Pero el salto que –a nuestro entender– realiza Camus desde esta ‘inocencia’ a la culpabilidad, es la muestra más evidente de la imposibilidad en que se halla una existencia sincera y abierta a permanecer tranquila, resignada, entre los límites del mundo y de la muerte.

      57. J’aime cette vie avec abandon et veux en parler avec liberté: elle me donne l’orgueil de ma condition d’homme. Pourtant, on me l’a souvent dit: il n’y a pas de quoi être fier. Si, il y a de quoi: ce soleil, cette mer, mon cœur bondissant de jeunesse, mon corps au gout de sel et l’immense décor ou la tendresse et la gloire se rencontrent dans le jaune et le bleu., N, Essais, p. 58.

      58. Louis Faucon, “Noces, Commentaires”, en A. Camus, Essais, p. 1335.

      59. Étreindre un corps de femme, c’est aussi retenir contre soi cette joie étrange qui descend du ciel vers la mer., N, Essais, p. 58.

      60. Moeller, op. cit., p. 46.

      61. Car pour un homme, prendre conscience de son présent, c’est ne plus rien attendre. N, Essais, p. 63.

      62. … je refuse obstinément tous les “plus tard” du monde. Ibid., p. 63.

      63. … des choses qui tombent., Ibid.,p. 56.

      64. J’avais au cœur une joie étrange, celle-là même qui naît d’une conscience tranquille. Ibid., p. 60.

      65. Il n’est pas toujours facile d’être un homme, moins encore d’être un homme pur. Mais être pur, c’est retrouver cette patrie de l’âme où devient sensible la parenté du monde, où les coups du sang rejoignent les pulsations violentes du soleil de deux heures., Ibid., p. 75.

      66. Simone de Beauvoir, Para una moral de la ambigüedad, Buenos Aires, Ed. Chapire, 1956, p. 56.

      67. Leo Pollman, Sartre y Camus, Madrid, Gredos, 1973. 176.

      68. Il faut beaucoup de temps pour aller à Djémila. Ce n’est pas une ville où l’on s’arrête et que l’on dépasse. Elle ne mène nulle part et n’ouvre sur aucun pays., N, Essais, p. 61.

      69. …un jeu de cartes ouvert sur un ciel sans limites. Ibid., p. 61.