Susana Cordero

Albert Camus, de la felicidad a la moral


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ninguna promesa turba la indiferencia de la naturaleza y de la vida, que pasa sin que podamos elegirla u ordenarla. La existencia toda es destino, nos sobrepasa y nos da nuestra medida.

      HACIA EL ANTIGUO HUMANISMO

      CAMUS, UN JOVEN DE ARGEL

      Los valores de este pueblo son los valores de la vida: quien no respeta sus reglas es juzgado a través de juicios estéticos, no morales: “sería feo”… La virtud como ascética, como práctica y hábito es desconocida por este pueblo joven que mantiene, sin embargo, el ascetismo de la desposesión y del afán de vivir sin subterfugios. La juventud y sus alegrías agotan el sentido de la vida, y la muerte, desposeída de todo aspecto sagrado, presenta su rostro de horror irremediable.

      Camus se identifica con sus hermanos… Para él, como para aquellos, la bondad es la bondad del mundo, la de las cosas, supremos y únicos bienes, de los que el ser humano ha de gozar plenamente, sin fisuras, a los que la conciencia de la muerte añade aún mayor intensidad. El mundo es eterno, entendido solamente como lo que dura más que nosotros. Ser uno con este mundo, no introducir en él fracturas como las de la culpa, el pecado, la nada, es el ideal inocente de estos héroes ignotos y rebeldes.

      El sentimiento del absurdo, piedra angular del pensamiento de Albert Camus, perfila su contorno en estas páginas, sin encontrar aún formulación precisa:

      Camus no es consciente aún de que todas las certezas de las cuales hace gala en sus primeros contactos lúcidos con la realidad tienen un rostro oculto de incertidumbre, pero en cada una de ellas descubre motivos de renuncia y obstinación. El desacuerdo entre la esperanza que pugna por surgir y se manifiesta en todo lo que en este mundo dura más que nosotros, y la carencia de respuesta posible de parte de una naturaleza y un mundo indiferentes inician para Camus la ya citada vivencia del absurdo.