ninguna promesa turba la indiferencia de la naturaleza y de la vida, que pasa sin que podamos elegirla u ordenarla. La existencia toda es destino, nos sobrepasa y nos da nuestra medida.
¿Por qué preocupa a tantos “buenos espíritus” la inmortalidad del alma? Porque han rehusado aceptar “antes de haber agotado su savia, la única verdad que les ha sido dada y que es el cuerpo”.72 La adhesión de Camus al instante se hace más lúcida en la carencia de esperanza: el presente se vuelve desesperado, es decir, inconsolable. El gozo de vivir no se pierde, aunado a la lucidez de su fugacidad. Rechazar cuanto trasciende la existencia concreta nada tiene en común con la renuncia: repudiar los mitos, los sueños equívocos, las falsas esperanzas significa exaltar la vida, asumirla completa en su dignidad, su belleza y su infortunio. Camus vive la vida en el despojamiento.
Pocos comprenden que hay un rechazo que nada tiene en común con la renuncia. ¿Qué significan palabras como porvenir, bienestar, posición? ¿Qué significa el progreso del corazón? Si rehúso obstinadamente a todos los “más tarde” del mundo es porque se trata de no renunciar a mi riqueza presente. No me gusta creer que la muerte abre a otra vida. Es para mí una puerta cerrada.73
Esta idea de despojo constituirá la base de la medida, valor central en el camino camusiano hacia la moralidad. No otra cosa se manifestará en el maduro “pensamiento de mediodía”74, expresión de la mesura, así como de cierta fatalidad… Toda la vida de Camus se regirá por la búsqueda de equilibrio entre la existencia y la muerte, la felicidad y el acabamiento. Tal ansia de fundir los opuestos le lleva en este momento de su evolución humana y creativa a negar uno de ellos para exaltar al otro: en Bodas las verdades exaltadas son el cuerpo, los valores del lado de la vida, la belleza, los dones de la naturaleza y cierta clase de felicidad:
Más ¿qué es la felicidad sino el simple acuerdo entre un ser y la existencia que lleva? Y ¿qué acuerdo más legítimo puede unir al hombre a la vida, sino la doble conciencia de su deseo de duración y su destino mortal? Se aprende así, al menos, a no contar con nada y a considerar el presente como la única verdad que nos es dada “por añadidura”.75
Fiel a su juventud, Camus la vive con tal plenitud que se le ocurre absoluta y eterna. Ciertamente, sabe que la muerte espera, pero apenas si se le manifiesta como “el miedo físico del animal que ama el sol”. Todavía es demasiado joven para “haber tenido tiempo de pulir la idea de muerte o la de la nada, pero ya ha masticado su horror”.76
HACIA EL ANTIGUO HUMANISMO
La muerte le enfrenta con el hombre antiguo, el griego, el trágico que constituirá en la obra camusiana, el modelo y la nostalgia. Ser hombre significa “recobrar la inocencia y la verdad que lucen en la mirada del hombre antiguo cara a su destino”.77 Meursault en su prisión ilustrará la mirada que recobra la inocencia y la verdad, al no eludir su trágica condena. Toda forma de resistencia a la muerte priva al hombre de la alegría sin esperanza que ofrece el mundo, y es manifestación del engañoso deseo de durar. En nuestra condición está implícito este separarnos, este ser distintos del mundo, gracias a la conciencia, y enfrentarnos a él; pero nuestro deseo de durar por encima de su realidad es origen de toda mentira. El hombre ha de huir de la ternura y de la compasión de sí mismo; la lucidez desesperada es constante en la actitud vital y teórica camusiana: de El revés y el derecho a Bodas; de El extranjero a La peste, de Calígula a El malentendido y al juez-penitente de La caída, va perfilándose esta intuición que acaba por abarcar todo el sentido de su mirada del mundo y de la creación. En Djémila es apenas una luz indecisa, proyectada sobre el contorno de la insaciable vitalidad de Bodas en Tipasa: esta cobra, a la luz de Djémila, el sentido de un decorado, a pesar de cuya presencia los hombres mueren. El mundo en el nuevo marco de la muerte empieza a oponerse al hombre cuyo ideal era fundirse con él sin rebeldía y para siempre, y acabar en su misma indiferencia. No extraña que Djémila le deje “el corazón apretado ante la grandeza que queda atrás”78, ya que la muerte ha separado para siempre lo que la exaltación de la juventud y de la vida buscaba unir en unas nupcias destinadas a la desolación.
En todo caso, si Camus quiere alguna forma de eternidad, la quiere entera al modo de este mundo. Meursault, que proclama su amor por la existencia presente contra el cura que le exhorta a meditar en otra vida, expresa en su situación límite esta misma convicción: querría “una vida en que pudiera recordar esta”.79
CAMUS, UN JOVEN DE ARGEL
La riqueza sensual camusiana no es cualidad exclusiva de su personalidad ardiente y abierta. La indiferencia, la inocencia, el gozo de vivir son otros tantos nexos que definen a Camus como un norteafricano nacido en un país abierto al sol y al mar, ebrio de los valores de su pueblo. En la bruma europea, en sus largos y grises inviernos, el sol sigue siendo presencia constante en el corazón de Camus. “En el centro de mi obra hay un sol invencible”, dirá años más tarde a Gabriel d’Aubarède.80 La juventud de Argel, que Camus definirá en sus obras principales, es la de un pueblo niño, cuyo carácter fundamental es una “vocación magnífica para las felicidades fáciles”.81 Abundancia, profusión, pasión, exigencia, generosidad, palabras que, del lado del cuerpo, definen esta juventud sin preguntas, que exprime como un fruto su tiempo y su belleza, bienes efímeros cuya irremisible pérdida deja sin consuelo. En Argel “un obrero de treinta años ha jugado ya todas sus cartas. La vida no se construye, se quema”.82
Creo que virtud es palabra sin significado en Argelia. Estos hombres no carecen de principios. Tienen su moral, y muy particular: no se “falta” a la madre; se hace respetar a la esposa en las calles; se considera a la mujer encinta; no se ataca entre dos a un adversario, porque “sería feo”. Quien no observe estos mandamientos elementales “no es un hombre” y el asunto queda arreglado.83
Los valores de este pueblo son los valores de la vida: quien no respeta sus reglas es juzgado a través de juicios estéticos, no morales: “sería feo”… La virtud como ascética, como práctica y hábito es desconocida por este pueblo joven que mantiene, sin embargo, el ascetismo de la desposesión y del afán de vivir sin subterfugios. La juventud y sus alegrías agotan el sentido de la vida, y la muerte, desposeída de todo aspecto sagrado, presenta su rostro de horror irremediable.
Diversiones simples constituyen sus alegrías: los domingos libres y siniestros –tan cercanos al lento domingo que nos entregará El extranjero– se abren como una boca o como una herida a un mañana sin porvenir. “Pueblo sin religión, sin ídolos, y sin consuelos, donde cada uno muere solo, después de haber vivido en masa”.84
Camus se identifica con sus hermanos… Para él, como para aquellos, la bondad es la bondad del mundo, la de las cosas, supremos y únicos bienes, de los que el ser humano ha de gozar plenamente, sin fisuras, a los que la conciencia de la muerte añade aún mayor intensidad. El mundo es eterno, entendido solamente como lo que dura más que nosotros. Ser uno con este mundo, no introducir en él fracturas como las de la culpa, el pecado, la nada, es el ideal inocente de estos héroes ignotos y rebeldes.
HE AQUÍ BASTANTES CERTEZAS PARA UNA VIDA HUMANA
El sentimiento del absurdo, piedra angular del pensamiento de Albert Camus, perfila su contorno en estas páginas, sin encontrar aún formulación precisa:
Camus no es consciente aún de que todas las certezas de las cuales hace gala en sus primeros contactos lúcidos con la realidad tienen un rostro oculto de incertidumbre, pero en cada una de ellas descubre motivos de renuncia y obstinación. El desacuerdo entre la esperanza que pugna por surgir y se manifiesta en todo lo que en este mundo dura más que nosotros, y la carencia de respuesta posible de parte de una naturaleza y un mundo indiferentes inician para Camus la ya citada vivencia del absurdo.
“Todo lo que exalta la vida acrecienta al mismo tiempo su absurdidad.”85 En la plenitud sensible que exalta sobre toda ponderación y en la felicidad de existencias definidas por la inocencia y por la unidad entre la tierra y el mar, Camus encuentra que “una sola cosa es más trágica que el sufrimiento, y es la vida de un hombre feliz”.86
La lucha contra el sufrimiento humano definirá la parte principal de la obra camusiana