derecho, jamás habría logrado nada, he aquí mi oscura convicción.26
¿Cuál es la envergadura de los conceptos vertidos en esta obra que hace exclamar a Camus con sinceridad sin exaltaciones, con afán decantado por los años, que su quehacer como hombre se justificará solamente el día en que reescriba los motivos de sus primeros ensayos?
HACIA EL OTRO LADO DE LAS COSAS
El título con que los nombra señala su temprano afán de encontrar la unidad de la diversidad, de captar el haz y el envés del mundo –afán racionalista el fin, iniciado en una rica intuición de las verdades de la condición humana, que se topará con el muro de la imposible elucidación intelectual de lo real– impulsado por un temperamento artístico que sabe más de intuiciones y sensaciones, de belleza sensible, de luz y cansancio en las playas argelinas, que de nociones cultivadas a la sombra de largas y amargas especulaciones. Las Islas, obra de su maestro Jean Grenier a la que Camus pone más tarde un prefacio,27 le muestra la posibilidad de síntesis entre el arte y la inquietud filosófica, entendida como inquietud por la verdad. En la lectura de Nietzsche, Camus descubre también el arte y la pasión de la verdad al mismo tiempo y su camino será el esfuerzo de síntesis entre estos dos movimientos del espíritu.
En todo caso a partir, de este momento, Camus ha descubierto por sí mismo lo que debía ser el ensayo: un mediador entre la filosofía, concebida como la investigación vital de la verdad o de la unidad, y de la poesía, que emana naturalmente de esta búsqueda. Se aparta ya de toda literatura gratuita.28 [subrayado nuestro].
Mirar el mundo y devolvérnoslo traspuesto por el arte es comprometerse con él y buscarse como hombre, para realizarse. El tormento de esta síntesis marcará su camino, los altibajos de su producción, si puede hablarse de ellos, la desesperada esperanza de su búsqueda, el amor y la fe de vivir, el deseo de unidad.
Tras todas las reminiscencias literarias de Rimbaud, de Nietzsche o de Gide; tras el romanticismo desmañado de una expresión voluntariamente exasperada, se encuentran todas las contradicciones de que se alimentó la obra de Camus: vacilación entre la simple felicidad y la grandeza, entre el deseo de vivir a nivel de lo sagrado… y el rechazo de abandonar al hombre.29
Tales contradicciones definirán su obra, de tal manera es cierto que todo está en cada uno de nosotros desde el principio y que la tarea del hombre es, por una parte, definir y desenmarañar ese todo y, por otra, darle forma: exigencia de la pasión del artista. Obsesión de la verdad y voluntad de indiferencia ante la dificultad para alcanzarla, miedo de la muerte y amor apasionado por la vida se manifiestan en el vivir y la creación camusianos.
… nada me impide soñar, a la hora misma del exilio, puesto que al menos sé, a ciencia cierta, que una obra de hombre no es más que esta larga marcha para recobrar por los recodos del arte las dos o tres imágenes simples y grandes sobre las que el corazón se abrió por primera vez.30
Nada, salvo la infancia, está dado previamente al hombre. Las condiciones en que el niño vivió, aprendió a sentir, a elaborar sus primeros sueños, a asumir el mundo lo llenaron de dioses o lo vaciaron de ellos. El caso de Camus es el del artista cuya infancia fue doblemente vivida: en su realidad cronológica y en el mundo de la creación.
El revés y el derecho exhala un inmenso amor por una infancia pobre, por una madre solitaria llena de oculta ternura. Ningún principio guía el corazón del niño Camus hacia una dirección moral determinada, pero hay vivencias, sensaciones, dolores, una verdadera escuela de la vida, en que se fundamentan su obsesión de justicia, su afán de colmar con amor los vacíos de la realidad, su percepción de la esperanza y la alegría.
En carta del 30 de octubre de 1953 a su amigo René Char, Albert Camus exclamaba que renunciar a la infancia es imposible.31
En 1954 evoca en el prólogo puesto a El revés y el derecho, los valores aprendidos entre la miseria y el sol en los felices días de Argel. Lo vivido en su infancia y juventud, literariamente manifiesto en El revés y el derecho es determinante e irreversible:
Cada artista guarda, en el fondo, una fuente única que alimenta durante su vida lo que es y lo que dice. Cuando la fuente se seca, se ve poco a poco la obra endurecerse y agrietarse.[…]
En lo que a mí respecta, sé que mi fuente está en El revés y el derecho, en este mundo de pobreza y de luz en que viví largo tiempo y cuyo recuerdo me preserva todavía de dos peligros opuestos que amenazan a todo artista, el resentimiento y la satisfacción.32
El agua de esta fuente se verterá en el quehacer camusiano como causa primera y última, origen y fin de dicha ardua tarea de definición y reencuentro. ¿Cuáles son los motivos y vivencias gracias a los cuales la obra de Camus mantendrá su frescura?
AMOR Y PRIVACIÓN
Todos los dones de que está llena su infancia se explayan ante el telón de fondo de la privación: el muchachito Camus vivió en un barrio popular y alegre, Belcourt, “colorido, ebrio de sí mismo”.33 En su vida se mezclan, de manera feliz, la carencia material con la riqueza de los dones de la naturaleza y un temperamento privilegiado que aprendió tempranamente a amarlos; la libertad del despojamiento, con las limitaciones de una pobreza llevada casi al límite; la belleza del paisaje abierto e inabarcable de las playas repletas de luz, con la presencia proteica y exigente de una abuela orgullosa. En su casa había solo una pequeña ventana; para tomar el fresco al caer de la tarde, “bajábamos sillas a la acera delante de casa y gustábamos la tarde”.34
Las estrellas en el cielo de verano, el aire tibio y acariciante de la noche, la calle, el ruido de los niños corriendo de puerta en puerta, todo cobra su valor de milagro: … “En lo más bajo de la escala social, el cielo recupera todo su sentido: una gracia inapreciable”.35
Así estimará Camus toda su vida el mundo mediterráneo: una gracia sin precio posible, un don en el que todo se equilibra y encuentra su sentido; a tal luz, aun la injusticia es justicia o, al menos, esperanza.
Dominando el recuerdo de todo lo vivido, se halla el ‘estar’ discreto de su madre: “era enferma, pensaba difícilmente”.36 Analfabeta, casi muda, su presencia es apenas una sombra sujeta al dominio de la abuela imponente. A ella entrega el dinero que gana como sirvienta, para la educación de los dos hijos. Toda su ternura hacia los niños se expresa en un débil rechazo cuando la abuela pega demasiado fuerte. El pequeño Albert no puede evitar sentir hacia su madre una impotente combinación de amor y de piedad: “Tiene piedad de su madre, ¿eso es amarla?”.37 Estos sentimientos ratificados y exacerbados en el recuerdo, llevan a Camus a su aspiración fundamental:
… pondré en el centro de esta obra el admirable silencio de una madre y el esfuerzo de un hombre por encontrar una justicia o un amor que equilibren ese silencio.38
Justicia o amor… Palabras que encierran todo un programa ético y que para Camus suponen la única forma de justificar su vida: la humildad de su madre, su existencia pródiga en privaciones fundamentan el naciente y cálido humanismo camusiano; la fuente de su visión moral de la existencia es la constatación de la injusticia: el sacrificio materno produce en el pequeño Camus la intuición del desacuerdo entre el hombre y su vivir, entre la bondad, la buena voluntad humana y la indiferencia de una vida en la que ninguna providencia está presente.
Además, el silencio de la madre –especie de unión animal con el mundo– le enseña “la indiferencia de lo que no muere”. Madre y mundo se funden, este es la prolongación del existir materno. El amor urgente y profundo de Camus por su madre se manifiesta muchas veces idéntico al que siente por la pródiga y silenciosa naturaleza que le rodea. Y la simplicidad de la humilde mujer es la imagen de la temprana transparencia sin preguntas en la que el mundo se le presenta. Universo que era toda la riqueza en sus privaciones y que jamás se le presentó como hostil, madre que nunca lo acarició –no sabría hacerlo, dirá el joven Camus– pero cuya presencia cuidadosa y persistente, en su simplificación casi abstracta, es constante en el pensamiento de Camus; ¿cuán extraño es que estas dos realidades cobraran, allá en el fondo de su capacidad de valorar, un rostro idéntico?