por el contrario, piensa que es muy incómodo que Dios no exista, porque con él desaparece toda posibilidad de encontrar valores en un cielo inteligible; ya no se puede tener el bien a priori, porque no hay más conciencia infinita y perfecta para pensarlo; no está escrito en ninguna parte que el bien exista, que haya que ser honrado, que no haya que mentir; puesto que precisamente estamos en un plano donde solamente hay hombres… Así, no tenemos ni detrás ni delante de nosotros, en el dominio luminoso de los valores, justificaciones o excusas. Estamos solos, sin excusas. Es lo que expresaré diciendo que el hombre está condenado a ser libre.17
Si, por otra parte, como dice Heidegger: “la esencia del obrar es el consumar. Consumar quiere decir: realizar algo en la suma, en la plenitud de su esencia, conducir ésta adelante, producere”,18 habría que preguntarse cuánto el hombre abandonado a sí mismo será capaz de fundamentar con su vida una moral contra la mala fe, a favor de la autenticidad, y conducida a constituirse en regla para todos… El eticismo kantiano dejaba abierto al hombre el mundo trascendente; el existencialismo –el de Sartre, Heidegger, Merleau–Ponty– llama a la libertad del hombre, al que sabe abandonado en la historia. ¿Es posible una moral fundamentada en esta libertad total? De serlo, ¿podrá concebirse como moral universal?
Esta fue una de las preocupaciones que asedió a Camus en su quehacer, hasta la víspera misma de la muerte.
Con esta síntesis a ultranza no hemos querido otra cosa que introducir al lector en el mundo a partir del cual Camus indagará solo, contradictorio e inocente, para darse a sí mismo y dar al hombre con el que se siente solitariamente solidario, valores que justifiquen su concretísimo ser–para–la–muerte.
10. Gaëtan Picon, Panorama de las ideas contemporáneas, Madrid, Guadarrama, 1958, p. 749.
11. Ibid., p. 760.
12. Ibid., p. 761.
13. Ibid., p. 769.
14. Heidegger, Sartre, Sobre el humanismo, Buenos Aires, Sur, 1960, pp. 16-17.
15. Ibíd., p. 17.
16. Picon, op. cit., p. 787.
17. Sartre, Heidegger, op. cit., pp. 21-22.
18. Ibid., p. 65.
PARTE I LA EXPRESIÓN DE LA NEGACIÓN
CAPÍTULO I LA LUZ FUNDAMENTAL DE LA INFANCIA: EL REVÉS Y EL DERECHO
Como dijimos en nuestra Introducción, para rehacer el itinerario moral de Camus es imprescindible partir de sus primeros escritos. Detengámonos en El revés y el derecho, conjunto de cinco ensayos de juventud, escrito entre 1935 y 1936, y reeditado solo veinte años más tarde.
El interés de esta obra se evidencia desde la primera lectura, por la manera en que nos entrega las reflexiones y vivencias de un hombre cuya juventud repleta de dones naturales busca manifestarse en el lirismo rico y equilibrado con que expresa, a la vez, su amor a la vida y su nostalgia de una vida ‘verdadera’.
“No hay amor de vivir sin desesperación de vivir”, he escrito, no sin énfasis en estas páginas. No sabía entonces hasta qué punto decía la verdad;…19
A dicho interés se añaden las nuevas luces que el prefacio puesto a los ensayos en su reedición de 1954 nos procura; durante mucho tiempo, Albert Camus se resistió a la reedición de esta primera obra:
Siempre rehusé la reimpresión de El revés y el derecho. Mi obstinación no tiene razones misteriosas No niego nada de lo expresado en estos escritos, pero su forma me pareció siempre inhábil.Resuelta la cuestión de su valor literario, puedo confesar, en efecto, que el valor de testimonio de este librito, es para, mí considerable.20 [Subrayado nuestro].
El revés y el derecho muestra el inicio de preocupaciones que acompañarán a Camus toda su vida, y que definen desde este primer momento su actitud fundamentalmente moral frente a la existencia. El aval que dicha actitud recibe de veinte años de trabajo incesante en la búsqueda de sí mismo, del hombre y del mundo, es garantía suficiente de la constancia de preocupaciones cuya mejor fórmula nos entregó el mismo Camus en el citado prólogo: “Hay más amor verdadero en estas páginas desmañadas, que en todas las que las han seguido.” 21
CONTRA LOS PRINCIPIOS, LA MISERICORDIA
La vida está hecha de pequeñas cosas; las grandes son excepción, y ellas mismas se dan en un contexto hecho de mínimas decisiones en el ámbito de lo ordinario, que es precisamente el nivel vital en que nos vamos definiendo. Raras veces la existencia exige heroísmo, esfuerzos eminentes o disposiciones excepcionales. Las deducciones, las demostraciones cuya evidencia ilumina y lastima buscan formular la realidad fluyente, pero son abstracciones superpuestas al deslizarse incesante de la acción, desnuda de predicciones o promesas.
La realidad es concreta, palpable, individual; es imposible encerrarla en cápsulas intelectuales. La vida solo puede ser vivida, no puede ser aprisionada por el pensamiento.22
Y, sin embargo, hemos de darnos razones. Nuestro quehacer ha de partir de un qué hacer con la vida, si queremos elevarla al rango exigido por nuestra razón, unida a la voluntad de ser. Paradojas en que se debate el existente, cuya posibilidad de respuesta radica en la constatación de que en el universo de lo insignificante se esconde nuestra única posibilidad de grandeza.
Hay que poner sus principios en las cosas grandes. Para las pequeñas, basta la misericordia.23
La “misericordia” a que alude Camus es el amor con que nos acercamos a lo pequeño para esclarecerlo y encontrar en su energía secreta la fuente del fervor. En aquella afirmación suya se eleva al rango de lo verdaderamente importante una actitud moral, entendida como enriquecimiento amoroso de cada acontecer. Mientras lo intelectual ilumina apenas aquello que, queriendo ser conocido y formulado se resiste a revelarse, lo moral, exigido por la estructura en que se fundamentan los actos de una vida, define, al justificarlos, cada acción individual, cada esfuerzo hacia el otro, y el conjunto de todos los hechos de una vida que, más que ser entendida, busca ser aceptada.
… a este inexorable hacer la propia vida a través de cada uno de los actos y la consiguiente inscripción de ese hacer, por medio de hábitos y de carácter, en nuestra naturaleza, es a lo que llamamos moral como estructura.24
El apetito de conocimiento no es, ¡cómo podría serlo?, extraño a Camus. Pero no se satisface por medio de la razón, que no bastará jamás para llenar su afán de aclarar el mundo, ni por medio de la fe, que no llegará a Camus o a la que él no aspiró a ascender. Los principios constituyen lo abstracto y entre ellos, Camus no siempre está orientado:
De espíritu poco escolar, Camus, que se adaptaba mal a los métodos universitarios, vacilaba entre los estudios literarios y filosóficos; de los primeros le separa el mínimo gusto que él experimentaba por la historia literaria; en lo referente a la filosofía, Camus carece de espíritu de sistema, de pasión por la lógica.25
Son estas, evidencias presentes en El revés y el derecho, que desembocarán en la concepción del absurdo. Si Camus gusta de definirse de algún modo, es como hacedor de mitos. Y en este quehacer “habría querido rescribir un día El revés