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Dios no tiene nietos
“El sembrador salió a sembrar. Y mientras sembraba, unos granos cayeron a lo largo del camino: vinieron las aves y se los comieron. Otros cayeron en terreno pedregoso, con muy poca tierra, y brotaron enseguida, pues no había profundidad. Pero apenas salió el sol, los quemó y, por falta de raíces, se secaron. Otros cayeron en medio de cardos: éstos crecieron y los ahogaron. Otros granos, finalmente, cayeron en buena tierra y produjeron cosecha, unos el ciento, otros el sesenta y otros el treinta por uno.”
Mateo 13, 3-8
Solamente habían transcurrido unos cuantos meses desde mi conversión al catolicismo cuando un sacerdote me explicó por primera vez que los amigos que en ese momento se estaban alejando de la Iglesia terminarían por regresar cuando se casaran o tuvieran hijos. Este hombre lleno de vigor fue ordenado antes del Concilio Vaticano II y todavía sigue activo. Él tenía una confianza serena en el irresistible poder de atracción que una infancia católica y los sacramentos pueden tener en una persona. Un joven puede alejarse pero siempre regresará, capturado, según G. K. Chesterton, por el “anzuelo e hilo invisible lo bastante largo para permitirle vagar hasta los confines del mundo, y aún traerlo de vuelta”.1
Sin embargo, más de veinte años después, los estudios nacionales revelan que aquellos que se alejan de la Iglesia no tienden a regresar. Por lo general acuden a otra iglesia o dejan de practicar su fe. No obstante, además de demostrar la insuficiencia de nuestros esfuerzos, la investigación nos ofrece razones para tener esperanza y muchas ideas para enfocar de manera más efectiva nuestro trabajo evangelizador. En este primer capítulo, echaremos un vistazo al panorama general que la investigación nos revela. Eso nos preparará para el centro de los siguientes once capítulos: explorar cómo podemos contener la ola de católicos que abandonan su fe y cómo satisfacer las necesidades espirituales de los millones de personas que buscan la fe en este preciso momento.
Cambio climático
Primero debemos comprender que vivimos en una era en la que la identidad religiosa no es firme, sino extraordinariamente inestable. Aunque este libro se concentra en la Iglesia Católica de los Estados Unidos, esta inestabilidad religiosa es un fenómeno global y definitivamente no es exclusiva de los católicos. Según el Atlas del Cristianismo Mundial, 61.2 millones de personas se unieron al cristianismo en el 2010.2 De estos, 16 millones eran personas que provenían de otra afiliación religiosa y se convirtieron al cristianismo. Durante el 2010, se calcula que un promedio de 41,000 personas ingresaron diariamente a la Iglesia Católica, ya sea por nacimiento o por conversión.3
Cristianismo: Conversiones y deserciones en el año 2010 a nivel mundial
• 16 millones de conversiones
— 43,800 conversiones diarias
• 11.6 millones de deserciones
— 31,780 deserciones diarias
Cristianismo: Nacimientos y fallecimientos en el año 2010 a nivel mundial
• 45.2 millones nacimientos en familias cristianas
• 21.7 millones de cristianos fallecieron
Aumento total del número de cristianos en el 2010
• 27.8 millones4
Desafortunadamente, el movimiento es en ambos sentidos. Unos 11.6 millones de cristianos se alejaron del cristianismo durante el año 2010. Si sumamos el número de personas que decidieron dejar la Iglesia y las que se convirtieron, podemos darnos cuenta de que un número sorprendente de personas — aproximadamente 27.6 millones — decidieron deliberadamente entrar o salir del cristianismo en un solo año. Ese número sobrepasa por 5 millones la población entera de Australia. La mayoría de las conversiones tuvieron lugar en los países del Hemisferio Sur y la mayoría de las deserciones sucedieron en el Occidente. Sin embargo, después de comparar los nacimientos y conversiones con los fallecimientos y deserciones, en el 2010 un promedio de 76,000 personas se unieron al cristianismo diariamente.5
Los vientos soplan en ambas direcciones en el mundo postmoderno: entran y salen de la Iglesia. Nuestro clima espiritual nos brinda oportunidades reales (de las que hablaremos más adelante) y amenazas muy concretas si no ajustamos nuestras prácticas evangelizadoras, catequéticas y pastorales para enfrentar los retos del momento en el que vivimos.
Esta realidad global está particularmente presente en los Estados Unidos.
La encuesta del 2008 [“Panorama Religioso en Estados Unidos”] señala que el mundo religioso norteamericano se caracteriza por su constante movimiento, ya que todos los grupos religiosos importantes ganan y pierden adeptos simultáneamente. Aquellos grupos que están creciendo a causa de los cambios de religión simplemente están agregando miembros a un ritmo más acelerado del que los pierden. Por otro lado, aquellos grupos cuyos números están disminuyendo debido a los cambios de religión simplemente no están atrayendo suficientes miembros nuevos para compensar el número de adeptos que dejan su fe.6
Según los estudios sobre cambio de religión realizados por el Foro sobre Religión y Vida Pública del Pew Research Center, aproximadamente 53% de los adultos estadounidenses han abandonado la fe de su infancia; 9% han regresado.
Vida en la tierra de “ninguna”
La “Encuesta sobre el Panorama Religioso en los E.E.U.U.” de Pew, publicada en el 2008, muestra que existe un grupo demográfico en los Estados Unidos con un rápido crecimiento; este grupo incluye a aquellas personas “sin afiliación” (también conocidas como “ningunas”). Estas son uno de cada seis adultos estadounidenses quienes dicen que no están afiliados con ningún grupo o tradición religiosa.
Durante una reunión familiar en Seattle, mi tierra natal, tuve una experiencia palpable de lo que este clima espiritual realmente significa. Una mañana estaba escribiendo mi blog en un café local que tenía una decoración de los años 40 que desentonaba con las computadoras portátiles, Wi-Fi y revistas liberales estratégicamente colocadas sobre las mesas. El lugar realmente reflejaba la cultura de la ciudad de Seattle.
Lo que era aún más típico de la revista de la “Ciudad Esmeralda” era la que encontré en mi mesa que se titulaba “Cosas que hacer en Seattle”. Esta publicación finalizaba con un artículo que decía que esta ciudad era el centro de la “Tierra de Ninguna”. La idea principal del ensayo era que cuando se les preguntó a los habitantes de Seattle cuál era la tradición religiosa con la que más se identificaban, el 60% respondió “ninguna”. Al leer esto, mi impresión fue tal que me eché encima mi café. Es obvio que el agnosticismo ha conquistado una ciudad cuando se proclama orgullosamente en una revista para turistas como parte de la identidad del lugar.
¿MI RELIGIÓN? “NINGUNA”
• 16.1% de los adultos “no tienen afiliación”
— 1/3 parte “no han encontrado la religión correcta”
• 24% de los adultos de 18 a 29 años “no tienen afiliación”
Es de vital importancia entender que en la actualidad “no tener afiliación” no es lo mismo que “no creer”. Solamente una cuarta parte de los estadounidenses catalogados como “ningunas” se describen a sí mismos como “ateos” o “agnósticos”; tres cuartas partes dicen que “no pertenecen a ninguna religión particular”. La “Encuesta sobre el Panorama Religioso en los E.E.U.U.” divide a estos últimos en dos subgrupos:
• Las “personas religiosas sin afiliación” incluyen a aquellos que dicen que la religión es importante o muy importante en su vida, pero que no se identifican con ninguna tradición religiosa en particular. Con frecuencia se trata de creyentes que no sienten que pertenecen a ningún grupo religioso.
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