Daniel Feierstein

Los dos demonios (recargados)


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dejaron un terreno fértil para que emergieran algunos de los sentidos fundamentales de la versión recargada de los dos demonios.

      Hubo, también, errores políticos que se sumaron a los problemas conceptuales y le abrieron la puerta a cierto “clima de época revisionista”. Errores de evaluación, encierro en disputas mezquinas o en el “narcisismo de las pequeñas diferencias” que llevaron cada vez más al kirchnerismo y a la izquierda antikirch- nerista a hablarse solo a sí mismos, a desvincularse crecientemente del sentido común, a transformar un discurso que interpelaba multitudes en un club cerrado que requería demasiados supuestos a quien quisiera ser su miembro, a abandonar los espacios políticamente significativos (por caso, las audiencias de los juicios a los genocidas) priorizando otras luchas que se consideraban más importantes, a vaciar ciertas consignas al partidizarlas de modo sectario y perder así la potencia que les otorgaba su carácter múltiple y plural.

      Es necesario aclarar, sin embargo, que este libro no se escribe desde la soberbia aleccionadora, sino desde la preocupación. He caído posiblemente en muchos de estos problemas y de allí el uso de la primera persona del plural en distintos momentos de este texto. He sido parte de una comunidad que comenzó a hablar un lenguaje cada vez más cerrado, que asumió supuestos que no aceptaban ser discutidos, que utilizó algunos términos sin pensar demasiado en sus consecuencias teóricas (por ejemplo, el de terrorismo de Estado, que se analizará en el capítulo 4), que no advirtió a tiempo (como sí lo hizo Germán Ferrari) la emergencia de nuevos sentidos, allí a fines de la primera década del siglo xxi. Que en muchos casos utilizó conceptos sin pensar demasiado en los sentidos que habilitaba. Que en otros equivocó las discusiones de fondo con las tangenciales y quedó entrampada en discusiones para pocos y en obsesiones mezquinas, que hizo de la chicana un hábito. Y que va perdiendo, pero por suerte nada es definitivo, la capacidad de hablarle al conjunto de la sociedad, de interpelar a las nuevas generaciones, de modificar las preguntas y las respuestas a la luz de los cambios históricos.

      Si se pretende confrontar con algún éxito con esta versión recargada de los dos demonios, si se busca salir a dar la disputa por lo que será el sentido común en la tercera década de este siglo (que irá naciendo pronto), se requiere revisar con cuidado cada una de nuestras asunciones, cada una de nuestras acciones, cada uno de nuestros postulados. Ese es el primer paso para reconstruir la posibilidad de dejar de hablarnos solo entre los miembros de un club para volver a hablar con todos, para incluir a todos y a cada uno de los argentinos en este necesario e interminable proceso de elaboración de las consecuencias que dejó el genocidio en nuestra sociedad.

      1 Siempre se consideró que el primer prólogo al Nunca más fue escrito por Ernesto Sabato y así se suele referir a este, pese a que el prólogo no está firmado y es parte de un texto colectivo que se encuentra avalado por todos los miembros de la conadep, Comisión Nacional sobre la Desaparición de Personas, de la cual Sabato fue presidente.

      2 Para una genealogía de este proceso, puede consultarse Marina Franco: Un enemigo para la nación. Orden interno, violencia y “subversión”, Buenos Aires, FCE, 2012.

      3 Estas críticas son, por ejemplo, las que realiza Elizabeth Jelin en trabajos como “Militantes y combatientes en la historia de las memorias. Silencios, denuncias y reivindicaciones”, publicado en Lucha armada en la Argentina. Anuario 2010, año 5, Buenos Aires, Ejercitar La Memoria, 2010.

      4 Ya veremos en los capítulos siguientes que no es evidente dicha calificación y que más bien resulta incorrecta y fuera de lugar como modo de caracterizar a las acciones insurgentes de la guerrilla, que pudo haber sido muchas cosas, pero si hay algo que NO fue es “terrorista”.

      5 Véase, por ejemplo, el Reglamento de Operaciones Sicológicas del Ejército Argentino, aprobado en noviembre de 1968 (RC5-I) o los Planes de Acción del Ministerio de Planificación sancionados en 1977 y 1978, o los documentos RC 9-I o RC 9-II del Ejército Argentino, entre muchos otros materiales, tanto públicos como, fundamentalmente, reservados y secretos, pero hoy recuperados.

      6 Véase, muy en especial, Guillermo O’Donnell: “¿Y a mí, qué mierda me importa? Notas sobre sociabilidad y política en Argentina y Brasil”, publicado en Contrapuntos. Ensayos escogidos sobre autoritarismo y democratización, Buenos Aires, Paidós, 1997, aunque también valen la pena algunos otros de los ensayos de dicho volumen, que apuntan en la misma dirección.

      7 Daniel Aspiazu, Eduardo Basualdo y Miguel Khavisse: El nuevo poder económico en la Argentina de los años 80, Buenos Aires, Legasa, 1986 (reeditado luego por Siglo XXI a partir del año 2004).

      8 Véase Raphael Lemkin: El dominio del Eje en la Europa ocupada, Buenos Aires, eduntref-Prometeo, 2008, p. 154.

      9 Resulta sugerente y preocupante a la vez que en el siglo xxi comiencen a aparecer trabajos de historiadores y sociólogos que asumen esta categoría de “gente común” como si fuera un constructo válido y desde allí pretenden armar una historización del período que asume como legítima una caracterización que no busca ratificar ni hacer un rastreo crítico de sus propios supuestos, esto es, que existió “gente común” que no tenía vínculo alguno con el conflicto social de su época, “gente común” a la que se define como “los sectores medios que no se involucraron en política ni formaban parte de grupos de poder”, sin revisar de qué da cuenta semejante caracterización. Véase, muy especialmente y como ilustrativo de otros textos menos explícitos, el trabajo de Sebastián Carassai: Los años setenta de la gente común. La naturalización de la violencia, Buenos Aires, Siglo XXI, 2013. Para una perspectiva más matizada, que revisa y contrasta distintas visiones de historiadores y cientistas sociales sobre la cuestión, véase Gabriela Águila: “Violencia política, represión y actitudes sociales en la historia argentina reciente”, publicado en Pilar Folguera, Juan Carlos Pereira Castañares (coords.) y otros: Pensar con la historia desde el siglo xxi. XII Congreso de la Asociación de Historia Contemporánea, Universidad Autónoma de Madrid, 2015, pp. 5569-5588.

      10 Comisión Nacional sobre la Desaparición de Personas (conadep): “Prólogo” (en adelante, Prólogo al Nunca más), Nunca más, Buenos Aires, Eudeba, edición del año 2006 (primera edición aparecida también en Eudeba en 1984), p. 13.

      11 Otro de los textos clásicos en la configuración de estos motivos centrales de la teoría de los dos demonios fue el de Pablo Giussani: Montoneros. La soberbia armada, Buenos Aires, Sudamericana-Planeta, 1984. Una estigmatización llena de adjetivaciones descalificadoras de la experiencia de la organización Montoneros y la permanente equiparación entre su “fascinación por la violencia” y la “violencia” implementada por las fuerzas represivas, donde se sugiere este argumento central de que una violencia habría “llamado” o producido a la otra.

      12 Para un relevamiento de estos hechos, véase Juan Carlos Marín: Los hechos armados. Argentina, 1973-1976. La acumulación primitiva del genocidio, Buenos Aires, pi.ca.so.-La Rosa Blindada, 1996.

      13 Quizás sea un modo de entender un poco mejor por qué a los militares les parecía tan subversiva la teoría matemática de conjuntos, al punto de prohibir su enseñanza en la educación pública.

      14 Algunas de estas operaciones políticas