Javier Tapia

La Mano Negra


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más natural del mundo parecía que siempre tenía que haber alguien al mando, que un grupo humano no podía mandarse solo, que necesitaba de un guía, de un jefe, de un hombre o de una hembra alfa valiente y fuerte que dirigiera los destinos del grupo, que le dijera cómo y cuándo cazar, recolectar, comer y descansar.

      Así lo hacían los animales sociales, desde las hormigas y las abejas, hasta los monos y los lobos, con el más fuerte y el más hábil a la cabeza, y los demás haciendo de gregarios temerosos y obedientes.

      Solo cuando el hombre o la hembra alfa perdía fuerza y facultades, se le mataba, exiliaba o se le mandaba a la cola de la manada, para ser sustituido por un nuevo alfa, fuerte y joven, hábil y valiente.

      Alguien tenía que ser el líder siempre, mientras el resto se sometía a sus mandatos so pena de ser reprimido, golpeado, asesinado o exiliado.

      Las primeras agrupaciones humanas más o menos civilizadas copiaron el modelo, y el exilio y el repudio del grupo se convirtieron en un terrible castigo, incluso peor que la muerte. Sócrates, en una Atenas ya del todo civilizada, prefiere suicidarse antes que sufrir el exilio.

      Obedecer o perecer, obedecer o ser abandonado, repudiado y exiliado, condenado a perder a los seres queridos y el lugar que ocupaba en el grupo, lo que le daba sentido a su existencia.

      La soledad y el rechazo como castigo doloroso y ejemplar.

      ¿Cómo imaginar un orden social sin esa división de clases y tareas que obedecían a una jerarquía bien definida?

      La democracia ateniense prescinde de un solo poder, de un monarca que toma todas las decisiones y crea la asamblea de los ciudadanos, donde a algunos de ellos les toca ejercer el poder durante un tiempo determinado tras una elección azarosa, pero poder al fin y al cabo, al que debe someterse el resto de la población: esclavos, extranjeros, ciudadanos campesinos, ciudadanos urbanos y ciudadanos administradores, con una ciudad amurallada que no permitía la entrada a cualquiera, y que dejaba fuera de ella a los mendigos, las hetairas (prostitutas) vulgares, los pequeños comerciantes extranjeros y todo tipo de personajes marginados.

      Solo los ciudadanos de primera clase tenían voz y voto en la asamblea, y solo entre ellos se podía votar para detentar el poder, decidir sobre los impuestos, la guerra, los cultos, las enseñanzas y las artes.

      Al resto no le quedaba otra opción que obedecer, pagar, trabajar e ir a la guerra cuando así se les indicara.

      El modelo ateniense dura hasta nuestros días en muchas naciones, y si bien ya no hay esclavos y tiene derecho a voto cualquier mayor de edad, el poder queda en las manos de unos cuantos y al resto le toca pagar impuestos, trabajar, estudiar, obedecer e ir a la guerra si es necesario.

      El servicio militar obligatorio, la guardia nacional, las escuelas y academias policiacas y militares, así como la milicia oficial y reglamentada, están presentes en muchas de las sociedades modernas, listas para obedecer órdenes y lanzarse a la guerra si así se les demanda.

      La jerarquía militar que va desde el soldado raso hasta el general, tiene una disciplina ciega donde los rasos obedecen en línea ascendente a los cabos, los sargentos, los tenientes, los comandantes y los generales, sin cuestionar nada.

      No importa si la orden es una locura suicida o asesina, o si es racional, si es que dentro de la guerra y la milicia algo pueda ser racional, porque la obediencia es lo que prima. El jefe manda y el subalterno obedece sin más.

      Muchas de nuestras sociedades están militarizadas abiertamente, como la estadounidense o la suiza, mientras que otras lo están sin que la población sea consciente de su subrogación al ejército, y creen que el servicio militar obligatorio solo es un requisito más de ciudadanía, cuando en realidad los está convirtiendo en soldados más que rasos en el caso de que haya que entrar en guerra.

      Los himnos nacionales de tintes bélicos son solo expresiones emocionales y patrióticas cuando no hay un conflicto bélico real, pero cualquier adulto puede ser obligado a sumarse a las filas del ejército si eventualmente llega a surgir un conflicto de armas con un país vecino.

      Costa Rica es uno de los pocos países que no tiene ejército en el mundo, pero el Estado sigue siendo policiaco, capaz de reprimir a su propio pueblo si lo cree necesario.

      Mientras exista un solo policía o un solo militar en el mundo, no valdrá la pena ser humano, y no solo porque sean la garantía del monopolio de la violencia que detentan los Estados, sino porque son base de jerarquía y consecuente desigualdad, donde hay represión y castigo para la población en general, e impunidad para las élites, porque la milicia y la policía sirven al poder, no a la ciudadanía.

      Mientras existan las jerarquías, la igualdad de oportunidades para todos y cada uno de los seres humanos será una mentira, una falsa ilusión para motivar a los votantes y a los consumidores, porque al fin y al cabo quien asciende económica y socialmente deja atrás a los que se estancan y a los que descienden, y no tendrá la menor consideración para ellos, sino que intentará sumarse a las élites para poder explotarlos y gozar de fuero o impunidad ante las leyes.

      Así es y así ha sido casi siempre, pero eso no quiere decir que así vaya a ser eternamente, porque los seres humanos pueden cambiar y construir socialmente todo tipo de sistemas de organización e intercambio, de relaciones y de ser y estar sobre el planeta.

      Los seres humanos podemos ser mucho más de lo que somos ahora.

      Los Alfa

      Ciertamente muchos animales sociales, entre ellos los humanos, han contado con seres excepcionales entre sus fila, con seres normales y con seres marginales, donde los Alfa toman las responsabilidades, los Beta los secundan y obedecen, y los Gamma se aprovechan, medran, molestan y desobedecen.

      Los Alfa son mandatarios, jefes.

      Los Beta son gregarios, obreros, soldados, comerciantes, campesinos y artesanos.

      Los Gamma son delincuentes, enfermos, pedigüeños y desobedientes.

      En esta reducción de las funciones y los papeles sociales nace la humanidad que conocemos, donde los hijos de los Alfa tienen más posibilidades de convertirse en alfas el día de mañana; los hijos de los Beta tienen más probabilidades de seguir siendo betas; y los hijos de los Gamma parecen estar condenados a continuar siendo gammas marginales como sus padres.

      Durante cientos de miles de años los seres humanos no necesitaron más que conseguir comida y poder descansar sin que otros depredadores los atacaran, guiados por un macho, o una hembra Alfa, que supiera cazar y recolectar, y encontrar un lugar para echar una siesta.

      Los Beta obedecían y seguían al Alfa, mientras que los Gamma se quedaban a guardar a los más pequeños, si eran ancianos, o eran exiliados del grupo en otros casos, cuando no se convertían en la próxima cena.

      A medida que los grupos crecieron y se fueron asentando, los Alfa se rodearon de gregarios Beta fuertes, para someter a los Beta débiles, y castigar o domar a los Gamma.

      Cuando había conflictos entre grupos, los Alfa eran los primeros en entrar en combate, secundados de sus Beta fuertes, mientras los Beta débiles cuidaban las pertenencias y a los infantes, para evitar que los Gamma se aprovecharan de la ausencia del Alfa y sus huestes.

      Así nacieron las primeras leyendas orales de los grandes Alfa entre muchos grupos humanos, con los conflictos con otros grupos y las victorias de los líderes, que se legitimaban tras el triunfo de las batallas.

      Algunos grupos humanos más apartados y sin conflictos, nunca tuvieron un Alfa importante, y se puede decir que fuera de algún anciano sabio o una madre resistente, casi todos fueron Beta, quedando los Gamma reducidos a un enfermo o a un recién nacido que no tenía lugar en el grupo, a los que sacrificaban puntualmente.

      En algunas tribus africanas y orientales, o cercanas al Polo Norte, tanto los ancianos como los enfermos y los recién nacidos sin futuro en el grupo, son abandonados a su suerte o sirven de alimento para el resto.

      Los espartanos simplemente defenestraban a sus enfermos, ancianos y niños inútiles, con un Alfa bien determinado y muchos