Javier Tapia

La Mano Negra


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entre ellos y contra la población para incrementar o mantener sus prerrogativas.

      III: El Poder de la Información:

      los filtros del conocimiento

      Los medios de comunicación de masas son relativamente nuevos, pero ya en el Imperio Romano hubo carteles publicitarios y pregoneros que arengaban a los romanos para que consumieran, obedecieran y estuvieran “informados”.

      ¿Qué mejor medio de ocultación que gritando una información falsa a los cuatro vientos?

      La oratoria griega ya lo había probado: un discurso no tiene que ser cierto para ser creído por el auditorio, basta con que esté bien elaborado, que sea carismático, seductor, aparentemente legal, emocional y que apele a las tradiciones o a los dioses. Por supuesto, hay que decirlo con convicción y voz potente, con gestos y miradas adecuadas al mensaje, tan firmes como repetitivos, con palabras de carga positiva que favorezcan al discurso, y con palabras de carga negativa para atacar a los que duden, y eso es todo, porque el auditorio emocionado hace el resto.

      La argumentación y los datos fehacientes pueden obviarse.

      La lógica puede ser falaz.

      La razón puede estar ausente.

      Pero no la vehemencia ni los lugares comunes con los que se identifique el auditorio.

      “No dejes que la verdad te eche a perder un buen discurso”, o no dejes que la verdad te estropee una noticia amarillista.

      ¿Para qué corroborar si el discurso suena bien y es llamativo? Y si alguien rebate al orador, este siempre puede recurrir a defenderse con más mentiras emocionales y altisonantes, o recurrir a las trece falacias aristotélicas.

      Aunque hay muchas más, Aristóteles señaló trece falacias:

      —Descalificación: Atacar el argumento contrario señalando un rasgo físico del adversario supuestamente negativo, raza, edad, apariencia, estética, con el fin de desacreditarlo aunque no tenga nada que ver con el discurso. También sirve citar algún error del pasado del contrincante, cierto o falso.

      —Apelar a la ignorancia: Tanto a la del auditorio como a la propia con frases como “estaremos de acuerdo”, “como todo el mundo sabe”, “yo no tengo estudios, pero”, “no hace falta saber mucho para”, “el sentido común nos dicta”, “por si usted no lo sabía”, “se acaba de descubrir”, “está científicamente comprobado”, “todo el mundo sabe”, “es palabra de Dios”, “no se puede discutir que”. Generalmente el auditorio es ignorante, y escucha un discurso para aprender, contrastar, falsar o analizar su contenido, pero se le puede arrastrar a lugares comunes para que se identifique con el orador independientemente del discurso.

      —Apelar a la autoridad: “Lo dijo Einstein”, “lo escribió Gandhi”, “nos lo legó Sócrates”, “es la base del pensamiento kantiano”, “aparece en la Biblia”, “es palabra de Buda”, “la ciencia lo dice”, “es legítimo”, “es legal”, “así está escrito”; apelar a cualquier famoso, incluso si es un simple actor y sus palabras no son sus palabras, sino las de un guionista, como bien señalara Groucho Marx, pero que se vuelven ley al ser supuestamente dichas por Morgan Freeman, Keanu Reeves o Tom Hanks. Si lo dice un deportista que gana mucho dinero y tiene fama mundial, el auditorio piensa que debe ser cierto, aunque el deportista solo preste su imagen y ni siquiera sepa leer y escribir.

      —Apelar a la misericordia: Coaccionando emocionalmente al auditorio con una historia triste para lograr su lástima, compasión o falsa empatía, ya sea para difundir el miedo (“te puede pasar a ti o a tu familia”, “el mundo da muchas vueltas”, “tú puedes ser el próximo”), o para recaudar fondos (“tú que puedes”, “sé solidario”, “agradece lo que tienes”, “hoy por mí, mañana por ti”, “te será recompensado con creces”), o para atraer las simpatías sobre el orador y su causa (“ayúdanos con tu firma”, “contamos contigo”, “salvemos al mundo, a la mujer, a los animales o a lo que sea”, “cuidemos a la Naturaleza”, “deposita en la cuenta”, “comparte, difunde, haz viral, dale me gusta”). No importa si la causa es noble o simplemente interesada o partidista, ni si el discurso es válido o simplemente romántico y moral ad hoc, lo importante es mover las emociones del auditorio para que el atavismo de la caridad o de la limosna se ponga en marcha.

      —Apelar al temor: Con la velada amenaza sobre los bienes, las creencias, el estilo de vida, las tradiciones, la identidad, la patria, la salud o las posesiones del auditorio, como se ha hecho en una reciente “pandemia”, y como suele hacerse para iniciar una guerra, provocar un conflicto, dividir opiniones (divide y vencerás), crear un enemigo, incitar a la violencia “defensiva”, provocar compras compulsivas de pánico y tener el control social de la población. El temor a la muerte es el más extendido y efectivo, y el temor al dolor y al sufrimiento lo secunda. Esta falacia tiene la virtud, o defecto, de paralizar al auditorio que a menudo sobrerreacciona y supera las consecuencias del mensaje recibido, cayendo en el caos y en el descontrol, atentando incluso contra el orador.

      —Pregunta compleja: Cuestionar al auditorio sobre algo que se sabe de antemano no va a poder responder; lanzándole una pregunta contradictoria o paradójica; utilizando un lenguaje especializado e incomprensible para la mayoría, sin importar si el mismo es parte del discurso, porque puede ser útil para cambiar de tema, desprestigiar al oponente, o simplemente para distraer la atención creando dudas o pretendiendo una elevación “experta” del discurso. A veces basta con salirse por las ramas del tema central para que el discurso parezca complejo, o mentir sobre una mentira inicial, provocando que el auditorio crea que tiene opinión y que piensa cuando lo que en realidad hace es desviarse del tema. Las mentiras hacen compleja a la realidad, creando toda clase de pareceres y haciendo que corran ríos de tinta sobre algo que no existe, que es una burda mentira o a que a veces es, cuando mucho, una media verdad. Los datos puros, las cuentas, las estadísticas, los números, suelen aburrir al auditorio por que los hechos puros y duros, racionales y exactos le parecen complejos, cuando la verdadera complejidad del discurso se encuentra en los vericuetos que amplían el argumento, pero no lo explican.

      —Accidente y accidente inverso: o incorrecta utilización de los modos de razonamiento deductivo e inductivo, es decir, apelar al todo por un caso particular, o extrapolar un caso particular al todo. Generalizar o particularizar: “todos los alemanes son cuadrados”, “si eres español eres corrupto”, etc.

      —Causa falsa: Cuando la premisa del discurso es falsa, vacua e inconsistente, pero se le presenta como verdad sólida apelando a supersticiones, estereotipos, ideologías, moralinas o lugares comunes, desde tradiciones milenarias, hasta programas de televisión, novelas, canciones o películas que son comunes en la cultura o incultura del auditorio. También puede utilizarse como anzuelo utilizando una causa de buena apariencia, noble, sana y justa, para coaccionar al auditorio en aras de un bien futuro, con falsas promesas, ilusiones vanas y propuestas utópicas, ingenuas y hasta infantiles, cuando la verdadera causa es vender, recaudar y vivir parasitariamente del auditorio. Las grandes religiones son maestras especializadas en las causas falsas, y las han enseñado muy bien a los Estados y a las grandes firmas comerciales.

      Ludwig Wittgenstein,

      “el lenguaje interpreta el hecho”.

      —Tautología: O circularidad viciosa o “virtuosa” donde los hechos se explican por sí mismos sin dar explicación alguna: “es así, porque así es”, “esto es lo que hay, y no hay más”, “como podemos ver”, “como podemos apreciar”, “la vida es así, porque así es la vida y no hay más que decir”, “el amor nace del amor”, “es consecuencia lógica de”. Ludwig Wittgenstein en su juventud positivista defendió la tautología (“el mundo es lo que es”), para atacarla ferozmente en su madurez (“el mundo no es lo que es, sino como lo interpretamos a través del lenguaje”). Con la tautología se intenta desvirtuar los discursos analíticos del oponente, con la ventaja de que el auditorio prefiere los discursos simples que no le hagan pensar, y abomina y huye de los discursos que