Javier Tapia

La Mano Negra


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misma acción o pensamiento siendo válidos o aceptables los dos: “no se debe comer carne, aunque sea indispensable para nuestra correcta nutrición”, “viaje y disfrute de la más sana y exuberante naturaleza a bordo de su gran vehículo de combustión interna y hecho de plástico y de metales”. Muy útil en publicidad política, ideológica o comercial. “La vida del feto no es vida, aborta (cuando la vida es vida, independientemente de intereses personales, religiosos o morales)”, “ser feminista es ser igual a los hombres y tener las mismas oportunidades (que son obviamente machistas y esclavos del sistema)”, “la chispa de la vida (a pesar de su incidencia en la mortalidad por diabetes que la bebida provoca)”. Lo curioso es que, a pesar de ser contradictoria, esta falacia funciona eficaz y eficientemente sobre el comportamiento del auditorio, dándole la posibilidad de estar siempre a favor y en contra de lo que se le propone.

      —Equívoco: Intencionado o no intencionado en el enunciado base del discurso, o bien a partir de un error o una mala información previa no contrastada, diseñado para provocar más equívocos y errores, o simplemente enunciado sin tomar en cuenta la fuente y la veracidad del mismo, como se hace frecuentemente en el periodismo y en las redes sociales, con buena o con mala intención. Toda base argumental debe tener una fuente fidedigna, una hipótesis, un desarrollo, una contrastación de datos y una síntesis, que explique el qué, el cómo, el cuándo, el dónde y el por qué, ya que de no hacerlo así, incurrirá inevitablemente en el equívoco, que tampoco suele importarle mucho al auditorio, aunque sí puede serle útil al contrario para descalificar legítimamente a esta falacia.

      —Ambigüedad: “Esta piedra puede ser blanca, pero también puede ser negra”, “ni sí, ni no, sino todo lo contrario”, “todo es relativo”. El verdadero relativismo no es que las cosas puedan ser de muchas maneras, cambiantes y ambiguas, ni que todo sea dependiendo del cristal con el que se mira, sino que tienen una relación contextual con el objeto de estudio, es decir, no tienen nada de ambiguo, ya que la ambigüedad es un comportamiento, hecho, palabra o expresión que puede entenderse o interpretarse de diversas maneras, y que en los discursos se utiliza tanto para confundir al auditorio y al orador contrario, como para evitar profundizar en el tema, ya sea por desconocimiento o por no haber preparado bien el discurso, como insinuar que lo relativo es igual a lo ambiguo, porque la cultura del auditorio así lo entiende y no escuchará explicaciones más elaboradas y certeras.

      Aristóteles, padre de la lógica y la escolástica

      —Falsa analogía: O comparaciones imposibles. “Esto se da por esto otro”, “esto es igual o se parece mucho a esto otro”, “si lo hizo mengano, lo hará fulano”, “todos somos iguales”, “el capitalismo es mejor que el socialismo”, “el socialismo es mejor que el capitalismo”, “los alumnos tienen, o deberían tener, los mismos derechos que los profesores”, “ustedes como nosotros”, “todos somos iguales delante de la ley”. Las falsas analogías a menudo suenan muy bien al auditorio que no tiene más visión del mundo que la de su propia cultural, de su propio entorno, de su propio sistema político, de su propio y pequeño pueblo, que es la medida de sus conocimientos, pensamientos, emociones y cerebro, por lo que los oradores, experimentados o no, pueden utilizarla sin miedo, porque a menudo el orador oponente está en la misma posición que el auditorio, o sabe que rebatir “las verdades de los lugares comunes” será inútil y le ganará más adversarios que adeptos.

      Actualmente hay quien recoge más de ciento cuarenta falacias, y ya no quedan muchos oradores, pregoneros o juglares que hagan uso de ellas para exponer sus ideas y sus argumentos (con excepción de curas y predicadores, que las siguen utilizando para ganar adeptos y diezmos), ya que a partir del siglo XVIII nace la prensa escrita y periódica, superando al simple panfleto que se olvidó en la Edad Media, pero que ya se utilizaba en Roma.

      Einkommende Zeitungen, en la Alemania de 1660, es considerado el primer periódico occidental de la historia.

      En 1557, en Corea, circuló brevemente un panfleto (Jobo) que hablaba de las intimidades de palacio, y Suetonio, en el siglo I de nuestra era, escribía y publicaba la historia rosa, sexual y amorosa de los césares, pero en ninguno de ambos casos se puede hablar explícitamente de periodismo, si bien es cierto que ya llevaban el rumor y la difamación en las venas.

      Jobo, el panfleto coreano de 1557

      Tal parece que fue el Daily Courant, 1702, Inglaterra, el que más se parece a los periódicos que conocemos hoy en día, primero semanal y más tarde diario, porque abrió las puertas del rumor escrito hecho noticia, y creó toda una industria editorial, con una población analfabeta que se reunía en las tabernas a escuchar las noticias y los chismes de la época, que les leía una de las pocas personas que no era analfabeta en el pueblo, y que a veces se equivocaba o leía solo aquello que le interesaba, mientras el auditorio le escuchaba boquiabierto.

      Con la prensa nacen o renacen la publicidad comercial y la propaganda política, los intereses por ganar clientes y súbditos obedientes, todo un nuevo y cuarto poder que cambiaría la forma de informar y desinformar a la población.

      El poder del rumor

      Las élites han conspirado desde hace miles de años contra la población, para que esta no esté bien informada ni le interese complicarse la existencia con la verdad, siempre grosera, demasiado directa y pesada, por eso se ha recurrido a los mitos y a las leyendas, a las creencias religiosas y a las maledicencias, habladurías (chismes) y rumores.

      El panfleto desacreditador, la propaganda mal intencionada, la falsa alarma, la noticia falaz, la mentira y el rumor son, desde la antigüedad, los medios más efectivos para tener a la población mal informada, desinformada, pero bien formada para aceptar cualquier propuesta como verdad, sobre todo si desacredita a otro pueblo, institución o persona.

      “Si el río suena, algo lleva.”

      “De la calumnia, algo queda.”

      “Lo que anda de lengua en lengua, algo tiene de verdadera.”

      De esta manera el prestigio social queda en entredicho y maltrecho, y mientras más en entredicho y maltrecho quede, más se difunde, o se hace viral hoy en día en nuestras benditas redes sociales.

      No hay crítica, sino división de opiniones y defensores en pro y en contra del rumor, de la falsa noticia, de la mala fama o de lo que sea, porque la crítica verdadera y analítica no está a favor ni en contra de nada, sino que desmenuza la información o el problema y propone alternativas que lo superen y se dirijan a la verdad.

      Por tanto no hay crítica en la rumorología y en las falsas noticias, sino criticonería, sarcasmo, burla y posicionamiento, dependiendo de los intereses o del nivel cultural e intelectual de cada quien.

      Hablar por hablar, molestar por molestar, creer por creer, defender o denostar sin más base que el gusto o el disgusto personal, filias y fobias sin más calado que la laxa y desinformada opinión personal o de grupo.

      El rumor puede tener alguna base, pero tampoco la necesita, con estar al servicio de intereses determinados es más que suficiente.

      Hay rumores que son verdaderas calumnias, denuncias falsas, medias verdades mal intencionadas o descaradas mentiras, que han llevado al suicidio a las personas calumniadas.

      Cualquier calumnia puede llevar al suicidio

      (El suicidio de Marat, Jacques-Louis David)

      El rumor se convierte en denuncia falsa y la denuncia falsa se convierte en calumnia y en un nuevo rumor corregido y aumentado, hasta quedar convertido en una atrocidad que comparte la masa y que hiere a un individuo o a un grupo en particular sin que a nadie le importe, porque de la misma manera que aparece, desaparece y se olvida sustituido por un nuevo rumor, al que muchas veces los medios de comunicación llaman noticia, ya sea porque cobren por hacerlo, o porque así aumentan la audiencia y los patrocinadores