Jesus Hernandez

Los magos de Hitler


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pudieran compartir el mismo destino. Desde ese punto de vista, él consideraba que los gemelos eran la mejor evidencia. Siempre rechazó vigorosamente esa idea de que el destino de los individuos dependiera de las estrellas y las constelaciones».

      Tras dejar claro en sus memorias que Hitler descartaba por completo cualquier influencia de los astros sobre las personas, Schröder haría referencia a un episodio que, según ella, «dejó a Hitler fuertemente impresionado», ocurrido al principio de su carrera política, y que está relatado por John Toland en su libro Adolf Hitler: The definitive biography.

      Según explica Toland, el 30 de septiembre de 1923, Hitler recibió una carta inquietante de Maria Heiden, una seguidora que se presentaba como «un miembro antiguo y fanático de su movimiento». En la misiva, Heiden llamaba su atención sobre una alarmante predicción del anuario de la citada astróloga Elsbeth Ebertin. La predicción decía: «Un hombre de acción nacido el 20 de abril de 1889 puede exponerse a riesgos personales por actos excesivamente imprudentes, y con toda probabilidad desencadenar una crisis». Según la astróloga, las estrellas indicaban que a ese hombre «había que tomárselo muy en serio; está destinado a asumir el liderazgo en futuras batallas». Frau Ebertin concluía asegurando que la persona a la que hacía referencia su predicción había nacido para «sacrificarse por la nación alemana».

      Aunque la astróloga no mencionaba el nombre, aparentemente se refería a Hitler, y si bien no especificaba la fecha en la que cometería esos «actos imprudentes», aseguraba que por actuar precipitadamente pondría su vida en peligro en un futuro cercano. A pesar de que ese vaticinio le concernía de manera tan directa, el comentario de Hitler sobre la predicción no pudo ser más despectivo: «¿Qué demonios tienen que ver conmigo las mujeres y las estrellas?».

      En sus memorias, la secretaria de Hitler aseguraría que, a pesar de haber quedado impresionado por esa certera predicción, «sólo hablaba irónicamente sobre esa coincidencia y consideraba todo el asunto como una anécdota». Sin embargo, según lo expresado por el fotógrafo personal de Hitler, Heinrich Hoffmann, en sus memorias, publicadas con el desacomplejado título de Ich bin ein Freund von Hitler gewesen (Yo fui amigo de Hitler), el desconcertante episodio supuso para él algo más que una simple anécdota: «En 1922, hizo el hallazgo en un calendario astrológico de una predicción que anunciaba el Putsch de noviembre de 1923. Después, durante años enteros, recordó aquella coincidencia que produjo sobre él, sin que quisiera admitirlo, una profunda impresión». Sin duda, Hoffmann se refiere al mismo pronóstico que Maria Heiden señaló a Hitler en su carta.

      Igualmente, el fotógrafo explica en sus memorias que «Hitler tenía una biblioteca de astrología y de ciencias ocultas», pero también asegura que «no toleró nunca la presencia de un astrólogo a su lado». La relación de Hoffmann con Hitler fue siempre muy estrecha, por lo que no hay que dudar de que fuera así.

      astrología y superstición

      Hitler estaba convencido de que era su propio destino el que lo conduciría finalmente al éxito y entendía como un signo de flaqueza considerar la posibilidad de que los astros pudiesen tener alguna influencia sobre él. Pero la relación de Hitler con las artes adivinatorias sería ambigua, cuando no contradictoria, como lo demuestra el hecho señalado de haber reunido una biblioteca sobre el tema. Esa ambigüedad queda plasmada en la afirmación de Hoffmann de que «en principio Hitler no creía en la astrología, aunque admitía que la posición de las estrellas podía tener una influencia sobre el destino humano», lo que se contradice con lo señalado por Christa Schröder.

      La postura de Hitler ante la adivinación se mantendría en esa ambivalencia que, como veremos, se transmitiría también al régimen surgido bajo su liderazgo. Incidiendo en ese contraste, Hitler tenía una confianza ilimitada en la ciencia, pero a la vez se mostraba como un hombre supersticioso. Así, según refiere Hoffmann en sus memorias, Hitler «se consideraba como un exégeta de las ciencias exactas, lo cual no le impedía ser con frecuencia juguete de sus supersticiones. Cuando titubeaba ante una decisión que adoptar, lanzaba al aire una moneda, a cara o cruz, burlándose de su estupidez; pero, detalle curioso, se alegraba si la moneda caía conforme a sus deseos».

      En sus conversaciones de sobremesa, anotadas por un taquígrafo por orden de su secretario personal Martin Bormann y recogidas en el libro Adolf Hitler: Monologe im Führerhauptquartier, Hitler dio algunas pistas sobre su actitud hacia la astrología. Así, Hitler comentó en una de esas charlas informales: «Creo que la superstición es un factor que uno debe tener en cuenta al evaluar la conducta humana, incluso cuando uno considere que está por encima de ello y se lo tome a broma». Hitler proseguiría su disertación refiriéndose en concreto a la astrología: «El horóscopo, en el que los anglosajones tienen una gran fe, es otro fraude, aunque su importancia no puede ser desestimada». Hitler ponía un ejemplo: «Sólo hay que ver los problemas que ha creado al gobierno británico la publicación de un conocido astrólogo vaticinando la victoria final de Alemania en esta guerra».

      Por tanto, según Hitler, la astrología compartía con la superstición su cualidad de «fraude», pero al mismo tiempo eran herramientas que podían resultar útiles, por lo que no había que desdeñarlas, sino aprender a utilizarlas. Esa filosofía es la que seguiría al respecto su ministro de Propaganda, Joseph Goebbels, quien no creía en las virtudes proféticas de la astrología y la videncia, pero no dudaría en utilizarlas como arma psicológica una vez comenzada la guerra.

      Pese a su pretendido racionalismo, que le hacía rechazar los principios en los que se basaba la astrología, Hitler creía, según asegura Hoffmann en sus memorias, «en la repetición cronológica, en el retorno de ciertos hechos históricos. Para él, por ejemplo, noviembre era el mes de la revolución; mayo el más propicio a las empresas y creía corroborarlo hasta cuando un éxito dudoso se manifestaba tardíamente».

      Así, a pesar de su escepticismo, a Hitler le atraía todo lo que hiciera referencia a la predicción del futuro. Según relata Hoffmann, tras su ascenso al poder, Hitler comenzó a hablar con él de las profecías del visionario francés Michel de Nôtre-Dame, Nostradamus (1503-1566). «Hitler, muy interesado», explica Hoffmann, «pidió a Esser que sacase el libro de la Biblioteca del Estado, sin decir que era para él. Esser tuvo que depositar tres mil marcos para que la mencionada biblioteca permitiese el préstamo de la obra de Nostradamus. Hitler se consagró a su lectura; descubrió esa profecía que describe una elevada montaña sobre la cual vuela un águila inmensa; comparó la montaña con Alemania y al águila con él mismo».

      Esa atracción o curiosidad que sentía por las artes adivinatorias queda acreditada con el examen de parte de su biblioteca personal, que se conserva en la Biblioteca del Congreso en Washington. Entre los mil doscientos volúmenes que allí se conservan —de los más de dieciséis mil que componían, según se cree, su biblioteca privada—, pueden encontrarse títulos como Magia: Historia, teoría y práctica, en el que Hitler subrayó, por ejemplo, esta inquietante afirmación: «Aquel que no alberga en su interior estados diabólicos, jamás dará a luz un nuevo mundo». Ese interés por lo esotérico quedaría demostrado por el hecho de que entre los títulos que se llevó consigo al búnker en el que acabaría suicidándose se encontraban Las profecías de Nostradamus y ¡Los muertos viven! Pruebas irrefutables.

      Pero, aunque Hitler mostraba una inconfesada curiosidad por la astrología y la videncia, estaba muy lejos de llegar al extremo de contar con un astrólogo personal que le orientase sobre el momento más propicio para tomar una determinada decisión. Hoffmann, en sus memorias, descarta por completo esa posibilidad: «He oído contar, después de 1945, con los detalles más precisos la historia de su astrólogo personal y no puedo por menos que felicitar a ese ‘‘testigo’’ por su exuberante imaginación».

      Así pues, no existe constancia de que Hitler llegase a contar en algún momento con un astrólogo o vidente personal que le orientase en su toma de decisiones, aunque tampoco consta que mostrase su oposición a que se utilizasen adivinos para el esfuerzo de guerra, incluso después de que él mismo decretase la Aktion Hess. No obstante, si hubo un mago del que existe la posibilidad de que hubiera podido llegar a tener algún ascendiente sobre él, ese candidato sería un enigmático personaje que sufrió también la contradictoria actitud de los nazis hacia los adivinos: