de enrejado, lo que permite una excelente sujeción para las manos. En este caso, las contraventanas tienen al menos un metro de ancho. Cuando las vimos desde la parte trasera de la casa, ambas estaban abiertas hasta más o menos la mitad, es decir, formaban ángulos rectos con la pared. Es probable que la policía, como yo mismo, examinara la parte de atrás de la vivienda; pero, en ese caso, al mirar estas ferrades de frente, como deben de haber hecho, no repararon en su anchura o, en todo caso, no le prestaron la debida atención. Puesto que, una vez convencidos de que no habría sido posible escapar desde esta habitación, lógicamente, hicieron aquí un examen muy superficial. En cambio, para mí estaba claro que, si se empujaba por completo hacia la pared, la contraventana correspondiente a la ventana del cabecero podría alcanzarse estando a medio metro del pararrayos. También era evidente que, con un grado inusual de agilidad y valor, se podría haber entrado por la ventana desde el pararrayos. Salvando la distancia de medio metro, supongamos que la contraventana está abierta del todo, un ladrón podría haberse agarrado firmemente a la celosía. Soltándose entonces del pararrayos, apoyando los pies contra la pared e impulsándose con fuerza, podría haber balanceado la contraventana como para cerrarla y, si imaginamos la ventana abierta en ese momento, podría haberse impulsado al interior de la habitación.
»Quisiera que tuviera usted especialmente en cuenta que he hablado de un grado muy inusual de agilidad como requisito para salir con bien de tan peligrosa y difícil proeza. Mi intención es demostrarle, primero, que eso puede haberse llevado a cabo; pero segundo y, sobre todo, quiero que entienda usted el muy extraordinario, el casi sobrenatural carácter de la agilidad necesaria para llevarlo a cabo.
»Valiéndose del lenguaje de las leyes, a buen seguro me replicará usted que «para presentar mi caso» debería darle menos valor a la agilidad necesaria en este asunto, en vez de destacarla. Puede que ése sea el método legal, pero no es lo propio de la razón. Mi objetivo final es sólo la verdad. Mi propósito inmediato es llevarlo a usted a relacionar esa muy inusual agilidad de la que acabo de hablar con esa voz aguda o ronca tan peculiar y desigual, sobre cuya nacionalidad no hay dos personas que estén de acuerdo y en cuya pronunciación no se pudo reconocer ni una sílaba.
Con estas palabras pasó por mi mente una vaga e incompleta idea de lo que Dupin quería decir. Me sentía a punto de comprender sin capacidad para comprender. Como esas veces que nos encontramos a punto de recordar algo sin ser capaces, al final, de recordarlo. Mi amigo continuó con su discurso.
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