a la plenitud de la dignidad ante los ojos de Dios. Ya no se encontraba desnudo ni fuera de juicio. Ahora se encontraba vestido y en control de sus sentidos. La Escritura nos dice que el hombre se sentó a los pies del Señor, una señal de sumisión y de intimidad. Aunque la Escritura no transcribe la conversación que aconteció entre los dos, sabemos que las palabras de Jesús tuvieron un profundo efecto en el hombre, tanto así que deseaba ser contado entre el número de Sus seguidores. Pero, en vez, Jesús envió al hombre de regreso a su pueblo natal a proclamar el poder curativo del amor del Señor a todos los que lo escuchasen.
El Toque Curativo de Jesús
Cada vez que nos encontramos con Él, el Señor nos concede sanación e integridad, de la misma forma que lo hizo con el hombre de Gerasa. El amor de Dios que todo lo sana impregna nuestro ser y nos libera de todo lo que nos mantenga cautivas, de todo lo que nos corrompe, de todo lo que nos roba nuestra dignidad como hijas de Dios. Él añora revestir nuestra desnudez espiritual con los ropajes reales de la gracia y el amor. Él ansía conducirnos fuera de las “tumbas” de nuestra soledad y desolación y llevarnos hacia la luz de Su presencia.
Liberándonos de la confusión del pecado, del tormento de la lujuria, de los escombros de los celos, la furia y el resentimiento, Él desea retornarnos a nuestras sensibilidades, sensibilidades que son fruto del Espíritu de Dios—amor, alegría, paz, paciencia duradera, bondad, generosidad, fidelidad, mansedumbre, y castidad (véase Gal 5:22). Dios desea restituirnos, hacernos íntegras, sanarnos, para que podamos ser señal de Su amor en el mundo. Él añora que nosotras, al igual que el hombre endemoniado, nos adentremos al mundo proclamando Su amor sanador a todos los que nos escuchen. Ésta es la transformación que la oración causa en nosotras. Éste es el “nuevo hombre” que es recreado en el esplendor radiante del amor de Dios. Y de esto es de lo que se trata la unión con Dios—conocer a Dios, aceptar Su amor, ser transformada por Su gracia y compartir Su presencia con los demás.
En el próximo capítulo, hablaremos de los cuatro movimientos de la oración, y cómo ellos desatan este poder de la vida de Dios en nosotras, haciéndose activo en nuestras vidas y en las vidas de otros.
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