Johnnette Benkovic

Llenas de Gracia


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y puede observar el paisaje que ha dejado atrás desde una perspectiva diferente, quizás observando matices que antes habían pasado desapercibidos, o apreciando aún más el escenario habiendo obtenido una perspectiva más amplia de la que antes había podido tener, de esa misma manera aquella que se mantenga constante en sus oraciones podrá observar una experiencia cada vez más amplia de las diferentes categorías de la oración. La buena meditación resultará en oraciones vocales cada vez más fervientes; el fruto de la contemplación nos conducirá hacia momentos de meditación cada vez más fructíferos; y la oración vocal más ferviente, junto con la meditación fructífera, nos preparará para experimentar momentos más íntimos y profundos de contemplación.

      Observemos ahora detenidamente cada una de estas categorías de la oración para así ver cómo podemos implementarlas en nuestras vidas.

      LA ORACION VOCAL

      La primera categoría de oración puede ser subdividida en dos subcategorías: la oración vocal formulada y la oración vocal espontánea.

      La oración vocal formulada: Las oraciones vocales formuladas son aquellas oraciones en las cuales se usa una serie de palabras que han sido formuladas de antemano. Ejemplos de este tipo de oración lo son el Ave María, el Padre Nuestro, las oraciones del Santo Sacrificio de la Misa, el Rosario y la Liturgia de las Horas. Las oraciones vocales formuladas pueden ser recitadas a solas o con otras personas. Estas oraciones, cuando son ofrecidas a Dios con reverencia, devoción y atención, despertarán en nosotras un deseo irreprimible de adentrarnos más y más en la vida de Dios.

      Una actitud pensativa y reverente del corazón es de suma importancia durante la oración vocal. Jesús mismo advertía a Sus discípulos sobre la importancia de rezar con el corazón, y no sólo con la boca: “Y al orar no empleéis muchas palabras como los gentiles, que piensan que por su locuacidad van a ser escuchados. Así pues, no seáis como ellos” (Mt 6:7–8).

      Tenemos que evaluar por nosotras mismas si verdaderamente estamos rezando, o si simplemente estamos recitando palabras. Si nuestro deseo de conocer de forma más cercana a Dios no crece de forma paulatina, tenemos que unirnos de forma más ferviente con las palabras que estamos recitando. A medida que aumenta nuestro deseo por Dios, nuestro anhelo natural será hacia invertir más tiempo con Él y llegar a conocerlo de manera más intima. Este deseo creciente por Dios nos indicará que nuestro amor por Él va creciendo, y será indicativo de que nuestra vida de oración se va expandiendo. Es a menudo en este punto que experimentamos el segundo tipo de oración vocal, la oración vocal espontánea.

      La Oración Vocal Espontánea: A medida que nuestro amor por Dios crece y se desarrolla, crece también nuestro deseo de expresarle ese amor en sentimientos y emociones que surgen espontáneamente de nuestras mentes y corazones. Estas oraciones, expresadas en nuestras propias palabras, se les conocen como oraciones espontáneas. En algunas ocasiones, las oraciones espontáneas se articulan en jaculatorias breves en intervalos de nuestra vida diaria, como cuando decimos - Gracias, Jesús; Ten misericordia de mí, Señor; Querido Dios, dame paciencia y gracia. En otras ocasiones, las oraciones espontáneas forman parte de la porción de nuestro tiempo de oración en la cual alabamos a Dios o le damos gracias por favores que hemos recibido. En escenarios grupales, como grupos de oración, o en momentos de alabanza en una conferencia, nuestras oraciones espontáneas se pueden unir a las de otros.

      A medida que nos sentimos más cómodas con las oraciones espontáneas, muy pronto comenzaremos a experimentar un mayor deseo de pasar más tiempo en conversación con Dios. Deseamos compartir con Él nuestras pruebas y nuestras luchas y deseamos consultar con Él las decisiones de mayor importancia que tengamos que tomar. Deseamos comunicarle nuestros pensamientos más íntimos, hacerlo partícipe de lo más profundo de nuestros corazones, compartir con Él aquellas áreas dentro de nosotras que están rotas y necesitan de Su toque sanador. Y a medida que oramos de esta manera, descubrimos que nuestro tiempo invertido con Dios produce un fruto preciado: una certeza profunda de Su gran amor para con nosotras, así como una conciencia creciente de nuestro amor hacia Él.

      Gradualmente, nuestras conversaciones con Dios serán menos verbales y más interiores. Aunque continuamos utilizando palabras para expresar nuestros pensamientos, notaremos que nuestros períodos de oración están marcados por cada vez más largos períodos de silencio, mientras esperamos calladamente escuchar la voz de Dios que nos hable. Esto es lo correcto, pues nuestra conversación con Él debe aspirar a ser un diálogo, no un monólogo. Si aspiramos a escuchar la voz de Dios susurrando en nuestro interior, debemos aquietarnos. Debemos cultivar el don de escuchar. Y, a medida que nuestras habilidades de escuchar se desarrollan, seremos capaces de escuchar la voz de Dios en lo más profundo de nuestros corazones, aún en medio de un ambiente de actividad y ruido.

      El intercambio interior entre nosotras y Dios es a veces denominado oración mental. A propósito de esto, Santa Teresa de Jesús (de Ávila) nos dice: “La oración mental es, según yo lo veo, simplemente un intercambio amistoso y una conversación solitaria frecuente con Aquél que, como ya sabemos, nos ama”.1 La oración mental representa un avance significativo de nuestra experiencia de oración, y que nos guía a lo largo del camino ascendente hacia la oración profunda.

      Al igual que en la oración vocal formulada, en la oración vocal espontánea tienen que verse involucradas la mente, el corazón, y la voluntad. De nada vale “recitar” oraciones o decir frases piadosas y sentimentales. Nuestras oraciones deben caracterizarse por nuestro anhelo de conformar todos los aspectos de nuestro ser con el movimiento de la gracia de Dios en nuestro interior. Por lo tanto, en la oración debemos hacernos presentes ante Dios en cuerpo, mente y espíritu, mientras Él nos mueve hacia adelante, hacia la realidad central de una vida de fe - Cristo habitando dentro de nosotras. Es esto a lo que estamos siendo llamadas. Y es sólo a medida que la gracia de Dios efectúa este objetivo en nuestro interior que alcanzamos la plenitud espiritual en Jesucristo.

      MEDITACION

      El Catecismo de la Iglesia Católica nos enseña que la meditación es una búsqueda espiritual en la cual la mente desea comprender la vida cristiana, para así poder responder y conformarse con lo que el Señor nos pide (#2705). La meditación cristiana involucra cuatro facultades del ser humano—su capacidad de pensar, su imaginación, su emoción y su deseo (#2708). Toda meditación verdaderamente cristiana conlleva la Palabra de Dios en su centro. La Sagrada Escritura es la revelación de Dios de Sí Mismo, y por ello es uno de los mecanismos más importantes mediante el cual Él nos habla a nosotras. Con cada lectura, Dios nos instruye, nos guía, nos dirige, y responde a nuestras más profundas necesidades.

      Un escritor cristiano explica la centralidad de la Escritura de este modo: “A pesar de que su fraseología ha permanecido fija por miles de años, Aquél que hace que nosotros la escuchemos en el presente ya nos tenía en mente cuando la inspiró en la antigüedad, y Él está siempre presente para dirigirse a nosotros a través de ella, como si fuera en este instante pronunciada por primera vez”.2

      ¿Cómo, entonces, podemos utilizar la Sagrada Escritura como un medio para adentrarnos en oración?

      Primero, prepárate para el encuentro con Dios. Asiste a tus momentos de oración con fe expectante, a sabiendas de que esta meditación piadosa sobre la Palabra de Dios rendirá frutos en tu vida, aún cuando no lo sea inmediatamente aparente. Elevamos nuestros corazones y mentes al Señor, ofreciéndole humildemente nuestras fortalezas y debilidades, nuestras habilidades y flaquezas, nuestras heridas y temores.

      Antes de comenzar, es importante que nos libremos de toda posible distracción. En Mateo 6:6, Jesús nos dice: “Cuando te pongas a orar, entra en tu aposento y, con la puerta cerrada, ora a tu Padre, que está en lo oculto; y tu Padre, que ve en lo oculto, te recompensará”. Debemos cerrarle la puerta a toda posible interferencia innecesaria—teléfonos, televisores, radios, y otras interrupciones—y liberarnos de toda actitud interna que pueda obstaculizar la oración.

      Luego, selecciona un pasaje de la Escritura sobre el cual meditar. No existe ninguna manera correcta o incorrecta de elegir un pasaje. Algunas personas prefieren