el espermatozoide y el huevo se juntan, de esa misma manera la vida espiritual hecha raíces y crece en el interior del alma femenina cuando la semilla de la fe es plantada en el sacramento del bautismo.
De la misma forma que nuestros cuerpos son impregnados de vida nueva cuando concebimos una criatura, así nuestras almas deben ser impregnadas de la vida de Dios. De la misma forma que nuestra matriz se agranda y crece con el crecimiento y desarrollo de la criatura, así la matriz de nuestro corazón se expande con el amor y la misericordia de Dios. De la misma forma que vida nueva emerge de nuestros cuerpos en un asombroso momento de misterio y maravilla, así cada una de nuestras palabras y actos deben ser un conducto de gracia y nueva vida para otros.
Y de la misma manera que nosotras amamos a nuestra criatura desde lo más profundo de nuestro ser, así el amor de Dios debe fluir a través de nosotras hacia el mundo, como si fuera un bálsamo curativo y reconfortante. De esta forma, nuestras almas y corazones se convierten en conductos de vida espiritual.
Munus: El Llamado Divino a Toda Mujer
Nuestro llamado divino a la maternidad espiritual puede ser mejor descrito a través de la palabra griega munus, una palabra rica en significado.8 Resumido brevemente, la palabra munus es una tarea divina, una misión divina o un deber divino que Dios nos pide que hagamos realidad. Aunque un gran sentido de responsabilidad es inherente a este llamado, es un honor el ser llamado para hacerlo realidad.
Nuestra naturaleza femenina tiene los atributos necesarios para cumplir con el munus divino de dotar de vida espiritual al mundo. “La mujer de forma instintiva busca abarcar todo aquello que tenga vida, que sea personal, que sea íntegro. El apreciar, guardar, proteger, nutrir y permitir el crecer es su anhelo natural, maternal”.9 Todo en la mujer está destinado a esa finalidad. Su cuerpo, su psiquis y su alma la equipan para ser una fomentadora influencia nutritiva en la vida familiar, en la vida profesional, a través de su vocación religiosa, y en el mundo en general. Quizás fue por esto que los Padres del Concilio emitieron su llamado a las mujeres del mundo en los Mensajes de Clausura del Concilio Vaticano Segundo:
Reconciliad a los hombres con la vida. Y, sobre todo, velad, os lo suplicamos, por el porvenir de nuestra especie. Detened la mano del hombre que en un momento de locura intentará destruir la civilización humana… Mujeres del universo todo…, a vosotras, que os está confiada la vida, en este momento tan grave de la historia, vosotras debéis salvar la paz del mundo.10
¿QUE SIGNIFICA ESTAR “IMPREGNADA CON EL ESPIRITU DEL EVANGELIO”?
El diccionario define la palabra impregnada como estar “saturada, permeada, penetrada”. Si es que vamos a durar hasta el final viviendo el llamado que Dios tiene en mente para nosotras, tenemos que primero estar saturadas del espíritu del Evangelio, permeadas de las verdades que nos revela el Evangelio, y llenadas de la vida del Evangelio. Como la tierra empapada de lluvia en nuestro ejemplo, tenemos que entregarnos y ser sumisas a Jesucristo, que es la Semilla de la Vida.
Y aún así, este proceso no es uno simple, porque el camino está repleto de retos inesperados y trampas. ¿Quién, entonces, puede mostrarnos el camino? ¿Quién puede guiarnos en nuestra búsqueda? ¿Quién puede enseñarnos cómo desempeñar nuestra misión?
La Santísima Madre: El Modelo Perfecto de Feminidad
La Santísima Virgen María, aquella que fue impregnada de la vida misma de Dios, es quien nos provee el mejor modelo de cómo vivir la plenitud de nuestra naturaleza femenina. Es ella quien nos enseña cómo permear nuestra cultura de la Palabra viviente de Dios. La Santa Madre demuestra de forma ejemplar tanto la maternidad física como la espiritual.
Tan sólo hace falta que miremos al periodo de su maternidad. ¿Qué fue lo que ocurrió en el interior de María durante esos nueve meses de embarazo? El Cardenal Joseph Ratzinger (ahora Papa Benedicto VI) se refiere a esta etapa de la maternidad de María como una en la que ella se transforma en “tierra fértil para la palabra”.
Ser tierra fértil para la palabra significa ser tierra que permite ser absorbida por la semilla, que se asimila a sí misma a la semilla, renunciando a sí misma de tal suerte que la semilla pueda germinar. Con su maternidad, María traspasa a la semilla su propia sustancia, cuerpo y alma, para que la nueva vida pueda emerger… María se hace completamente disponible, al igual que la tierra, y permite ser usada y consumida para así transformarse en Él.11
María, al igual que toda madre, abdica su vida a favor de la Criatura que lleva en su interior, de tal manera que la vida que yace en su vientre pueda germinar y llegar a feliz término. Durante su periodo de embarazo, María se hace a sí misma completamente accesible al Niño que se desarrolla en su vientre, nutriendo a la criatura hasta que llegase el momento de Su nacimiento.
Y aún así, la totalidad de la entrega de María debió haber sido cualitativamente diferente a la entrega puramente natural de una madre hacia su hijo. Ella debió haberse entregado a la Criatura en su vientre con la misma sumisión con la que se entregó a Dios en el momento de la Anunciación—dado que era, de hecho, Dios mismo al que llevaba en su vientre. En respuesta a la lluvia de gracia de Dios, que la había preparado para recibir al Dios-hombre en su vientre, María se asimiló a la Semilla de Vida que llevaba dentro, y fue impregnada con el Espíritu del Evangelio.
Para nosotras poder cumplir con el llamado a la maternidad espiritual, nosotras también debemos asimilarnos a Jesucristo. Y al así hacerlo, nos convertiremos en una bendición para el mundo.
María Lleva la Bendición de Dios
La tradición del Viejo Testamento nos enseña que cuando una persona es bendecida por Dios, esa persona transporta la bendición de Dios a otros. La presencia misma de esa persona se convierte en fuente de sanación, de esperanza, de nueva vida.
Esto se hace evidente en el momento en que María vista a Isabel. San Lucas nos dice que cuando Isabel escuchó la voz de María, exclamó: “Bendita tú entre las mujeres y bendito es el fruto de tu vientre. ¿De dónde a mí tanto bien, que venga la madre de mí Señor a visitarme? Pues en cuanto llegó tú saludo a mis oídos, el niño saltó de gozo en mi seno; y bienaventurada tú, que has creído, porque se cumplirán las cosas que se te han dicho de parte del Señor”. (Lc 1: 42–45)
En esta exhortación, Isabel confirma las palabras del Arcángel Gabriel de que María cargaba en su vientre la bendición de Dios. Y de hecho, el Dios Encarnado se hizo carne en el vientre de María. Nótese que el saludo de María a Isabel no aparece en el texto; es la mera presencia de María la que provoca la bendición de Isabel. María, impregnada de la Palabra de Dios, irradia la presencia de Jesucristo.
Hoy María permanece como la misma imagen de su Hijo, Jesucristo, la Segunda Persona de la Santísima Trinidad. Dondequiera que ella esté presente, Él lo estará también. Ella permanece siempre llevando a su Hijo a otros, y llevando a otros a su Hijo. Éste es su munus, su llamado divino. Ella es la Madre Espiritual por excelencia, siempre dotando de Salvación al mundo. Llena de gracia, María está impregnada del Espíritu del Evangelio, e irradia esa energía divina que inicia a los otros en la vida de Dios.
Igual que María, nosotras también estamos llamadas a entregarnos a la vida de Dios, que permanece activa dentro de nosotras a través de la gracia. Nosotras, también, tenemos que entregarnos a nuestro Señor y Salvador, ser impregnadas del Espíritu del Evangelio, y conformarnos a Su Imagen, que crece en el vientre de nuestros corazones. Nosotras, también, tenemos que estar llenas de gracia para que la vida abundante de Jesucristo viva en nosotras y a través de nosotras. Es así que nosotras cumpliremos con nuestro munus de maternidad espiritual de “ayudar tanto a la humanidad a no degenerar”.
LLAMADA PARA IRRADIAR LA VIDA DE CRISTO
La gente siempre nos dice, a mi esposo y a mí, que podrían reconocer a nuestros hijos en medio de una multitud, pues se parecen mucho a nosotros. Como cristianos, deberíamos